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sábado, 1 de noviembre de 2014

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Blog Católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre)

y los fieles difuntos (2 de noviembre)


Para comprender el significado de la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los difuntos hay que saber que existen tres estados en la Iglesia:

1- La iglesia peregrina en la tierra. En ella estamos nosotros hasta el día de nuestra muerte.

2- La iglesia purgante (en el purgatorio), la componen los difuntos que necesitan aún purificación antes de entrar en el cielo. Por ellos oramos el día de los difuntos, el 2 de Noviembre, para que pronto vayan al cielo. (No rezamos por los que están en el infierno porque su condena es irreversible)

3- La iglesia triunfante, ya glorificada en el cielo. A ellos, los santos, les honramos 
el 1 de Noviembre.

MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE
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Imagínate ahora como si estuvieses en el lecho,
 a punto de morir y de dejar todas las cosas de este mundo...
Oh Dios mío, dame una buena y santa muerte, y después la gloria eterna del Cielo...
1.- Soy joven, tengo salud y fuerzas; y casi parece que me he hecho la ilusión de que yo no he de morir. Y sin embargo mi vida pasa. ¡Cuántas veces he visto las aguas de un río, cómo van bajando, bajando hacia el mar! Así mi vida va caminando, caminando hacia el sepulcro. Cada día que pasa estoy un día más cerca de la muerte. Al viajar en ferrocarril, ¿no he visto cómo unos bajan en una estación, otros en otra, hasta que no queda nadie en el tren? Así en esta vida, unos acaban su viaje en la infancia, cuando son aún pequeñitos; otros, en plena juventud. ¿No he visto morir a algunos jóvenes, que quizá eran amigos o conocidos míos? ¿Llegará un día para mí la muerte? Ciertamente que sí. ¿Cuándo será? No lo sé. ¿En dónde moriré? No lo sé. ¿Cómo moriré? No lo sé, no lo sé. Piénsalo unos momentos.

2 ¿Qué es morir? Es separarse el alma del cuerpo. Han vivido siempre juntos, y es necesario separarse. El cuerpo, cada día lo vemos, es llevado al cementerio, en donde se deshace y se pudre. Pero el alma, ¿a dónde va? Este alma que tengo, que me hace conocer, recordar, querer, ¿dónde va? Ella no va al cementerio, sino que en el mismo instante en que se separa del cuerpo, se presenta ante el tribunal de Dios, el cual le pide cuenta de todo lo que ha pensado, dicho y hecho en toda su vida. Si ahora mismo tuvieras que presentarte delante de Dios, 
¿estaría tranquila tu conciencia? Piénsalo bien.

3.- ¡Qué terrible ha de ser presentarse delante de Dios en pecado mortal y oír la sentencia de condenación eternal Ya no se puede volver atrás; el mundo ha pasado para siempre y la sentencia de Dios se cumplirá, sin que valgan súplicas ni excusas de ninguna clase. ¡Qué dulce y delicioso debe ser presentarse el alma en gracia de Dios, es decir, sin pecado mortal alguno! ¡Qué alegría al ver que se le abren las puertas del Cielo, y que allí vivirá eternamente. Piénsalo bien.

4- ¿Qué prefieres? ¿Qué desearías haber hecho en la hora de tu muerte? Hazlo ahora, porque después quizá sería ya tarde. Forma el propósito de portarte bien, de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, de huir del pecado y de frecuentar devotamente los santos Sacramentos. No te dejes engañar de las vanidades del mundo, que a tantos condenan y que pronto han de acabar; trabaja por salvar tu alma, que no morirá nunca. Mira cómo te has portado hasta ahora; y si ves que no vas por el camino del Cielo, procura enmendarte y cambiar de vida. Piénsalo bien.
P. Luis Rivera
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Y puedes leer más acerca de la muerte: 
http://www.mercaba.org/ARTICULOS/C/cristiano_ante_la_muerte.htm


Pensamiento de S. Agustín:

La Vida se nos ha dado  para buscar a Dios, 
la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo". 


