Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
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INTERESANTE DOCUMENTO
Giulia Galeotti deshace el mito de la marginación social de la mujer
por parte de la Iglesia.
Giulia Galeotti colabora en «La Gran Prostituta»
Una historiadora responde desde el feminismo a los grandes tópicos sobre una Iglesia «anti-mujer»
Carmelo López-Arias / ReL15 octubre 2015
Además de doctora en Historia y joven investigadora y profesora en la Universidad de Florencia, Giulia Galeotti se ha especializado en una revisión histórica sobre el feminismo y el papel de la mujer en la sociedad antigua, moderna y contemporánea. Católica pero sin reparos para hablar de lo que considera una cierta "misoginia" en la Iglesia, la defiende sin embargo de la tópica falsedad de ser una enemiga de la mujer.
Su contribución al volumen La Gran Prostituta. Tópicos sobre la Iglesia a lo largo de la historia (San Pablo) se titula precisamente "Opresores de las mujeres", una de las acusaciones más frecuentes contra la Iglesia. José Luis Rodríguez Zapatero la formuló con rotundidad anticristiana en los inicios de su mandato, en una entrevista concedida al Time Magazine el 19 de septiembre de 2004: "Lo que despierta mi vena rebelde son veinte siglos de un sexo dominando a otro". Veinte siglos, ni un minuto más ni un minuto menos: justo los que cumple el cristianismo.
Lutero identificó a la Iglesia con la Gran Prostituta mencionada en el capítulo 17 del Apocalipsis. Desde entonces es una de las denominaciones preferidas de los anticristianos de todo signo.
Pero es -y no resulta sorprendente- justo al contrario de lo que piensa Zapatero, y Galeotti ha llegado a esa conclusión tras años de "estudios e investigaciones de otras mujeres" además de los suyos propios, no sólo "sobre todo lo que las mujeres han dado a la Iglesia en el curso de los siglos", sino también sobre "todo lo que la Iglesia ha dado a las mujeres, ofreciéndoles posibilidades que la sociedad laica de su tiempo ni concebía siquiera".
Testigos que nadie más valoraba
Para empezar, recuerda el papel de la Santísima Virgen (una mujer) en la Redención, pues su "aceptación... tuvo la capacidad de cambiar el curso de la Historia", e incluso en la misma Sagrada Familia, donde, algo impensable en su tiempo y sin merma de la autoridad de San José, "en el centro hay una mujer".
Y luego está el caso de María Magdalena: en una época y una cultura en donde la mujer "no tenía la capacidad (jurídica y en sentido lato) de atestiguar", Cristo la elige a ella como primer testigo de su Resurrección.
Giulia Galeotti demuestra que históricamente la Iglesia ha contribuido más a la dignidad de la mujer que cualquier otra institución o personalidad.
Naturalmente, para los defensores de la idea zapateril puede ser sencillo recurrir al tópico de que la Iglesia-institución traicionó luego el mensaje de Aquel a quien Giulia Galeotti denomina "el primer feminista de la Historia".
Los poderes de la Consorzia
No sucedió así, sin embargo. La autora de este trabajo incluido en La Gran Prostituta recuerda que la Iglesia introdujo en la sociedad "una revolucionaria concepción del vínculo matrimonial pidiendo a los cónyuges el mismo deber de fidelidad", igualándoles así desde el plano moral en algo en lo que la permisividad social ha sido, y es todavía, radicalmente discriminatoria: "Durante mucho tiempo, el derecho canónico ha sido el único que igualaba el adulterio masculino y el adulterio femenino".
En cuanto al papel real de la mujer en la sociedad, durante la Edad Media, periodo esencialmente cristiano, abundan los casos de subordinación masculina al poder de una mujer incluso en el ámbito eclesiástico. Galeotti expone con detenimiento el caso de la Consorzia, una hermandad mariana que nació en el siglo XIII en torno a la catedral de Savona (Liguria, Italia), mixta, gestionada indistintamente durante siglos por un prior o una priora, pero que paulatinamente, entre 1529 y 1564, fue marginando a los hombres de la dirección: podían ser miembros, incluidos el obispo y los canónigos de la catedral, pero tanto la priora (noble) como la subpriora (plebeya) tenían que ser mujeres. No hace falta decir que en aquellos tiempos el poder político, económico y jurisdiccional de una hermandad de esa naturaleza excedía lo devocional, y en particular la Consorzia fue durante siglos, bajo la dirección femenina, un factor decisivo en el desarrollo de la ciudad y de la región.
