Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
CANONIZACIÓN DE LOS
VIDENTES DE FÁTIMA,
los hermanos, videntes con su prima Lucia,
SAN
FRANCISCO Y SANTA JACINTA MARTO.
Con motivo de la canonización de dos de los niños videntes de la
Virgen de Fátima el Beato Francisco y la Beata Jacinta el 13 de mayo del 2017,
en el CENTENARIO DE LAS APARICIONES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN A TRES PASTORCILLOS,
LUCIA, FRANCISCO Y JACINTA, el SANTO PADRRE FRANCISCO, en su peregrinación al
Sntuario de Fátima; declaró santos a los dos niños hermano, San Francisco Marto
y Santa Jacinta Marto,
Por este motivo y para recordar y reflexionar este evento, la
revista “EL GRANITO DE ARENA” PUBLICÓ EL SIGUIENTE EDITORIAL:
Franja.
Editorial (mayo 2017)
12 MAYO 2017
Artículo publicado en la revista
El Granito de Arena
de mayo de
2017.
Sin enchufe es
imposible ser santo
Mañana, 13 de mayo, tendrá lugar la canonización de Francisco
(1908-1919) y Jacinta Marto (1910-1920), conocidos como los pastorcitos de Fátima. Junto a su prima Lucía Dos Santos (1907-2005),
fueron los testigos privilegiados de las apariciones de la Virgen en Fátima,
Portugal, del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917. Con motivo del I Centenario
de esta aparición mariana se está celebrando un Año Jubilar que atrae a cientos
de miles de personas hacia la Basílica de la pequeña localidad portuguesa.
En la Audiencia del 17 de mayo del año 2000, miércoles posterior
a la beatificación de Francisco y Jacinta, el papa Juan Pablo II afirmó que «en
Fátima la Virgen eligió a unos niños, Francisco, Jacinta y Lucía, como
destinatarios de su mensaje. Ellos lo acogieron tan fielmente que no sólo
merecieron ser reconocidos como testigos creíbles de las apariciones, sino
también se convirtieron ellos mismos en ejemplo de vida evangélica.
Francisco era un niño bueno, reflexivo, de espíritu
contemplativo. Jacinta era viva, bastante susceptible, pero muy dulce y amable.
Sus padres los habían educado en la oración, y el Señor mismo los atrajo más
íntimamente hacia sí mediante la aparición de un ángel que, con un cáliz y una
Hostia en las manos, les enseñó a unirse al sacrificio eucarístico para
reparación de los pecados. Esta experiencia los preparó para los sucesivos
encuentros con la Virgen, la cual los invitó a orar asiduamente y a ofrecer
sacrificios por la conversión de los pecadores. Con los dos pastorcitos de
Fátima la Iglesia ha proclamado beatos a dos niños, porque, a pesar de que no
fueron mártires, dieron muestras de vivir en grado heroico, no obstante su
tierna edad. Heroísmo de niños, pero verdadero heroísmo.
Su santidad no depende de las apariciones, sino de la fidelidad
y del esmero con que correspondieron al don singular que recibieron del Señor y
de María santísima. Después del encuentro con el ángel y con la hermosa Señora,
rezaban el rosario varias veces al día, ofrecían frecuentes penitencias por el
fin de la guerra y por las almas más necesitadas de la misericordia divina, y
sentían el intenso deseo de consolar al Corazón de Jesús y al de María. Además,
los pastorcitos tuvieron que sufrir las fuertes presiones de los que los
impulsaban, con la fuerza y con terribles amenazas, a negarlo todo y a revelar
los secretos recibidos. Pero ellos se animaban mutuamente, confiando en el
Señor y en la ayuda de aquella Señora, de la que Francisco decía: “Es nuestra
amiga”. Por su fidelidad a Dios, constituyen un luminoso ejemplo, para niños y
adultos, de cómo conformarse de modo sencillo y generoso a la acción
transformadora de la gracia divina».
La canonización de Francisco y Jacinta es la mejor prueba de que
la llamada a la santidad no excluye a nadie. El camino de la santidad, es
decir, el de la felicidad, está abierto a todos, no hay ningún tipo de
prohibición ni exclusión. Hombres, mujeres, pecadores y pecadoras… Más aún, la
invitación es, por sí misma, garantía de que llegaremos a la meta. No por
nuestros méritos, sino por el empeño de quien nos sigue invitando: Dios mismo.
En realidad, los santos tienen enchufe, mucho enchufe, porque
sin enchufe sería imposible llegar al cielo. Al cielo se llega mucho más por la
misericordia que resplandece en la meta, que por la fuerza de nuestros puños. Y
Dios es el primer interesado en nuestra santidad, en nuestra felicidad. Para
ello nos ha creado y redimido. Para que lleguemos a la meta celestial sigue
haciéndose presente en nuestra vida y siendo, como con los discípulos de Emaús,
el compañero de camino que nos explica el sentido de la existencia y nos
alimenta con su cuerpo.
Homilías del Papa y Temas sacerdotales
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