Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Me
he alegrado muchísimo de que la noticia de la Clausura del Año de la Fe se pusiese en la página Web
de la Diócesis
de Túy al día siguiente. De la página de la Diócesis tomo los datos para que quede también
constancia en nuestro Blog católico de tan grande acontecimiento eclesiaL. Franja
Clausura del Año de la FE
En la tarde de la festividad de
Jesucristo Rey del Universo, el Obispo clausuró en una catedral de Tui
abarrotada de files, el Año de la
Fe.
Ofrecemos
Concelebración
La homilía del Sr. Obispo D. Luis Quinteiro Fiuza
en la Catedral de Tuy
Homilía de la Clausura del Año de la
Fe
LA LUZ DE LA FE
Queridos hermanos y hermanas todos: saludo de todo corazón a todos y cada uno de vosotros,
que habéis acudido a esta llamada para celebrar gozosa y agradecidamente esta solemne Eucaristía con la que
clausuramos en unión con toda la
Iglesia el Año Jubilar de la Fe. Celebramos hoy la Solemnidad de nuestro Señor
Jesucristo, Rey del Universo. El año litúrgico termina con la solemnidad de
Cristo Rey que concluye y resume la celebración de los misterios de nuestra
salvación. La Palabra de Dios que ha sido proclamada nos recuerda en la primera
lectura el momento en que David es ungido rey de Israel. Todas las tribus de
Israel, en uno de los momentos más emblemáticos de su historia, acudieron a
reunirse con David en Hebrón y después de decirle que “somos de tu misma carne
y sangre” le recordaron lo que el Señor le había dicho : “ Tú apacentarás a mi
pueblo”. Después, a la vista de todos, los ancianos lo ungieron rey para que
apacentara y condujera a todo el pueblo de Israel. David anticipa y encarna la
figura de Cristo que en el misterio de la cruz, reúne a toda la humanidad y la
guía a la salvación.
El Evangelio de esta fiesta nos presenta a Jesús como rey desde
lo alto de la cruz. Crucificado entre dos ladrones, aparece Jesús con toda la
fuerza de su debilidad, reconciliando la tierra con el cielo, a Dios con los
hombres a base de la propia sangre. Porque, como nos dice San Pablo en la
segunda lectura, fue el poder glorioso de Dios quien en Jesús nos arrancó del
poder de las tinieblas y nos introdujo en el reino de su Hijo amado. Por eso, como
dice el mismo Pablo, la herencia de los creyentes es la luz. La luz que brota
de la fe, como nos ha recordado la Iglesia en este Año Jubilar.
Benedicto XVI convocaba el Año de la Fe con la Carta
Apostólica “ Porta Fidei “. En ella el Papa Benedicto proponía a todos los fieles católicos
la gran celebración de esta Año
Jubilar como un acontecimiento de gracia que nos afianzase en el extraordinario impulso de evangelización del
mundo moderno que toda la Iglesia está
viviendo a partir del Concilio Vaticano
II. El legado del magisterio del Papa Benedicto en el sostenido esfuerzo evangelizador que la Iglesia ha
venido realizando en los últimos cincuenta
años, será recordado para siempre como uno de los momentos luminosos de la historia de la Iglesia. Y, en
concreto, los que nos dijo sobre la
fe y su vivencia en el mundo de hoy en la Carta “ Porta Fidei”, forma parte de un tesoro doctrinal al que el
creyente de nuestro tiempo necesitará
volver siempre de nuevo y que no debería ser olvidado nunca en la propuesta pastoral de nuestra vida
diocesana.
El Año Jubilar de la Fe ha traído a la Iglesia muchos regalos
de Dios. El mayor, sin duda, ha sido el Papa Francisco. En un gesto sin precedentes
paralelos en toda la historia, el Papa
Benedicto, en un acto a la vez de gran coraje y sencillez, ha renunciado a la Cátedra de san Pedro y los
designios insondables de Dios
nos han traído al Papa Francisco como su sucesor. Han sido universalmente valorados los
bellísimos gestos de honda fraternidad
que el Papa Francisco y su predecesor Benedicto han ofrecido al mundo entero. Tal vez el más intenso,
aunque no el más vistoso, ha sido el que se ha concretado en la primera Carta Encíclica del Papa Francisco,
Lumen Fidei ( Sobre la luz de la Fe ).
