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lunes, 5 de marzo de 2012

VARÓN Y MUJER

VARÓN Y MUJER
por
Rafael María de Balbín
(El artículo que pongo a continuación
me parece esclarecedor ante los desvíos de la 
teoría de género y de lo que enseñan  o pretenden enseñar
en la asignatura Educación para la ciudadanía 
en los Colegios y hasta en las Cortes Españolas
con las leyes contra el derecho natural.
Solo un subnormal es capaz de no ver
 las diferencias entre los dos sexos masculino y femenino, 
que se complementan y se necesitan uno del otro,
 para hacer la familia, fundamento de la sociedad.
Sin familia de hombre y mujer  se acabaría la especie humana.
Pretenderlo de otra manera, será siempre anti natura o contra natura
y al final ...estériles!. 
Franja..)
Adán y Eva, Capilla Sixtina
¿Se puede decir en sano juicio que no nos diferenciamos?
Pertenece a la especie humana....¡Hombre!
Pertenece a la especie humana...¡Mujer!
Dos sexos. 
¡No existe un tercero ni una cuarto!
Leer a continucación:
VARÓN Y MUJER  
Rafael María de Balbín
            El hombre, la persona humana, tiene dos modos naturales de ser: como varón y como mujer. Esta dualidad corresponde al plan creador divino: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó”, tal como afirma el Génesis en su primer capítulo. No existe un tercer sexo, ni un cuarto, ni un quinto.
            Entre el varón y la mujer hay igualdad y hay diferencia: ambas son reales y legítimas. El varón y la mujer han sido creados, queridos como tales por Dios. Hay una plena igualdad esencial entre ellos, ya que son personas humanas. Y hay una desigualdad, accidental pero insoslayable, en cuanto a sus características y a su realización como varones o como mujeres. El varón y la mujer tienen peculiaridades anatómicas, fisiológicas y psicológicas propias, en las cuales se realiza plenamente, aunque de manera distinta, la misma humanidad. Con frecuencia se ha señalado la ternura, como propiedad más característica de la feminidad, con todo lo que lleva consigo de consideración afectuosa hacia las personas humanas singulares y sus necesidades e ilusiones. En cambio se ha caracterizado al varón por la virtud de la fortaleza, que lleva consigo el seguimiento de un proyecto vital racional, venciendo los temores y acometiendo con audacia las metas. Evidentemente que todas las virtudes son para todas las personas, varones o mujeres. Lo que se señala anteriormente es solamente una diferencia de orientación o de estilo vital.
            ¿Qué es mejor, ser varón o ser mujer? Para cada uno es mejor lo que Dios, a través de la naturaleza humana,  ha dispuesto para él, dentro de la común igualdad de origen y de destino que corresponde a los seres humanos. En la dualidad de sexos se manifiesta la sabiduría y la bondad del Creador. Ni el feminismo ni el machismo a ultranza hacen justicia a esta dualidad, que es riqueza y ornamento de la humanidad. La relación entre varones y mujeres no es dialéctica, de oposición, sino de colaboración y ayuda.
            Por ello no es válida la hipótesis del androginismo, según la cual sería indiferente el pertener a uno u otro sexo, y ello quedaría a elección de cada persona, en la medida en que los medios técnicos de que se disponga permitan esa transformación. La diferencia entre varón y mujer es, sin embargo, natural, y su alteración es una manipulación contra natura. Ya en el Antiguo Testamento se prohibían a los israelitas los usos que indujeran a borrar esta diferencia natural: “No llevará la mujer vestidos de varón, ni el varón vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominación a Yavéh, tu Dios”, tal como aparece en el Deuteronomio, en su capítulo 22.
            En los planes de Dios la humanidad obtiene su desarrollo y perfección a través de los peculiares modos de ser y tareas de varones y mujeres. El varón y la mujer están hechos «el uno para el otro»: esto no significa que estén hechos «a medias» e «incompletos»; sino que están orientadas hacia una comunión de personas, en la que cada uno puede ser «ayuda» para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas  y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, se unen  de tal manera que, formando una sola comunidad de vida, puedan transmitir la vida humana: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra», señala el mandato del Génesis. Al transmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, impulsan un proyecto ilusionado de vida nueva y cooperan de una manera privilegiada en la obra del Creador.
            El mandato divino va dirigido tanto al varón como a la mujer: “someter la tierra”, que no es atropellarla ni destruirla, sino ser responsables ante Dios del desarrollo del mundo. Nuestros primeros padres fueron creados buenos, en armonía con Dios, entre ellos y con respecto a la naturaleza; en estado “de santidad y de justicia original”, tal como enseñó el Concilio de Trento, partícipes de la vida divina por la gracia. No debían ni morir ni sufrir, mientras no se rompiese la amistad con Dios y la armonía de la creación.
            El varón y la mujer tenían cada uno el dominio de sí, de modo que sus pasiones fueran dirigidas por la razón y no triunfaran los imperativos de la concupiscencia, la avaricia y el egoísmo. El trabajo no era penoso, sino una colaboración con Dios para el perfeccionamiento de la creación material. Así fue nuestra primera condición, original y originaria, tal como Dios la quiso.
            Bien lejos estamos de aquella primitiva condición. No raramente las relaciones entre varones y mujeres se ven deterioradas por afanes de predominio, de abusos de fuerza o de astucia. Sin embargo, es preciso valorar a cada persona humana, varón o mujer, en lo que es y en lo que vale, de manera que la armonía en el trabajo y en las relaciones interpersonales, refleje el plan divino de riqueza, complementaridad y armonía que está presente en el plan de la Creación y en el de la Re-creación de la humanidad.
Un ramo de flores para nuestras madres, 
que con tanto cariño, y con la colaboración
 y ayuda de nuestros padres,
 llevaron la mayor parte del trabajo de traernos al mundo, 
haciendo  realidad  el plan de Dios de la creación. 
Franja.

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