Temas actuales
Evitar las enfermedades litúrgicas
Sería muy bueno
que durante este tiempo de Pascua, intentáramos en nuestras parroquias y
comunidades vacunarnos contra ellas
Autor: Iglesia
en Zaragoza | Fuente: revistaecclesia.com
Un conocido
sacerdote de Zaragoza, que quiere mantener el anonimato, ha redactado para la
publicación de la Hoja
Diocesana (Iglesia en Zaragoza, núm. 1.621), un interesante
artículo sobre las enfermedades litúrgicas más comunes.
Sería muy bueno
que durante este tiempo de Pascua, intentáramos en nuestras parroquias y
comunidades vacunarnos contra ellas... Durante mi ministerio sacerdotal he
apreciado, en las diferentes comunidades a las que he servido, diferentes
patologías durante las celebraciones litúrgicas que se agudizan en mayor o
menor medida dependiendo de las circunstancias y de las cuales paso a describir
sus síntomas:
Es la primera
de ellas. Es un súbito bloqueo que observamos de las personas que entran por la
puerta del templo y que bloquea totalmente los órganos vocales durante los
cantos y las respuestas al final de las oraciones e incluso a la hora de
contestar “amén” al recibir la comunión. Es un mal que ataca más a los hombres
que a las mujeres. Es totalmente virulento en la celebración de las bodas y
bautizos, ya que suele paralizar totalmente los mecanismos de la fonación.
Suele curarse en seguida, en el momento que se toma un café o una cerveza en el
bar de la esquina más cercana a la iglesia.
Es la segunda
enfermedad que aprecio muchas veces en los feligreses. Se produce nada más
entrar por la puerta del atrio, los síntomas no tardan en aparecer: temblores
en las piernas y un miedo irremediable a ponerse en los primeros bancos de la
iglesia. Otra acepción de esta enfermedad es “humildad litúrgica”, el que
padece este mal suele tener un ataque apenas entra por la puerta. Es un mal muy
útil para casos de incendio o evacuación precipitada del local. Sirve también
para no sentirse aludidos con los reproches de Jesús en el evangelio a los
fariseos soberbios acusados de ocupar los primeros bancos.
Esta enfermedad
todavía es más grave. Es un mal que se debe a la apertura de ambos conductos
auriculares, que permite que el sonido que entra por uno, salga libremente por
el opuesto, sin pasar por el cerebro ni el corazón. En sus orígenes fue
descubierta por un antiguo párroco de Santa Engracia llamado Don Mariano
Carilla, que subía al púlpito, sin notar que estaban abiertos los recién
inaugurados micrófonos: “Predica, predica, Mariano, que para el caso que te
hacen...” Los síntomas de esta enfermedad se vuelven agudos cuando se dan
avisos, recomendaciones, o se convoca a algún acto a celebrar.
Es un estado de
semi-trance (no producido por el incienso, como algunos creían) que se
resuelve, en algún caso, en cabezadas o hasta ronquidos. El paciente tiende a
perder contacto con la realidad y a menudo padece una defectuosa percepción del
paso del tiempo. Se manifiesta sólo cuando el sacerdote comienza a predicar la
homilía.
Los estudiosos del tema nos comunican, que incluso hay personas que en ese momento les da por comenzar a rezar el Rosario. En casos agudos se puede caer hasta en la total inconsciencia, que sólo desaparece cuando los demás, se ponen en pie tras la homilía y comienzan a rezar el credo.
Los estudiosos del tema nos comunican, que incluso hay personas que en ese momento les da por comenzar a rezar el Rosario. En casos agudos se puede caer hasta en la total inconsciencia, que sólo desaparece cuando los demás, se ponen en pie tras la homilía y comienzan a rezar el credo.
Como se puede apreciar es un mal general
que necesita mucha paciencia y comprensión.
Hay que cuidar más los detalles
y las disposiciones de las explicaderas
para que funcionen mejor las entendederas.
Franja.
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