Blog Católico de Santa María de Baiona,
nº. 754
Dios en familia
Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
“Papá, ¿tú crees en Dios?” Juanito, con sus 6 años, pone a papá en su serio problema. Mamá
sonríe, porque sabe que, aunque no se vea, su esposo cree en lo escondido de su
corazón. Lo que pasa es que está todo el día muy ocupado, y no se nota mucho su
fe cuando está entre los suyos...
Preguntas como la
de Juanito ponen un reto a toda familia que sea verdaderamente cristiana. ¿Cómo
enseñar la fe en casa? Hay muchos modos ingeniosos de hacerlo, pero lo
principal no es enseñar únicamente una serie de verdades, sino ayudar a
descubrir, muy cerca de nosotros, a Dios.
La primera
lección, la más fundamental, es la del amor en familia. Los niños captan mucho
más de lo que creemos. Si ven que papá y mamá se quieren, se respetan, tienen
un cariño fresco y alegre; si ven en los padres a auténticos enamorados; si
descubren que saben estar cerca de los hijos a la hora de la alegría o del
dolor, en la enfermedad o en los estudios, en el juego o en la televisión; si
los ven así, padres “muy padres”, acogerán con mucha facilidad lo que puedan
decir sobre la bondad de Dios, sobre su misericordia, sobre Jesucristo
salvador, sobre la Virgen, nuestra Madre, sobre la Iglesia.
La segunda lección
arranca de la naturaleza, de este planeta y este universo maravilloso en el que
vivimos. El mundo está lleno de mensajes que nos permiten vislumbrar el amor de
Dios. Pero se necesita la clave de lectura adecuada a cada niño, a su edad y
psicología. Hoy mamá le dice al más pequeño: “¿Ves cómo toma agua este pajarillo?
Baja la cabeza, sorbe un poquito, y la levanta para darle gracias a Dios”.
Mañana papá le dice al “preguntón” de 6 años: “Mira, Juanito, ¿tú sabes por qué
puedes preguntar tanto? Porque tú estás aquí, y yo estoy aquí. Y los dos
estamos aquí porque Dios nos ha amado, y ahora podemos hablarnos...”
El otro día la
niña más grande, de 13 años, viene con problemas sobre la evolución que acaban
de explicarle la fotografía de una mariposa o un esquema del libro de biología
donde se explica el sistema nervioso de una rana. Luego cogen un puñado de
tierra o varias piedras de distintos minerales. “Mira, Rosa, algunos
científicos quieren saber cómo se hizo todo. Y tienen la ilusión de llegar a
una explicación fácil, sencilla, en la que no quede prácticamente espacio para
Dios. Así, creen que de tierra, minerales, sol, viento, fuego, y otras
casualidades, pueden nacer primero seres muy pequeños, como las bacterias, y
luego seres más complicados, como esta rana o esta mariposa. Pero nosotros
creemos que es difícil que todo sea por casualidad. Detrás de estos colores de
las alas de la mariposa, ¿no es posible que exista un proyecto de Dios, un
sueño de amor, un deseo de hacer más hermoso el mundo?”
Desde luego, la
respuesta no es siempre sencilla. Algunos maestros de la escuela creen en la
evolución como si fuese un dogma de fe, cuando todavía hay tantas teorías y
tantos problemas por resolver a la hora de explicar más o menos bien la
“evolución”... La casualidad puede explicar muy poco, y, desde luego, no puede
explicar el amor. Los padres aman a sus hijos no porque les obliguen los
átomos, sino porque son libres y hay algo (mucho) de bondad en sus corazones.
La tercera lección
es la de vivir como amigos de Cristo. Quizá lo hemos escuchado alguna vez en el
catecismo: nadie llega al Padre sin hacerlo por medio de Jesús. Esto hay que
vivirlo como una experiencia personal, y hay que enseñarlo a los hijos. El
momento central es la misa. Siempre que no se moleste a los de al lado, qué
hermosa es la familia en la que papá y mamá van explicando, en voz baja, las
distintas partes de la misa a sus hijos pequeños mientras están allí, “en
directo”. El niño que ve a sus padres comulgar, que los ve rezar, que los ve
acercarse a la confesión, donde Cristo perdona los pecados, no puede no
encenderse de deseos de llegar pronto a estar cerca de Jesús.