Así lo explica el Papa Francisco en dicha Carta Encíclica : “ Estas consideraciones sobre la fe, escribe el
Papa Francisco en el número
siete de la Encíclica, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre
esta virtud teologal, pretenden sumarse
a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había
completado prácticamente una primera
redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, con la fraternidad de Cristo,
asumo su precioso trabajo, añadiendo
al texto algunas aportaciones “.
Poco antes, recordaba que el Apóstol San Pablo nos dice en la
segunda lectura que la herencia de los creyentes es la luz. En consonancia con
esto quisiera hacer hoy algunas
reflexiones sobre la Carta encíclica “ Lumen Fidei “ ( Sobre la luz de la Fe ).
El Papa Francisco ha firmado esta Carta encíclica el día 29
de junio, Fiesta de San Pedro. Ahí está su primer mensaje al relacionarla con el Apóstol
Pedro. Pedro, roca de referencia para
la confirmación de la fe en la Iglesia. Pedro, el discípulo que cuando todos abandonan al Señor, le dice a Jesús
que no sabe a dónde ir sin él. Pedro,
el pecador que, cuando niega al Señor,
llora amargamente su pecado para ser más tarde examinado tres veces sobre su amor al Señor antes de ser confirmado
en su misión de pastor de sus
hermanos.
El gran mensaje de la Encíclica Lumen Fidei es que la fe es
una luz insustituible para la vida. El que cree, ve con una luz que ilumina todo
el trayecto del camino de
nuestra vida. La fe en Cristo resucitado es la verdadera luz que ilumina a todo hombre. Así se lo dijo Jesús a Marta que
lloraba desconsolada la muerte de su
hermano Lázaro. En el mundo de
hoy son muchos los que dudan de la fe. Tantos piensan que es una luz ilusoria. Pero después de
tantos esfuerzos de la razón al margen
de la fe, el hombre es incapaz de encontrar una luz grande que ilumine toda su vida. Y hoy la gran tentación
del hombre es, como nos dice la
Encíclica, renunciar a la búsqueda de una luz grande y contentarse con luces pequeñas que iluminan el instante
fugaz, pero que son incapaces de
ofrecernos la luz grande que necesita el ser humano para iluminar de verdad el camino y la meta de la
vida. Por eso, añade la Encíclica,
es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe porque cuando su llama se apaga, todas las otras
luces acaban languideciendo.
El Papa Francisco en la Encíclica Lumen Fidei nos pide a los
creyentes que tenemos que descubrir y trasmitir hoy la luz de nuestra fe como una luz
capaz de iluminar toda la existencia
del ser humano. Pero una luz tan potente
no puede proceder de nosotros mismos. Sólo puede venir de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios
vivo. Es el Dios vivo quien nos ha
llamado y nos sigue llamando para revelarnos su amor. Un amor sobre ….la vida. Ese amor nos transforma y nos da
ojos nuevos para ver las cosas eliminando
las obscuridades. De este modo, nos damos cuenta de que la fe no habita en la obscuridad, sino que es
luz en nuestras tinieblas.
Sin ninguna duda, la Encíclica Lumen Fidei ( Sobre la luz de
la Fe ) es un regalo extraordinario que este Año Jubilar nos deja a todos los que no
hemos renunciado a la búsqueda de Dios
por el camino de la fe. En ella ha de encontrar nuestra Diócesis la inspiración para abrir senderos nuevos
en la misión catequética y
evangelizadora. Ninguno de nosotros, especialmente los pastores y catequistas, puede ahorrarse el esfuerzo de
confrontar la búsqueda y el anhelo de
sentido de tantos hermanos nuestros
y de nosotros mismos con las propuestas evangelizadoras que nos son ofrecidas en la Encíclica Lumen
Fidei, como fruto de la tradición viva de la Iglesia que quiere dialogar con el hombre moderno que todos
llevamos dentro. No podemos
abandonarnos a una vida cristiana triste y existencialmente descontextualizada por la comodidad de una pereza
intelectual imposible de justificar. Es
cierto que el hombre de hoy está harto
de discursos. Tienen razón los que afirman que los que verdaderamente convencen son los testigos. Es
evidente que lo que sacia el
corazón del ser humano que busca es la palabra sapiencial. Pero no es menos verdad que una palabra sin razones
últimas carece de interés y de que
nuestras dudas han de ser superadas también desde la razón. Ese es el camino de la fe que nos invita a recorrer
la Encíclica Lumen Fidei. Las
propuestas de la Encíclica no sólo son sugerentes para cualquiera que guste de la teología, sino que nos trazan el
sendero vital que el creyente de
hoy ha de recorrer y que el acompañamiento pastoral de nuestra Diócesis deberá ofrecer con entusiasmo.
