Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
- EL ORGULLOSO CON SU “YO” Y EL HUMILDE CON DIOS. Por
Javier Leoz
1.- Todos necesitamos de todos y vivimos de todos, aunque
estemos inflados de orgullo y vanidad.
--Unas veces somos tan “farisaicos” que nos cuesta muy poco y
casi nada traspasar los límites y ajustar cuentas con el mismo Dios sin percatarnos
que todo nos viene de Él.
--En otras ocasiones sale a relucir la humildad que llevamos
dentro y optamos por ponernos al final del templo sacando de la maleta los más
viejos y negativos recuerdos sin reflexionar que Dios hace tiempo que los
olvidó.
--Aunque, ciertamente, hay otros tantos hermanos nuestros que se
sitúan tan al fondo de la iglesia que parecen estar (más que ante Dios) jugando
al escondite con el Espíritu Santo o, simplemente, cumpliendo para luego
marchar cuanto antes para continuar viviendo sin más trascendencia.
2. Uno y otro, el orgulloso del humilde, se distinguen por algo
en esta parábola que nos presenta Jesús: el primero hablaba desde la arrogancia
y el segundo, en cambio, desde el corazón.
Lo mismo, en una dirección u otra, nos podemos reflejar también
nosotros:
*Si vivimos nuestra fe como un simple código de normas… somos
fariseo
*Si nos sentimos sostenidos por la mano de Dios… somos publicano
*Si sacamos las medallas al mérito… somos fariseo
*Si buscamos en el trasfondo de todo lo que hemos realizado a
Dios….somos publicano
*Si nos sentimos los mejores y los auténticos… somos fariseo
*Si intentamos vivir y pensar en Dios sin comparaciones… somos
publicano
3.- En cuántas ocasiones acudimos a la iglesia intentando buscar
a Dios y, sin darnos cuenta, ponemos un espejo delante de nosotros para
autocomplacernos con la caridad que hicimos o con el ramillete de oraciones
contabilizadas en el disco duro de nuestra memoria.
Dios, en cambio, saborea y disfruta con la naturalidad y
espontaneidad de sus hijos. Sabe, mucho antes de que nos instalemos en su
presencia, con que disfraces venimos y con qué traje deseamos salir de nuevo a
la vida. Dios, que tiene de ingenio todo, va al fondo del corazón. Y en el
corazón es donde El disfruta y goza con nosotros. En el corazón del creyente no
existen las cuentas pendientes ni los reproches. En el corazón humilde es donde
hemos de aprender a buscar y guardar la voz de un Dios que valora y potencia la
humildad como una gran autopista para ir más deprisa a su encuentro.
3.- Pidamos a Dios que ese “yo” que se siente seguro de sí
mismo, que se cree mejor que todo el mundo, más perfecto en todo, más rico, más
inteligente, más experto en la vida, etc., sea disuelto por la inquietud de ser
auténticos seguidores de Cristo.
También yo (aquí y ahora en el gran templo que es mi vida), en
multitud de situaciones, puedo correr el riesgo de caer en la misma actitud
farisaica:
-Cuando me considero el mejor vecino o el inigualable amigo
-Cuando pienso que nadie desarrolla el trabajo como yo
-Cuando descalifico a los demás creyéndome el poseedor de toda
verdad
-Cuando voy perdonando la vida a los que no caminan al mismo
ritmo que yo o la suerte no les ha sonreído como a mí
-Cuando me considero más formado en las letras, en la ciencia o
en la fe y sin derecho a réplica
4.- Estamos en el año dedicado a la Misericordia. Tal vez, una
forma práctica de llevar a cabo el evangelio de hoy, sea el ocupar los primeros
bancos de la iglesia no para relatar a Dios nuestros éxitos pero sí para que
seamos cada día más sensibles al gran valor que tiene estar cerca del altar y
del lugar desde donde El habla. Al fin y al cabo, la humildad se cosecha más y
mejor con aquello que más nos cuesta.
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