Blog Católico de Santa María de Baiona,
nº. 776
Hoy leyendo la lectura del Oficio, encontré esta
lectura de S. Macario. Dice cosas que nos entran por los ojos. Solo falta el
ser u poco observadores de nuestro entorno para comprender, que hace muchos
siglos las cosas eran iguales. Franja
¡AY DEL ALMA EN LA QUE NO HABITA
CRISTO!
Así como en otro tiempo Dios, irritado
contra los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus
adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni
sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que quebranta sus
mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta
afearla
Y del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se cubre de
tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de suciedad y de inmundicia,
así también el alma, privada de su Señor y de la presencia gozosa de sus
ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la fealdad de las pasiones y
de toda clase de ignominia.
¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye ninguna voz
humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay del alma por la que no
transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las bestias espirituales de
la maldad!
¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra
privada de colono que la cultive!
¡Ay de la nave privada de piloto!, porque,
embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar.
Cuando Cristo no habita en las almas
y se quedan vacías,
entra otro inquilino.
¿Le conoces?
¡Ay del alma
que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un
despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida
por los espíritus malignos como por una tempestad invernal, terminará en el
naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo, que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto acaba en la hoguera.
avaricia
¡Ay del
alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y
llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en hospedaje de todos los
vicios.
Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a cultivar la tierra, necesita
los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial
y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por el pecado,
habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz,
cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos
espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y,
habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en
ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su
Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.
Medita en lo que te dice este artículo y te ayudará.
FRANJA
¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive!
¡Ay de la nave privada de piloto!, porque,
embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar.
Cuando Cristo no habita en las almas
y se quedan vacías,
entra otro inquilino.
¿Le conoces?
¡Ay del alma
que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un
despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida
por los espíritus malignos como por una tempestad invernal, terminará en el
naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo, que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto acaba en la hoguera.
FRANJA
¡Ay del alma en la que habita el amor del Señor!
ResponderEliminarTodo lo que te rodea cobra sentido, sientes segundos de felicidad en los que el corazón se llena de gozo y parece que ni siquiera palpita. Son solo segundos en los que consigues elevarte en el silencio como si el alma se separase del cuerpo; pero en seguida el cuerpo pesa y vuelves a caer. Pero ya es un cuerpo diferente ha encontrado la felicidad de verse tocado por el Señor.