Especialmente clarividente en la
Encíclica Lumen Fidei es la renovada propuesta de la centralidad de la historia de Jesús como la manifestación
plena de la fiabilidad de Dios. La vida
de Jesús es la intervención definitiva de Dios en la historia y la manifestación suprema de su amor por
nosotros.En Jesús Dios nos da su Amor, todo su Amor. Jesucristo es la
encarnación de Dios Amor. Ese es
el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último. En la muerte de Jesucristo
por los hombres, el amor de Dios
alcanza su plena manifestación. Si dar la vida por los amigos es la demostración más grande de amor, Jesús ha
muerto por todos, también por
los enemigos. Es en esa hora de la cruz cuando el amor divino resplandece en toda su altura y plenitud,
como nos dice el Papa Francisco en
la Encíclica. Pero esa muerte en la cruz no es el final de la historia de
Jesús porque el amor del Padre lo
resucitó de entre los muertos. La Encíclica insiste en la íntima unión del Padre en el misterio de la
muerte y resurrección de
Jesucristo. Precisamente porque Jesús es el Hijo, porque está radicado de modo absoluto en el Padre,
ha podido vencer a la muerte y
hacer resplandecer plenamente la vida. La presencia concreta de Dios en el mundo en su Hijo Jesucristo es un misterio
y, a la vez, algo tan real que el
cristiano no puede comprender su vida y su vocación al margen de ella. Nuestra cultura ha perdido la percepción de
esta presencia concreta deDios en el mundo. Con frecuencia pensamos en Dios
como alguien que está lejos, más
allá de nuestras relaciones concretas. Si así fuese, ese Dios sería indiferente a nuestras preocupaciones y
nosotros terminaríamos por prescindir
de Él. Pero los cristianos hemos de confesar el amor concreto y eficaz de Dios, confiamos en ese amor que
sale a nuestro encuentro y que se
nos ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Todos nosotros, queridos hermanos y hermanas, tenemos que
abrirnos a esa presencia concreta del amor de Dios en Jesucristo. Los cristiansomos
portadores de recetas para arreglar el mundo. Cada uno de nosotros estamos invitados al encuentro
personal con Je sucristo y en eseencuentro profundo con Jesús experimentar la
cercanía transformadora del amor
de Dios. Los cristianos confesamos el amor concreto y eficaz de Dios, que obra verdaderamente en nosotros
pudiésemos conocer, acoger y seguir ese amor de Dios, Jesucristo, el Hijo de Dios, ha asumido
nuestra carne, y así su visión del Padre se ha realizado también al modo humano para así poder sentirnos,
comprendidos en el camino de la fe y de
la vida. Por ello, la fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino
que nos lleva a los cristianos a
comprometernos, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra.Jesús
lleva a la fe a su plenitud haciéndonos hijos en el Hijo. Porque, como certeramente dice la Encíclica Lumen Fidei,
Jesucristo no es sólo aquel en quien
creemos y la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer.
La fe, dice el Papa Francisco modo de
ver de Jesús. Para conocer a Dios acudimos a Jesús, porque Jesús, Hijo de Dios, se presenta como aquel
que nos explica a Dios. La vida de
Cristo, especialmente a través de su modo de conocer al Padre y de suvida de
plena relación con él, abre a la experiencia humana un horizonte totalmente nuevo en el que nosotros estamos
invitados a entrar. Ojalá nos
fuera concedida la gracia de ver a nuestro mundo y a los hermanos con los ojos de Jesús. Entonces no
dejaríamos tirados en la cuneta
a tantos desvalidos y nuestros juicios serían más misericordiososEntonces
nuestras relaciones serían más fraternas y nuestras vidas más alegres. Entonces nuestro mundo sería más
humano porque en cada hermano
veríamos a Dios presente. Entonces nuestros miedos desaparecerían porque la paz con nosotros
mismos, la más difícil de alcanzar,
inundaría nuestras vidas. Para eso, para cambiar nuestras vidas, nuestra relación personal con Jesús mediante
la fe es decisiva. Quienacoge a Jesús y camina tras él, su vida queda
radicalmente transformada y la
fe se convierte en luz para sus ojos
En este
camino de la fe con Jesús seguimos las huellas de aquella mujer, cuyo corazón latió siempre al ritmo del amor
de Dios. Santa María, Madre de los
creyentes, no nos dejes solos en el camino de la fe. Amen.
Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo
Órganos de la Catedral de Tui
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