Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
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del Carlos Sandoval Rangel
Una homilía del domingo XXXII del ciclo C que me ha gustado y que la pongo en el blog, para que los visitantes de hoy la reciban y la mediten. Es muy asequible y nos puede hacer pensar en la misión de Cristo, que no se entiende a la luz de lo que piensa un saduceo. La "trampa saducea" sigue siendo el argumento de los que en nuestros tiempos no creen en la resurrección.
El P. Carlos Sandoval Rangel manda a los amigos sacerdotes la homilía del domingo como subsidia para nuestra labor sacerdotal. Gracias desde aquí. Franja.
A
los ojos del mundo, qué poco atrayente se vuelve la vida de Jesús!
Y en estos tiempos hay muchos que se llaman cristianos, que no lo son porque no creen en la Resurrección de los muertos.
Y en estos tiempos hay muchos que se llaman cristianos, que no lo son porque no creen en la Resurrección de los muertos.
XXXII
domingo del tiempo ordinario
En tiempos de Jesús, los
saduceos eran un grupo pudiente, compuesto de una élite religiosa, política y
económica, sus estrategias se basaban en la búsqueda del poder y en las
alianzas políticas; era un grupo que le convenía al mismo imperio romano, pues
mantenían un control sobre el pueblo. Desde sus perspectivas, la grandeza de
una persona se medía por la descendencia y por los bienes, por la imagen, el
nombre, la fama y el poder terrenal. Su parte religiosa está ligada a la ley de
Moisés, pero no creen en la resurrección de los muertos.
Desde
la mentalidad de los saduceos, Jesús está a punto de quedar en la nada, pues se
encuentra en Jerusalén y por tanto se acerca la hora de su muerte, la cual
están tramando los mismo saduceos, en conjunto con otros grupos. Jesús va a
morir sin dejar ni hijos ni propiedades; además, al morir en la Cruz va a quedar rebajado al
grado de los criminales, por lo que su buena fama va quedar borrada; en ese
sentido el mismo Jesús será una reafirmación de su teoría, pues para qué sirvió
tanta sabiduría y los grandes milagros si en el mundo no está dejando una
huella que le haga trascender.
Tratando
de ridiculizar a Jesús, los saduceos le presentan la parábola de la viuda que
se casó siete veces sin dejar descendencia, a lo cual preguntan: “Cuando llegue
la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete se
casaron con ella?” (Lc.20, 29-33). Se trata de la ley del levirato, que de
acuerdo a su visión de la vida, asegura dos cosas: primero, reafirmar la
importancia de la descendencia, por eso al morir el primero hermano, los demás
buscan dar descendencia a su hermano; segundo, esa ley procuraba el cuidado de
las cosas materiales, pues al quedar sola la mujer todos buscarían aprovecharse
de la herencia; por eso los hermanos del difunto se casaban con la viuda para
que la herencia no quedara en manos de otros. Pero de paso, con esta parábola,
niegan la resurrección de los muertos.
Pero
Jesús, como siempre, aprovecha para darle una lección extraordinaria, mostrando
una vez más que la sabiduría de Dios está muy por encima de los criterios
humanos: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los
que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos no se
casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios”
(Lc.20, 34-36). Bien decía Benedicto XVI que la vida eterna no es solo como una
extensión de ésta, no es como eternizar lo que aquí somos (Salvados en la
esperanza). Aquí la vida se lleva y acomoda de acuerdo a unas necesidades, pero
en la vida eterna el ser humano queda libre de toda necesidad. Y en cuanto a la
resurrección, aprovechando que los saduceos sí creen en la ley de Moisés, Jesús
les dice: “En cuanto que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el
episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Jacob.
Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”
(Lc.20, 37-38).
Los signos prodigiosos que Dios ha obrado en favor del pueblo
elegido y de los patriarcas, se convierten en el signo contundente de que los
logros se le deben a Dios, antes que a las capacidades humanas.
Los
saduceos dominan los criterios humanos, pero desconocen la sabiduría de Dios,
por eso Cristo acepta la muerte, sabiendo que eso le dará la oportunidad de
resucitar y mostrar así el poder de Dios, que no solo da la vida, sino que
también es capaz de rescatarla y rescatarla para la eternidad.
La
muerte se vale de los engaños del mundo, haciéndonos creer que la grandeza
humana consiste en dejar aquí una huella duradera de nosotros mismos. Pero la
muerte redimida por Cristo, consiste no tanto en dejar algo material que nos
perpetúe aquí, sino en abrirnos al encuentro, al don de la vida que no se
acaba, en prepararnos para contemplar al Señor de la vida.
Cristo
no dejó ninguna herencia material, sino la herencia del amor que da vida, por
eso su trono es cada corazón. Del corazón del creyente resurge cada día el buen
entendimiento de la vida y surge el deseo de vivir para siempre; de vivir en el
amor de Dios que nos abre a la eternidad.
Pbro.
Carlos Sandoval Rangel
Si os ha gustado la pasáis a otros. Franja
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