Blog católico de Santa María de
Baiona la Real.
Nos
puede ayudar hoy a reflexionar el relato de un cuento:
Érase una vez que había un rey que vivía bien su fe cristiana y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía cumplir dos requisitos: Amar a Dios y a su prójimo.
Érase una vez que había un rey que vivía bien su fe cristiana y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía cumplir dos requisitos: Amar a Dios y a su prójimo.
En
una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo
conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los
requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no
contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan
largo viaje.
Su
abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos
y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias,
compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje.
Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre limosnero. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.
Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre limosnero. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.
Cruzando
los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le
suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!” Sin pensarlo dos
veces, le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las
provisiones.
Entonces,
en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones
para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde
estaba el rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con
los del Rey. Atónito dijo: “¡Usted... usted! ¡Usted es el limosnero que estaba
a la vera del camino!” En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole
agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: -
“¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!” El Soberano sonriendo
dijo: “Sí, yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron
allí”.
El
joven tartamudeó: “Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo
eso?” El monarca contestó: “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran
auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a
ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón.
Como limosnero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino
que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! --sentenció
el Rey-- ¡Tú heredaras mi reino!”.
El
relato nos debe hacer pensar si sabemos dar también con generosidad. El Papa
nos invita a “descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también
nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos”. Cristo ya
se ha dado generosamente por nosotros y espera que hagamos lo mismo con los
demás.
Pbro.
José Martínez Colín
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