Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
18 de abril 2014
Viernes Santo. La muerte del Señor.
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte
de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como
signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio
de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón
del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a
contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es
digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La
densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología.
Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde
el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los
soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de
María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del
testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e
inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo
atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente
al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido
paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como
madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de
contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como
una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que
ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha
con la espada de dolor que la fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los
confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los
hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la
redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una
Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el
recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva.
Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque
María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del
corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último,
estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre
de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más
grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida
misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
LA CELEBRACIÓN
Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El
altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de
Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la
ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo
penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del
amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida
por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
ACCIÓN LITÚRGICA EN LA MUERTE DEL SEÑOR
1. LA ENTRADA
La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza
con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en
silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del
martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después
de un espacio de silencio, dice la oración del dia.
2. CELEBRACION DE LA PALABRA
- Primera
Lectura
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes
de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma
sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte.
Dispongámonos a vivirla con Él.
Lectura del Profeta Isaías 52, 13-53, 12
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante Él los reyes cerrarán la
boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en
su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un
hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos; ante el cual se ocultan los
rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestro crímenes. Nuestro castigo saludable vino
sobre Él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno
siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero
llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los
pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malhechores, porque murió con los malvados, aunque
no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando
entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo
que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su
alma, verá y se hartará, Con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en
los despojos, porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
pecadores, y Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios
SALMO RESPONSORIAL
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan
la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores,
hagamos nuestra esta oración.
Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25.
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A Ti, Señor, me acojo: no quede Yo nunca defraudado; Tú que
eres justo, ponme a salvo. A tus manos encomiendo mi espíritu: Tú, el Dios
leal, me librarás.
Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis
vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de Mí. Me
han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero Yo confío en Ti, Señor, te digo: "Tú eres mi
Dios". En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me
persiguen.
Haz brillar tu Rostro sobre tu Siervo, sálvame por tu
misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
- Segunda
lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los
hombres con Dios... Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El
Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos,
los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores,
ayudantes...
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9.
Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los Cielos -Jesús el
Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo
igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto,
confiadamente al trono de gracia, al fin de alcanzar misericordia y hallar
gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno.
Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal
ruego y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la
muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que
padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección se convirtió en
causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios
- Versículo
antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)
"Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el
"Nombre-sobre-todo-nombre".
Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la
homilía, se concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que
nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como
Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y
los no creyentes.
3. ADORACIÓN DE LA CRUZ
Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy
expresiva y propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada
solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación
del mundo. VENID AADORARLO", y todos nos arrodillamos unos momentos cada
vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una
genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y
santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en
nobleza..." "Victoria, tú reinarás..."
4. LA COMUNIÓN
Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo
de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces - sino también
los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.
Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando
del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra
participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo
entregado por nosotros".
http://www.aciprensa.com/Semanasanta/viernes.htm
Para el Vía Crucis
5ª Estación
5ª Estación
El Cireneo ayuda a llevar la Cruz de Jesús
Del diario de Rufo
Del diario de Rufo
Me llamo Rufo porque soy pelirrojo desde que nací. Mi
madre murió a las pocas horas de traerme al mundo, y mi padre, Simón, tuvo que
cuidar de mi hermano mayor, Alejandro, y de mí mismo. Vivíamos entonces en una
pequeña ciudad del Norte de África llamada Cirene. De allí partimos hacia
Jerusalén dos años después de dar sepultura a mi madre.
Todo esto ahora tiene poca importancia. Lo escribo porque, con
el paso de los años, veo cada vez con más claridad que Yahvé nos fue dirigiendo
de la mano para que nos encontrásemos con su Hijo.
Mi padre, que era fuerte y muy trabajador, encontró pronto un
empleo para cultivar las tierras de un sacerdote, en las afueras de Jerusalén.
Por lo demás los tres compartíamos una casa muy pobre en el centro mismo de la
ciudad.
Alejandro y yo éramos aún niños cuando oímos hablar de Jesús a
un escriba de los muchos que enseñaban en la explanada del Templo. Aquel hombre
ponía en guardia a sus discípulos sobre un galileo embaucador que pretendía
abolir nuestra santa Ley y amenazaba con destruir el Templo para rehacerlo en
sólo tres días.
―Vosotros no os metáis en discusiones religiosas ―nos ordenó
nuestro padre cuando se lo contamos―. Hay quien dice también que ese Jesús hace
milagros y habla con autoridad; pero no os fieis. Aunque somos judíos, aquí nos
tienen por extranjeros. Debemos ser prudentes.
Quién nos iba a decir que, pocos días más tarde, íbamos a ser
testigos de un hecho que transformaría por completo nuestras vidas.
Una mañana se corrió por toda la ciudad la noticia de que iban a
ejecutar en el Gólgota a tres delincuentes y que uno de ellos era el famoso
Galileo, Jesús de Nazaret. Nuestro padre no lo habría permitido, pero,
aprovechando que estaba en el campo, salimos corriendo de casa para ver el
cortejo de los soldados romanos con los malhechores.
Había una multitud enorme. Olía a sangre y a inmundicias. Buena
parte del gentío insultaba a los reos, pero, sobre todo, a Jesús. Las mujeres
lloraban y también algunos hombres, que parecían abatidos. No estoy seguro de
que entonces me diese cuenta de esto. Yo sólo tenía ojos para el Nazareno. Era
una llaga de los pies a la cabeza. Apenas podía caminar. Lo vi caer en tierra y
los latigazos no consiguieron que reaccionara. Alejandro entonces me dijo:
―¡Qué crueldad! Se está muriendo.
No sé cómo pude contener las lágrimas. Los niños algunas veces
son crueles, y yo ―no lo digo para disculparme― era un niño endurecido por la
vida.
De pronto vimos a nuestro Padre. Lo llevaban a la fuerza un par
de soldados. Él se resistía; parecía protestar y negarse a lo que le ordenaban.
Llegaron a donde estaba Jesús y le obligaron a levantar la cruz.
Lo hizo con
facilidad y el Señor pudo ponerse en pie. Jesús le miró, y aquellos labios
sanguinolentos sonrieron de agradecimiento.
Mi padre entonces se echó al hombro la cruz con energía y
extendió su brazo izquierdo para que se apoyara el condenado a muerte. Un
soldado trató de reprochárselo, pero Simón de Cirene ―con qué orgullo escribo
hoy su nombre― le devolvió una mirada de piedra y comenzó a caminar siendo el
báculo del Señor.
Todo cambió desde aquel instante. Mi padre estuvo junto a la
Cruz y fue testigo de lo ocurrido hasta el último instante. Volvió a casa en
silencio. No fue posible arrancarle una sola palabra.
Los tres fuimos bautizados el día de Pentecostés. Pedro nos
impuso las manos y recibimos al Espíritu Santo. Conocimos a María, la Madre de
Jesús, y a mí me dio un beso en la frente.
Hace un mes murió Simón. Tenía sesenta y dos años. Alejandro ha
cumplido ya los treinta y yo veintiséis. Vivimos y trabajamos en Jerusalén,
Estamos casados, tenemos hijos y llevamos con orgullo el nombre de cristianos.
A mí me piden una y otra vez que cuente esta breve historia.
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