Giulia Galeotti destaca asimismo dos figuras cuyo carisma personal era reconocido con naturalidad -pese a las dificultades que encontraron, similares a las de otros profetas o reformadores varones- por los Papas de su tiempo, como Santa Catalina de Siena (1347-1380) y Santa Teresa de Jesús (1515-1582).
Monjas empresarias
Y más adelante en el tiempo, cuando a partir del siglo XVIII se inicia la secularización de las sociedades europeas, de forma intensa y agresiva a partir de la Revolución Francesa, surgen congregaciones femeninas que la Iglesia impulsa y demuestran la capacidad de iniciativa, creatividad y gestión de las mujeres para solventar de manera práctica y concreta necesidades sociales nuevas: educativas, sanitarias, asistenciales.
Por no hablar del impulso misionero del siglo XIX: las misioneras combonianas llegaron a zonas de Sudán aún desconocidas por aventureros y exploradores.
Nace además una figura de facto, señala la profesora Galeotti: la "monja-empresaria". Cuando las primeras feministas de la sociedad burguesa empezaban a reivindicar algún papel para la mujer en el ámbito laboral urbano -en el campo nunca lo habían perdido-, las religiosas, tanto de vida activa como contemplativa, gestionaban con eficacia importantes patrimonios y actividades económicas al servicio de sus fines fundacionales o para subvenir las necesidades de unos monasterios que ya no podían vivir, como en siglos pasados, de las dotes recibidas o de patronazgos exclusivos.
Del mismo modo, numerosos monasterios ofrecían a sus monjas una formación cultural a la que la mayor parte de sus contemporáneas no tenía acceso en la vida civil.
O está el caso de Teresa Eustaquia Verzieri (1801-1852), quien fundó en 1831 las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús y peleó hasta conseguir que también las congregaciones femeninas pudiesen tener una superiora general. Lo consiguió del Papa Gregorio XVI para su instituto en 1841 (cuando en la sociedad civil las mujeres no podían ni votar), abriendo la puerta a un principio luego general.
Las dos etapas anti-femeninas del feminismo
Tras este sucinto pero clarificador repaso histórico, Galeotti reprocha, por contraste, la componente anti-femenina de las dos grandes etapas del feminismo contemporáneo.
La etapa de la "liberación sexual", porque ha intentado "borrar la fisonomía y la específica anatomía de las mujeres del discurso público y jurídico". El odio a la maternidad de ese feminismo presenta la especificidad femenina "como un handicap que hay que borrar". La "anatomía femenina", por el contrario, "es un valor, no una dolorosa carga construida históricamente sobre la injusticia y fundada en la prevaricación masculina".
Y en su etapa actual, la de la "ideología de género", el feminismo es aún más anti-femenino, porque como, según esa ideología, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son "construcciones culturales inducidas de las que hay que liberarse para establecer una auténtica igualdad", lo que se intenta es "liberar a las mujeres liberándolas de su feminidad, limpiándolas de sus características naturales".
La Iglesia, oponiéndose como lo ha hecho a ambas corrientes, "desarrolla cada vez más un importante papel de defensa de la especificidad de la mujer".
Tópicos sin base, pero propagandísticamente eficaces
Junto a este importante capítulo sobre la actitud de la Iglesia ante la mujer, La Gran Prostituta incluye otros sobre el celibato eclesiástico, la Inquisición, el antisemitismo, el odio al sexo o la enemistad hacia la ciencia, así como otros mitos inventados por la propaganda anticrisitana cuya carencia de fundamento histórico queda al descubierto. Todos los estudios están a cargo de mujeres historiadoras coordinadas por Lucetta Scaraffia, ella misma atea y feminista radical hasta que la verdadera faz de ese feminismo, el estudio de la Historia y la figura de Santa Teresa de Jesús la impulsaron a convertirse.
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