Solemnidad de Todos los Santos (1-11)


 y los fieles difuntos (2-1)

La solemnidad de Todos los Santos como la conmemoración de los Difuntos, son dos celebraciones que recogen en sí, de un modo especial, la fe en la la vida eterna. Y aunque estos dos días nos ponen delante de los ojos lo ineludible de la muerte, dan, al mismo tiempo, un testimonio de la vida.
El hombre, que según la ley de la naturaleza está "condenado a la muerte", que vive con la perspectiva de la destrucción de su cuerpo, vive, al mismo tiempo, con la mirada puesta en la vida futura y como llamado a la gloria.
La solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a todos aquellos que han alcanzado la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día que conmemora los Difuntos hace converger nuestros pensamientos hacia aquellos que, dejado este mundo, esperan alcanzar en la expiación la plenitud de amor que pide la unión con Dios.
Se trata de dos días grandes para la Iglesia que, de algún modo, 
"prolonga su vida" en sus santos y también en todos aquellos 
que por medio del servicio a la verdad y el amor s
e están preparando a esta vida.
Por esto la Iglesia, en los primeros días de noviembre, 
se une de modo particular a su Redentor 
que, por medio de su muerte y resurrección,
 nos ha introducido en la realidad misma de esta vida.
Juan Pablo II

Por los que amamos...
No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... Ese día volverás a verme... Sentirás que te sigo amando, que te amé y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz... Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me Amas.
Texto de San Agustín

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http://webcatolicodejavier.org/
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TE INVITO..
..OREMOS POR LAS ALMAS BENDITAS
DEL PURGATORIO
(enviado por María del Valle
desde Argentina:)

ORACIÓN POR LAS ALMAS BENDITAS
DEL PURGATORIO
Que las almas de los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios
- Descansen en paz. Así sea.

Oremos: OH piadoso Jesús mío,
mirad con benignos ojos las almas
de tus siervos y siervas.

Por las cuales habéis muerto,
derramaste tu preciosa sangre
-y recibiste tormento de cruz
por redimir sus almas.

Por las almas sin cesar
pide Dios las obras buenas.
-Que Dios las saque de penas
y las lleve a descansar.

Sí por tu sangre preciosa,
Señor, la (o) has redimido,
- Que la (o) perdones te pido,
por tu pasión dolorosa.

Virgen del Monte Carmelo
por tu Escapulario Santo
- Cúbrelo(a) con tu manto
y llévalo(a) a gozar al cielo.

Madre llena de Dolor
haced que cuando expiremos
- Nuestras Almas entreguemos
en las manos del Señor

Salgan, salgan,
salgan ánimas de pena
- Que el Rosario Santo
rompa sus cadenas.
AMEN, AMEN, AMEN.

Y te lo pide con toda el alma,
Franja.


SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
LAS BIENAVENTURANZAS.
La paradoja de la felicidad
Al oír estas palabras del Señor e imaginándonos la escena –Jesús ante un numeroso grupo que le escucha, mientras Él con paciencia, pero con mucha fuerza, va detallando cómo han de ser los santos–, no podemos sino afirmar su deseo grande de que muchos encuentren una felicidad plena, completa. Ese "Bienaventurados", que repite una y otra vez, parece contener su deseo de vernos colmados, definitivamente satisfechos para siempre. El común destino –la Bienaventuranza– que aguarda a los que demuestren ser suyos en las diversas circunstancias que Jesús va desgranando, es una tal felicidad y satisfacción, según sugiere la reiterada repetición de una única palabra, que no es posible pensar en nada mejor.
La bienaventuranza es el Cielo, ese estado perfecto para el que hemos sido pensados por Dios, Nuestro Señor y Padre amorosísimo. En el Cielo nos desea Dios que, en su Amor, quiere lo mejor para el hombre, la intimidad con Él mismo. Pues, siendo Él Amor, no nos ofrece un bien de grandes proporciones, sino su misma perfección absoluta. Es evidente que no tenemos capacidad para imaginar el Cielo. En efecto, como concluye el Apóstol: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman.
Resulta desde luego paradójico, como hemos leído en el evangelio de hoy, que por lo adverso se llegue a la más completa y eterna felicidad. No es así como nos organizamos de ordinario en este mundo. De hecho, suele entenderse la plenitud humana como un acumular satisfacciones y, a ser posible, que sean variadas y abundantes: a más satisfacciones, más felicidad, pensamos. Sin embargo, el Señor insiste en que la plenitud propia de los hombres no está en eso. Consiste más bien, repite una y otra vez, en el desprendimiento de los bienes materiales, porque no son nuestro fin; en la limpieza de corazón, para amar dignamente a los demás, libres de otras compensaciones; en sufrir con paciencia la adversidad, de un ambiente que con frecuencia es ajeno a Dios; en conservar la paz, 
cuando sería más fácil recurrir a la violencia; 
en ser menospreciados, por permanecer leales a la fe...
Todo esto exige esfuerzo por parte del cristiano: renunciar a ese planteamiento de la vida que busca sencillamente el confort a corto plazo y contempla al hombre como un ser sólo de este mundo. Exige, en fin, del discípulo de Cristo, una confianza absoluta en su Señor, que le asegura eso: la Bienaventuranza, pero a través de objetivos costosos. Como diría un místico: "per aspera ad astra", a lo más esplendoroso 
  se llega a través de lo difícil.
Hoy, que la Iglesia celebra la gran solemnidad de Todos los Santos, meditamos en esta paradójica lección del Señor, encomendándonos a la protección de aquellos que ya alcanzaron la meta; para que, como a los santos, la confianza en Dios nos anime a perder el miedo a lo que cuesta y Él espera. Conoce de sobra nuestro Dios la flaqueza de sus hijos y nuestra tendencia a buscar caprichosamente pequeños deleites inmediatos. Más aún, sabe que, aunque queramos, somos incapaces, sin su ayuda, de vivir el ideal de generosidad que nos propone. Pero con Él sí. Sabiéndonos hijos pequeños de un Padre Todopoderoso y Bueno, y comportándonos como tales, nada nos es imposible. Hasta los errores, las infidelidades, los pecados, incluso los más graves, si nos arrepentimos sinceramente, encuentran el perdón en el corazón de nuestro Dios y Padre, y pueden ser para sus hijos la ocasión de grandes virtudes por su Gracia.
Como Maestro, sabe que enseña algo en cierta medida nuevo para el hombre, revolucionario diríamos hoy. Ese afán de muchos por disfrutar a base de no tener problemas y gozar al máximo de estímulos placenteros, no es propiamente, ni puede ser, la causa de la verdadera felicidad en los hombres, que estamos hechos para bastante más. Estamos pensados, para la Bienaventuranza, la felicidad completa, definitiva, que no se puede perder una vez lograda, y es la mayor posible para cada persona. Pero, en todo caso, ya sabemos que no tenemos capacidad para imaginarnos el Cielo...: Dios mismo colmando amorosamente nuestra pequeñez.
Jesucristo, que nos habla del Cielo, animándonos a la Bienaventuranza a la que hemos sido destinados –vale la pena insistir en ello– por el amor que Dios nos tiene, Él mismo nos indica el camino. Es el camino recorrido ya por la multitud de los santos, que nos han precedido y hoy celebramos. Un camino transitado muchas veces, en las más variadas circunstancias y por personas de toda condición. También hoy tenemos cada uno nuestro propio camino hasta el Cielo, que seremos capaces de recorrer 
con la ayuda de Dios.
A Santa María, Madre nuestra y Reina de todos los santos, nos encomendamos. Para que guíe nuestros pasos hasta la Eterna Bienaventuranza. Así hacen las madres de la tierra con sus pequeños, que los observan y animan con amor mientras caminan, y los socorren si hace falta en sus tropiezos.
Del blog de
LUIS DE MOYA, para este día.
Franja.

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