Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Una buena reflexión sobre
la
Pascua
PASCUA DE RESURRECCIÓN
OCTAVA DE PASCUA
LUNES MARTES
MIERCOLES
LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 2,14. 22-32: Dios
resucitó a Jesús
b.- Mt. 28, 8-15: Aparición de
Cristo a las mujeres
c.- S. Juan de la Cruz: “Y así,
estas maravillas nunca Dios las obra, sino cuando meramente son necesarias para
creer; que, por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran
experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase, hizo muchas cosas
para que sin verle le creyesen; porque a María Magdalena (Mt. 28, 1 8) primero
le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles porque la fe es por el oído, como dice san
Pablo (Rm. 1O, 17) y oyéndolo, lo
creyese primero que lo viese” (3S 31,8).
Estamos en la semana de la
Octava de Pascua, semana que la Iglesiacelebra la Resurrección de Cristo,
inaugurando los cincuenta días del tiempo pascual antes de Pentecostés. Las
apariciones del resucitado son el centro de cada una de las lecturas de estos
días; se une a ellas el caminar de la naciente Iglesia de Cristo, con las
peripecias que sufrieron los apóstoles por el anuncio del Evangelio.
Los apóstoles anuncian la
verdad de la resurrección, verdad que enrostran a los propios judíos que lo
colgaron y mataron en una cruz, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Es
el primer Kerigma, el primer anuncio de Pedro, proclamación pública y testimonio
personal de Jesucristo resucitado. Se cumplen las palabras de Joel 3,1-5 y el
Salmo 16,8-11 acerca de este anuncio (v. 16 y v.25) de salvación y de cómo Dios
resucitará a su siervo, sobre todo las palabras: “No me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (v. 27); con su resurrección,
culmina el proyecto de Dios
El evangelio nos narra dos
acontecimientos relacionados con Cristo resucitado. El primero es la aparición
del Resucitado con la Magdalena y María la de Santiago en su visita al
sepulcro. El ángel les anuncia: “El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo:
Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí,
ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora
id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá
delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. Ya os lo he dicho. Ellas
partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar
la noticia a sus discípulos” (Mt. 28, 5-8). Cuando regresan para comunicar la
noticia, entonces el propio Jesús se les aparece y les dice: “En esto, Jesús
les salió al encuentro y les dijo: ¡Dios os guarde! Y ellas, acercándose, se
asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: No temáis. Id,
avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt. 28, 9-10).
Un segundo, hecho de este
evangelio, se trata de la falsa noticia sobre el sepulcro vacío de Jesús. Los
sumos sacerdotes y los ancianos compraron el silencio de los guardias, a
quienes les mandaron decir, que el cuerpo de Jesús, lo habían robado los
apóstoles, de noche, mientras ellos dormían.
Es al cristiano de a pie, hoy
quien tiene la responsabilidad de anunciar a Jesucristo resucitado, como lo
hicieron los apóstoles y la Iglesia en todos los siglos de fe cristiana. Será
el testimonio personal quien convenza al mundo y a nuestra sociedad que Cristo
vive si nosotros como hombres y mujeres llenos de esperanza y valores humanos
vividos en la fe de Cristo resucitado. Es la vida nueva del bautizado, que
basado en la fe apostólica, hemos de creer, proclamar y testimoniar con nuestra
existencia cristiana.
Creer en la resurrección de
Cristo significa que ese hombre, esa mujer, pasó de las tinieblas de la muerte
y del pecado, al gozo de la vida de resucitado, vida de gracia y de fe
renovada. La resurrección de Cristo, como dato fundamental de nuestra fe,
inaugura una nueva creación, donde la muerte, el pecado y el demonio no tienen
ya la última palabra, ellos fueron vencidos, sino la vida, la gracia de Dios y
su amor salvador. La vida verdadera de Cristo resucitado, atraviesa las sombras
de la muerte y vence, lo mismo sobre el pecado y el demonio, para todo hombre y
mujer que crea en Jesucristo, el Señor, Resucitado. La fe en ÉL es la vía de la
salvación ayer, hoy, y siempre.
San Juan de la Cruz, cuando
habla de la fe, como único medio para creer,
reflexiona cómo Dios obra la fe en María Magdalena antes de contemplar a
Cristo resucitado, la hizo creer en ella, por el anuncio de los ángeles,
divinos mensajeros, y no más que por apariciones o visiones. También nosotros
debemos creer por la fe que hemos recibido de los apóstoles, sólo así
llegaremos a la auténtica unión con Dios. “Dichoso los que no han visto, y han
creído” (Jn. 20, 29).
MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 2, 36-41:Convertíos y bautizaos
b.- Jn. 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto
c.- S. Juan de la Cruz: “Hace tal obra el amor / después que le conocí, /
que, si hay bien o mal en mí, / todo lo
hace de un sabor / y al alma transforma en sí / y así, en su llama sabrosa, /
la cual en mí estoy sintiendo,/ aprisa, sin quedar cosa, / todo me voy
consumiendo” (Poesía XI “Sin arrimo y con arrimo”).
“¿Qué hemos de hacer, hermanos?
Pedro les contestó: Convertíos” (vv. 37-38). Esta fue la reacción de los
judíos al finalizar Pedro, su primera prédica. Conversión y bautismo en nombre
de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y recibir el Espíritu Santo, puesto que la promesa de
salvación es primeramente para los judíos, luego para todo el que crea.
Ese mismo Jesús que “vosotros habéis crucificado” Dios lo ha constituido
Señor y Mesías (v. 36). De la máxima humillación, como fue la Pasión y muerte
de Cruz, a la exaltación gloriosa de parte del Padre para con su Hijo, hasta
darle el título de Señor. La Pasión siempre será para el cristiano un motivo
para, en silencio y estupefacto, contemplar su pecado hecho carne y cruz de
dolor en la tragedia del Calvario y de la necesidad de pedir con el corazón
contrito, el perdón. El precio de su rescate fue la sangre preciosa de Cristo,
pero el pecador encuentra misericordia si arrepentido acude a la reconciliación
sacramental o confesión, segundo bautismo para el que cae.
Es precisamente en el sacramento de la reconciliación, conversión, dondela
Pasión de Cristo, se hace presente con toda la fuerza de su amor redentor para
limpiar y sanar al pecador arrepentido. Es el Espíritu Santo quien con su
inspiración llama al pecador a la conversión y actualiza la Pasión de Cristo y
su significado en el creyente.
El encuentro de Cristo con María
Magdalena, encuentro del Maestro y la discípula, sólo que en otro plano o
estadio. Aquel a quien ella creía era el jardinero, era, en realidad, Jesús
resucitado. Escuchar su nombre de los labios de Jesús la hace reaccionar:
“María” (v.16), ella que tantas veces había escuchado su voz postrada a sus
pies aprendiendo a ser discípulo, lo reconoce: “Rabbuní” (v.16).
Es el amor a Jesús, la que mueve a María a venir al sepulcro a llorar, mas
la presencia de Aquél que ama, hace del relato un encuentro vivo y convincente.
Postrada ahora a los pies del Señor Jesús, surge la fe verdadera, que la lleva
a la adoración personal, íntima, privilegiada quizás, respecto a los otros
discípulos. Una verdadera lección de cómo deben adorar los auténticos
discípulos del Señor.
El Cristo, que los discípulos deben adorar es el Cristo que asciende a los
cielos, la adoración de María Magdalena ocurre antes de la Ascensión, por esto
Jesús, le pide que no lo toque, porque todavía no ha subido al Padre (v.17). El
sentido profundo de esta escena es poner de relieve la experiencia personal de
la Magdalena, que la convence de la resurrección de Jesucristo y que ahora debe
convencer a los discípulos: “He visto al
Señor” (v. 18). Por primera vez Jesús llama hermanos a sus discípulos, todo un
hito en el evangelio de Juan, partícipes de su filiación divina.
La pecadora convertida, los discípulos convertidos, por la Pasión y el
amor redentor de Jesucristo, la fe y el amor signos indiscutibles que estamos
en vías de salvación por el perdón recibido y por la fuerza del Espíritu que
nos arrastra a un conversión mayor en calidad y nos hace proclamar a Cristo
resucitado con la propia vida. Hace tal
obra el amor, enseña Juan dela Cruz, que consume, transforma y une, iguala en
dignidad y eleva a la categoría de Quien ama primero y espera el amor del
amado, como eco alegre de un silencioso orar que contempla con nueva luz el
mismo misterio de salvación.
MIERCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 3, 1-10: Pedro y Juan sanan a un lisiado.
b.- Lc. 24,13-35: Los discípulos de Emaús.
c.- San Juan de la Cruz: “Y a los que iban a Emaús, primero
les inflamó el corazón en fe que le viesen, yendo él disimulado con ellos” (3S
31,8).