Además, siempre
existe la ocasión de hacer presente a Jesús en casa. Unas veces, sin ser
aburridos, se tratará de leer el Evangelio y comentarlo juntos. Los niños
captan, con una profundidad que no imaginamos, el mensaje sencillo y claro de
Jesús, sus parábolas, su mandamiento del amor. Otras veces, será dedicar un
momento para rezar en familia. Tal vez comienza mamá, sigue papá, y luego los
pequeños: cada uno hace su oración espontánea, sencilla, al Padre por medio de
Cristo. Será muy bueno aprender a agradecer, con una oración, el don de la
comida, o un regalo, o una enfermedad.
Hermoso gráfico de lectura en familia
La siguiente
anécdota refleja lo mucho que puede crecer, en su fe, cada uno de los hijos.
Hace muchos años un sacerdote encontró a un niño de casi seis años. El
sacerdote se dio cuenta de que el niño conocía muy bien el catecismo, y quiso
preguntarle sobre otros temas. La conversación entre los dos fue la siguiente:
-¿Con quién hablas
cuando rezas
-Hablo con el
Señor.
-¿Y cómo hablas con el Señor?
-Hablo con El como
hablo con mamá.
-¿A quién rezas?
-A Dios, a Jesús,
a la Virgen, a los ángeles y a los santos
-¿Qué harás cuando seas mayor?
-Lo que quiera el Señor.
-¿Y cómo vas a saber
lo que Dios quiere de ti?
-Me lo dirá al
corazón, o me lo dirá a través de mamá, o por medio del párroco que me
confiesa.
-¿Eres tan
pequeño, y ya te confiesas? ¿Y de qué te confiesas?
-De mis pecados.
-Pero... si eres tan
pequeño, ¡no haces pecados!
El niño bajó los
ojos y dijo con un susurro:
-Hago travesuras, pero las confieso, y Dios me perdona...
-Hago travesuras, pero las confieso, y Dios me perdona...
El sacerdote
preguntó en seguida a la mamá del niño:
-¿Cómo le ha enseñado estas cosas?
La mamá contestó con sencillez
- “Un poco cada día: mientras se viste, mientras desayuna, cuando por la noche tarda en dormirse, o cuando sale conmigo, le hablo de Dios, y así, poco a poco, comienza a amar al Señor”.
-¿Cómo le ha enseñado estas cosas?
La mamá contestó con sencillez
- “Un poco cada día: mientras se viste, mientras desayuna, cuando por la noche tarda en dormirse, o cuando sale conmigo, le hablo de Dios, y así, poco a poco, comienza a amar al Señor”.
Este niño había
aprendido mucho, porque había tenido buenos maestros en casa. Entre las cosas
que le enseñaron, descubrió esa gran verdad cristiana: Dios nos perdona. Dios
no es un Dios de la venganza, sino un Dios misericordioso. Este descubrimiento
es un faro de luz que ilumina toda una vida, y nos hace decir, cuando somos
mayores, “¡gracias!” a nuestros padres porque nos dieron el regalo más grande:
el regalo de la fe y de la esperanza.
Hacer realidad:
Se llama tener experiencia de Dios.
http://www.fluvium.org/textos/familia/fam875.htm
Si te ha servido de luz y para recomendar
no dejes de hacerlo.
Franja
Si te ha servido de luz y para recomendar
no dejes de hacerlo.
Franja
Lo malo no es que los niños de hoy no recen. Lo peor es la pérdida del sentido de Dios en los padres de familia, que pasan de todo y están criando animalitos para una nueva sociedad sin Dios.
ResponderEliminarLos abuelos son los que pueden poner un poco de remedio enseñando a rezar a los nietos, generación que corre el peligro de perderse y las consecuencias serían terribles.
Por eso es necesaria una Nueva Evangelización y una fuerza grande, para los que se llaman y son cristianos, es el Año de la Fe.
Todos tenemos, si somos conscientes, todos, todos, poner nuestro granito de arena, para conseguir que nuestra sociedad actual vuelva a Dios.
Doy las gracias a estos blogs católicos, porque están contribuyendo, como dice el Santo Padre a revisar nuestra actitud y compromiso ante los retos que nos exige nuestra condición de cristianos conscientes.