Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Meditación del Papa San Juan Pablo II
sobre las Letanías del Sagrado Corazón
30 -CORAZÓN DE JESÚS
ESPERANZA DE LOS QUE EN TI MUEREN,
TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Amadísimos hermanos y hermanos:
1.La reciente conmemoración de todos los fíeles difuntos nos invita hoy a contemplar, bojo una luz de fe y de esperanza, la muerte del cristiano, para la que las letanías del Sagrado Corazón -objeto de nuestras reflexiones en anteriores encuentros dominicales -nos ponen en los labios la invocación: "Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, ten piedad de nosotros".
La muerte forma parte de la condición humana: es el momento terminal de la fase histórica de la vida. En la concepción cristiano, la muerte es un paso: de la luz creada a la luz increada, de la vida temporal a la vida eterna.
Ahora bien, si el Corazón de Cristo es la fuente de la que el cristiano recibe luz y energía para vivir como hijo de Dios, ¿a qué otra fuente se dirigid para sacar la fuerza necesaria para morir de modo coherente con su fe? Como "vive en Cristo", así no puede menos de "morir en Cristo".
La invocación de las letanías recoge la experiencia cristiana ante el acontecimiento de la muerte: el Corazón de Cristo, su amor y su misericordia, son esperanza y seguridad para quien muere en EL.
2.Pero conviene que nos detengamos un momento a preguntamos: ¿Qué significa "morir en Cristo"? Significa ante todo, amadísimos hermanos y hermanas, leer el evento desgarrador y misterioso de la muerte a la luz de la enseñanza del Hijo de Dios y verlo, por ello, como el momento de la partida hacia la casa del Padre, donde Jesús, pasando también El a través de la muerte, ha ido a preparamos un lugar (Jn 14,2); es decir significa creer que, a pesar de la destrucción de nuestro cuerpo, la muerte es premisa de vida y de fruto abundante ( Jn 12,24).
"Morir en Cristo" significa, además, confiar en Cristo y abandonarse totalmente a El, poniendo en sus manos - de hermano, de amigo, de buen Pastor - el propio destino, así como El, muriendo, puso su espíritu en las manos del Padre (L.c. 23,46). Significa cerrar los ojos a la luz de este mundo en la paz, en la amistad, en la comunión con Jesús, porque nada, "ni la muerte ni la vida... podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39). En aquella hora suprema, el cristiano sabe que, aunque el corazón le reproche algunas culpas, el Corazón de Cristo es más grande que el suyo y puede borrar toda su deuda si él está arrepentido (1 Jn 3,20).
3."Morir en Cristo" significa también, queridos hermanos y hermanas, fortificarse para aquel momento decisivo con los "signos santos" del "paso pascual": el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con el Padre y con todas las criaturas; el santo Viático, Pan de vida y medicina de inmortalidad; y la Unción de los enfermos, que da vigor al cuerpo y al espíritu para el combate supremo.
"Morir en Cristo" significa finalmente, "morir como Cristo": orando y perdonando, teniendo junto a si a la bienaventurada Virgen. Como madre, Ella estuvo junto a la cruz de su Hijo (Jn 19,25); como madre está al lado de sus hijos moribundos, Ella que, con el sacrificio de su corazón, cooperó a engendrarlos a la vida de la gracia (Lumen Gentium, 53); está al lado de ellos, presencia. compasivo y materno, para que del sufrimiento de la muerte nazcan a la vida de la gloria.
-CORAZÓN DE JESÚS, DELICIA DE TODOS LOS SANTOS,
TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Amadísimos hermanos y hermanos:
1.La Iglesia se alegra hoy por la glorificación de dos de sus hijos: Inés de Bohemia y Alberto Chmielowski.
Estos dos santos se van a añadir a aquella "muchedumbre inmensa" que la liturgia nos ha invitado a contemplar en la reciente solemnidad de Todos los Santos. Ante un espectáculo tan exultante sube espontáneamente a los labios la invocación de las letanías: "Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros".
De la esperanza al cumplimiento, del deseo a la realización, de la tierra al cielo: este parece ser, amadísimos hermanos y hermanas, el ritmo según el cual suceden las tres últimas invocaciones de las letanías del Sagrado Corazón. Tras las invocaciones "salvación de los que en ti esperan" y "esperanza de los que en ti mueren" las letanías concluyen dirigiéndose al Corazón de Jesús como "gozo de todos los santos". Es ya visión del paraíso: es anotación veloz acerca de la vida del cielo: es palabra breve que abre horizontes infinitos de bienaventuranza eterna.
2. Sobre esta tierra el discípulo de Jesús vive en la espera de alcanzar a su Maestro, en el deseo de contemplar su rostro, en la aspiración ardiente de vivir siempre con él. En el cielo, en cambio, cumplida la espera, el discípulo Ya ha entrado en el gozo de su Señor (Mt 25,21.23); contempla el rostro de su Maestro, ya no transfigurado durante un solo instante(Mt 17,2; Mc 9,2; Lc 9,28), sino resplandeciente para siempre con el fulgor de la eterna luz ( Hb 1,3); vive con Jesús y de la misma vida de Jesús. La vida del cielo no es más que la fruición perfecta, indefectible e intensa, del amor de Dios - Padre, Hijo y Espíritu Santo - y no es más que la revelación total del ser íntimo de Cristo, y la comunicación plena de la vida y del amor que brotan de su Corazón. En el cielo los bienaventurados ven satisfecho todo deseo, cumplida toda profecía, aplacada toda sed de felicidad, y colmada toda aspiración.
3.Por eso el Corazón de Cristo es la fuente de la vida de amor de los saritos. en Cristo y por medio de Cristo los bienaventurados del cielo son amados por el Padre, que los une a Si con el vínculo del Espíritu, divino Amor: en Cristo y por medio de Cristo, ellos aman al Padre y a los hombres, sus hermanos, con el amor del Espíritu.
El Corazón de Cristo es el espacio vital de los bienaventurados: el lugar donde ellos permanecen en el amor (Jn 15,9), sacando de él gozo perenne y sin límite. La sed infinita de amor, misteriosa sed que Dios ha puesto en el Corazón divino de Cristo.
Allí se manifiesta en plenitud el amor del Redentor hacia los hombres, necesitados de salvación; del Maestro hacia los discípulos, sedientos de verdad; del Amigo que anula las distancias y eleva a los siervos a la condición de amigos, para siempre, en todo. El intenso deseo, que Sobre la tierra se manifestaba en la súplica "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), ahora, en el cielo, se transforma en visión cara a cara, en posesión tranquila, en fusión de vida: de Cristo en los bienaventurados y de los bienaventurados en Cristo.
Elevando hacia ellos la mirada del alma y contemplándolos en tomo a Cristo juntamente con su Reina, la Virgen Santísima, nosotros repetirnos hoy, con firme esperanza, la alegre invocación: "¡Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros!".