La curación del paralítico llevada a cabo por Pedro y Juan,
es claro signo del poder del resucitado, en su santo Nombre, obran el prodigio,
el lisiado pudo caminar. Quizás éste hubiera preferido una suculenta limosna,
pero ahora que puede caminar, puede decir que Jesús le cambió la vida, tendrá
que trabajar claro, pero será mejor que estar pidiendo limosna a la puerta del
Templo. El Nombre de Jesús, evoca su Persona y su autoridad, más aún su poder
sanador, con el cual actúan sus apóstoles hablan y obran prodigios, a ÉL debe
dirigirse también el enfermo y poner su confianza en que lo sanará.
Ese Jesús taumaturgo, del cual quizás oyó hablar el
lisiado, Pedro quiere dejar en claro, que está vivo, conserva el mismo poder
que poseía entonces y ha sido constituido en Mesías y Señor, luego de su Pasión
y Resurrección por el Padre (Hch. 2, 36). Será, en el segundo discurso de
Pedro, donde se explica el significado del Nombre de Jesús y por el cual vino
la salud al lisiado (Hch. 3, 11-26).
En el relato de la aparición de Cristo resucitado a los
discípulos de Emaús, encontramos toda una catequesis bíblica, eucarística y
eclesial. Quizás nos sirva pensar que también nosotros como ellos, pasamos del
desencanto de Jesús de Nazaret, hasta cuando comprendemos que debía sufrir la
Pasióny Resucitar por nosotros y nuestra salvación. Esperaban tanto de ÉL estos
discípulos y resulta que muere en la más absoluta ignominia, iba a resucitar y
han pasado días y no ha sucedido nada. Hay que reconocer, eso sí, que sus
esperanzas era muy lejanas al proyecto del Padre y del propio Jesús: “Nosotros
esperábamos que sería él, quien iba a librar a Israel…” (v. 21). Ha estos dos
más que discípulos habría que considerarlos admiradores de un Jesús político o
jefe de un nuevo partido en Israel y ellos sus ministros. A su contacto se
convertirán en verdaderos discípulos.
Por el testimonio de la
Escritura, Jesús, quiere llevarlos a la fe en su resurrección. El
caminante, parece ignorar lo acontecido, ellos a su vez ignoran que es Jesús
resucitado. “El les dijo: ¡Oh insensatos
y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. ¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando
por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre
él en todas las Escrituras” (vv. 25-28). El primer hito de la conversión está
en leer las Escrituras, en ellas está, la fuente de la esperanza.
Como caía la noche, los discípulos invitan al caminante a cenar “y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que,
cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero
él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro
corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (vv. 28-32).
El Resucitado les iluminó las mentes con la Escritura, ahora bendice el pan
para ellos, más aún inicia una eucaristía con la bendición del pan. Si bien
desaparece, parte el pan, les deja su Presencia, en
clave de fe pascual y eucarística.
La Presencia de Jesús, hizo arder el corazón de estos
discípulos, hasta ahora desencantados, en un nuevo amor al resucitado. “Y,
levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los
Once y a los que estaban con ellos, que
decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos,
por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían
conocido en la fracción del pan”. (vv. 33-35). Comunican su experiencia a la
naciente comunidad cristiana, la Iglesia, con Pedro a la cabeza. Comprendieron
que si había desaparecido para ellos, Jesús estaba vivo, y lo volverán a
encontrar en la comunidad, la de sus discípulos. Estaba ahí, de una manera
nueva, vivo, real, para los ojos que lo contemplan desde la fe, que brilla en
el corazón del que creen en ÉL. Tres formas de presencia del resucitado:
palabra, eucaristía y comunidad, todo una sola realidad nueva: su Iglesia,
morada de su singular vida de Resucitado.
Los discípulos de Emaús, nos enseñan a anunciar al
resucitado, desde nuestra experiencia personal en la comunidad eclesial y fuera
de ella. Siempre será necesario hacer el camino de Emaús, con Cristo, desde las
Escrituras, la Eucaristía y la vida eclesial, de lo contrario, no le
reconoceremos en el camino, en la escritura que leemos y mucho menos en la
Eucaristía a la que asistimos los domingos. Hay que hacer el camino para que ÉL
parta el pan, nos explique la Palabra y arda nuestro corazón con calor siempre
nuevo de resucitado.
Que no pase “disimulado” Cristo por nuestras vidas, ni en
la sociedad sino que tengamos fe para reconocerle. Esa es la invitación de Juan
de la Cruz, para quien sólo la fe es medio para la unión plena con Dios, porque
por ella viene a nosotros y por el mismo camino vamos a ÉL.
Fr. Julio González C.
OCD
Caminando con Jesus
www.caminando-con-jesus.org
caminandoconjesus@vtr.net
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