Blog católico de Javier Olivares-Baionés jubilado-Baiona
Día 23 de mayo
JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE
JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Evangelio: Lc 22, 14-20;
"Cuando llegó la hora,
se puso a la mesa y los Apóstoles con El. Y les dijo: Ardientemente he deseado
comer esta Páscua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que no la
volveré a comer hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios. Y tomando
el cáliz, dió gracias y dijo: Tomadlo y distribuidlo entre vosotros; pues os
digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que venga el
Reino de Dios.Y
tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi
cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Y del mismo
modo el cáliz después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza
en mi sangre, que es derramada por vosotros."
El Amor de Jesús
Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros. Aquella cena
pascual no era una más. Posiblemente quienes se ocuparon de preparar lo
necesario para aquella cena lo harían con un especial esmero, el propio de esas
circunstancias festivas, considerando además la presencia del Maestro, pero en
modo alguno podían imaginar los sentimientos del corazón de Jesús y lo que
significaba y supondría aquella cena pascual. Ardientemente, dice Jesús.
Y parece querer expresar un deseo desmedido y por largo tiempo esperado.
De hecho, para eso, para lo que iba a tener lugar en aquel atardecer había venido al
mundo.
En este texto de san Lucas que hoy consideramos, en la Fiesta de
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, está todo. Aquí se contiene nuestra
grandeza, lo que solemos llamar dignidad humana, que es en Dios y por divina
voluntad. Y no es la de Jesús una mera ilusión divina, incierta o más o menos
difícil de garantizar; algo deseable, bueno sin duda, pero que no se llega a
querer con todas las fuerzas. Jesús esperaba aquella cena con un deseo
divino apasionado; ardiente e impaciente, podríamos decir. El cuerpo y la
sangre del Señor son entregados por nosotros: siguiendo la literalidad de este
pasaje del Evangelio de san Lucas, "por vosotros": los apóstoles que
escuchaban a Jesús en aquel momento. Aunque otras veces y en los otros
Evangelios quede claro el destino universal de la Salvación. Por
consiguiente, por voluntad de Dios –vale la pena insistir en ello–, Jesucristo
se entrega por los hombres: tal es el valor que tenemos ante los ojos de Dios.
Se paga por los hombres el mayor precio posible. Y no es menos significativo
que sea Dios, sabiduría infinita, quien paga ese precio. Por poderosas que
parezcan las razones que nos llevan a ensalzar nuestra categoría humana, por
encima de todo lo demás que contemplamos, no dejarán de ser argumentos nuestros
y valoraciones "de tejas abajo". La categoría y dignidad del hombre
la ha valorado Dios, que nos ha hecho hijos suyos por Jesucristo.
No termina, sin embargo, el amor de Dios por los hombres en lo
mencionado, y no sólo porque lo será siempre torpemente, por la incapacidad de
nuestras palabras para hablar de los dones de Dios. Es que nuestro Dios quiso
conceder a los hombres un amor a la medida del suyo, configurando a
algunos de los nuestros consigo mismo, que son otros Cristos, para hacer
perpetuo, siempre actual, su sacrificio de la Cruz. Haced esto en memoria mía,
les dijo. Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, lo es el sacerdote del Nuevo
Testamento, que celebra cotidianamente, renovando sobre el altar el mismo
Sacrificio de la Cruz. En la Santa Misa, por las manos de sacerdote, se entrega
cada día el Cuerpo y se derrama la Sangre de Cristo por la salvación
del mundo.
Última cena. Tintoreto
ICONO DE LA ÚLTIMA CENA
¿Valoramos tu y yo la Misa?
¿Valoramos al sacerdote, sea quien sea?
Dios Espíritu
Santo, el abogado que el Padre nos enviaría en nombre de Jesús, nos santifique
para que entendamos un poco más y vivamos mucho mejor, cada uno a nuestro modo,
el inapreciable don del sacerdocio. No somos seres de un demiurgo incognoscible
e inalcanzable, o desprendidos de un ser absoluto que sin más nos domina.
Nuestro Padre Dios nos hizo sacerdotes, para que le adoráramos con un culto
digno de su grandeza; para que le demos gracias que acoge complacido en su
inmensidad y trascendencia; para que, arrepentidos, le pidamos perdón de
nuestras infidelidades y nos perdone; para que le supliquemos su
favor y benignamente como a hijos nos atienda.
¿Es nuestra vida una Misa permanente? ¿Lo
son, de hecho, cada una de nuestras jornadas? En esto podría consistir,
debería consistir, cada día. Una serie de actividades que de algún modo
giran en torno a la celebración eucarística: como preparación, como
acción de gracias.
ICONO DE LA ÚLTIMA CENA
No perderían
en absoluto el atractivo humano propio en cada caso. Muy al contrario, nuestros
quehaceres se verían realzados por la belleza sobrenatural de ser realizados
ante Dios y por su amor, una belleza mucho más hermosa y atractiva que
cualquiera humana. Posiblemente a algunos de nuestros contemporáneos, que se
dicen cristianos, leales Papa, y a nosotros mismos, nos falta fe. Tal vez por
esto la sociedad no descubre a menudo interés en vivir según Dios. De hecho,
los ideales de bastantes pueblos, con mayoría cristiana, se ven condicionados
con frecuencia por normas y costumbres que no pocas veces ofenden a Dios.
Todavía bajo
el efluvio del Espíritu Santo, cuya su solemnidad acabamos de celebrar, nos
encomendamos al Paráclito para que inspire en la vida de todos fervientes
deseos de santidad, de una vida llena de Dios y, por consiguiente, sacerdotal.
Con unas jornadas orientadas por la Santa Misa como centro a Dios Padre, como
otros Cristos ofrecidos por la salvación de nuestros conciudadanos, con
ocasión de los quehaceres de cada uno.
Nadie como
Santa María, la madre del Sumo y Eterno Sacerdote, nos puede inspirar
sentimientos eficaces a la manera de los de su divino Hijo. ¡Qué más
quiere ella que hacernos santamente felices!
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Franja.
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