28.10.10
El valor de la memoria: Un recuerdo de D. Vicente Souto Doval
A las 10:28 PM, por Guillermo Juan Morado
Un canónigo de mi diócesis me contaba que, en la tradición litúrgica de nuestra catedral, se solía, en(La foto es del Cáliz de la Primera Misa de D. Vicente, y su fotografía con el Papa Pablo VI.)
determinadas horas del coro, hacer memoria de los santos locales leyendo algún pasaje de sus vidas. La gran amenaza que atenta contra la memoria es el olvido. Cuando uno recorre las calles de una ciudad ve que están dedicadas a personajes, a próceres o a hombres eminentes, de los que la mayoría de nosotros ya no sabemos nada. Sólo lo que queda escrito permanece.
determinadas horas del coro, hacer memoria de los santos locales leyendo algún pasaje de sus vidas. La gran amenaza que atenta contra la memoria es el olvido. Cuando uno recorre las calles de una ciudad ve que están dedicadas a personajes, a próceres o a hombres eminentes, de los que la mayoría de nosotros ya no sabemos nada. Sólo lo que queda escrito permanece.
No es una tontería tomarse la molestia de escribir muchas cosas. Haciéndolo, dejando constancia de lo que ha acaecido, prestamos un servicio a los que vendrán después de nosotros, a quienes no es lícito sustraerles un presente que será, para ellos, su pasado.Hoy he recibido, como obsequio de su autor, un precioso libro: Ignacio Domínguez, “Vicente Souto Doval. Prelado de Honor de Su Santidad. Forjador de vida cristiana. Semblanza biográfica” (edición del autor, Vigo 2010, 148 páginas). D. Ignacio Domínguez es un sacerdote de Tui-Vigo que, entre sus muchas cualidades, cuenta con el talento de escribir mucho y bien. Ya no sé cuantos libros ha publicado. Si digo 20, igual me quedo corto.
D. Ignacio ha elaborado en este texto una semblanza de otro sacerdote de la Diócesis: Mons. Vicente Souto Doval, fallecido hace casi un año. Don Vicente era una verdadera institución. Era muy querido, tenía un enorme prestigio y su muerte nos conmovió a todos. Baste decir que en su funeral, celebrado el día de los fieles difuntos, concelebraron con el Obispo la mitad de los sacerdotes diocesanos (una verdadera multitud, teniendo en cuenta que en esa fecha los curas no están, que digamos, libres de ocupaciones).
El libro se abre – tras un prólogo de Mons. Quinteiro Fiuza, actual obispo de Tui-Vigo – con una serie de testimonios a cargo de los obispos eméritos Mons. Diéguez Reboredo y Mons. Cerviño Cerviño, así como de Mons. Gómez González – antes sacerdote de Tui-Vigo y ahora obispo de Abancay, en Perú – y de D. Víctor García de la Concha, Presidente de la Real Academia Española, amigo y compañero de estudios en Roma de D. Vicente.
En 25 capítulos breves se va detallando la vida de D. Vicente: Su nacimiento en la Puebla del Caramiñal, sus estudios en el Colegio de los Jesuitas de Vigo, su etapa de formación en el Seminario de Tui. El 15 de junio de 1957 fue ordenado sacerdote por el obispo Fray José López Ortiz en la capilla del Seminario tudense. En octubre de ese mismo año fue enviado a Roma. Estudió Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana, a la vez que atendía a los jóvenes del Colegio Universitario Calabrés y a los de la Acción Católica de la Parroquia de Santa Lucía al Clodio. Roma quedó para siempre en su mente y en su corazón: “O Roma, nostris cordibus/ versaberis dulcissima, / erisque semper omnium/ parens, magistra, patria” (“Oh Roma!, estarás siempre, con dulcísima presencia en nuestros corazones, y de nosotros serás madre, maestra y patria”), evoca, en su testimonio, García de la Concha.
De regreso a Tui, Don Vicente desempeñó muchas y variadas tareas, pero con unas constantes que, lejos de la dispersión, le han conferido unidad a su labor: La dedicación al Seminario, como formador y como profesor; la atención a los jóvenes, en el Instituto donde enseñaba y en las parroquias; el cuidado de la Liturgia – su gran pasión- en la catedral y en todas partes; su servicio a las religiosas y a los laicos, sobre todo a la Adoración Nocturna Femenina.
El mensaje de este libro es, para mí, muy próximo. Me obliga a dar gracias a Dios, por haber conocido y tratado a D. Vicente. Siempre estaba cuando había necesidad de él. Me acompañó en los años del Seminario, en mi Primera Misa – él era el maestro de ceremonias -, asistió a la defensa de mi tesis doctoral en Roma, en la misma Universidad en la que él había estudiado. Se alegró sinceramente cuando me nombraron canónigo aunque, a su lado y al lado de otros capitulares, yo carecía- y carezco - completamente de méritos.
A veces pensamos, al hablar de los sacerdotes, en grandísimos ejemplos: El Santo Cura de Ars, el Padre Pío o en tantos sacerdotes cuyos nombres forman ya parte del santoral. Yo admiro y honro a todos ellos. Pero, en mi interior, agradezco a Dios que me haya permitido conocer a otros “santos” que me resultan más cercanos. En mi particular calendario ocupan un lugar destacado dos personas: El Papa Juan Pablo II y mi admirado y querido D. Vicente.
Guillermo Juan Morado.
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NOTA DE LA REDACCIÓN DEL BLOG:
CON MOTIVO DEL PRIMER ANIVERSARIO
DE LA MUERTE DE D. VICENTE,
EL DÍA 5 DE NOVIEMBRE, EN LA IGLESIA PARROQUIAL,
"SANTUARIO DE Ntra.. Sra. DE FÁTIMA" DE VIGO,
A LAS 8 DE LA TARDE,
SE TENDRÁ EL FUNERAL
POR SU ETERNO DESCANSO.
Si alguna persona quiere adquirir el libro que D. Ignacio Dominguez,
Cura-Párroco de Santa Cristina de la Ramallosa,
escribió para resaltar los méritos
humanos y sacerdotales de
D. VICENTE,
pueden adquirirlos a la puerta de la Iglesia de FÁTIMA,
en librerías religiosas de Vigo,
y en Santa Cristina de la Ramallosa.
Franja.
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