Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
San Antonio de Padua o de Lisboa
día 13 de junio
día 13 de junio
milagros de San Antonio
Responso de San Antonio
Frases de San Antonio
San Antonio de Padua
Nació en Lisboa a finales del siglo XII. Muy joven ingresó en los Canónigos Regulares de San Agustín en Lisboa y después pidió el traslado a Coimbra.
Aquí conoció a los franciscanos que se dirigían a Marruecos, cuyas reliquias contempló después de su martirio. Ansioso de propagar la fe entre los Musulmanes y de sufrir él mismo el martirio, se pasó a la Orden de Hermanos Menores.
No logró su intento de dar la vida por Cristo: cayó enfermo en Marruecos, y la nave en que regresaba a su patria fue a parar a Sicilia.
Estaba destinado a desplegar su apostolado en regiones del mediodía de Francia y en Italia, infestadas por la herejía, y a ello se dedicó, tras un período de vida eremítica, cuando la Providencia quiso poner de manifiesto los talentos de que le había dotado.
Fue el primer profesor de teología de la Orden. Escribió sermones llenos de ciencia, elegancia y unción.
Murió en Padua el 13 de junio de 1231. Tras su muerte, el Señor multiplicó los milagros debidos a su intercesión.
Lo canonizó Gregorio IX en 1232 y Pío XII lo proclamó doctor de la Iglesia en 1946.
ORACIÓN
Dios todopoderoso y eterno, tú que has dado a tu pueblo en la persona de san Antonio de Padua un predicador insigne y un intercesor poderoso, concédenos seguir fielmente los principios de la vida cristiana, para que merezcamos tenerte como protector en todas las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
Milagros de San Antonio
San Antonio reparte el pan a los pobres
El milagro viene a ser la firma auténtica de Dios que con ella acredita la verdad de una cosa o la santidad de una persona. Por eso la Iglesia nunca canoniza un santo sin que conste que por su intercesión y medio se han hecho milagros verdaderos, concienzudamente estudiados y comprobados.
A San Gregorio se le llama el Taumaturgo por los muchos y grandes milagros que obró. San Vicente Ferrer dijo en su última enfermedad a persona de su confianza que creía haber realizado no menos de dos mil milagros en su vida. De hecho, en su proceso de canonización se presentaron más de seiscientos milagros históricamente comprobados. San Antonio de Padua pasa de vuelo a estos taumaturgos, no sólo por sus cuantiosos milagros en vida y numerosísimos después de su muerte, sino porque continúa haciéndolos todavía. La institución y funcionamiento del Pan de los Pobres es palmaria demostración de esto. No hay pueblo conocido donde no tenga devotos el Santo de todo el mundo como llamaba a San Antonio León XIII; y apenas hay devoto de San Antonio que no pueda contar algún hecho prodigioso obrado en su favor par el Santo de los milagros, particularmente en lo que se refiere al hallazgo de cosas perdidas.
Permítaseme narrar unos casos de cuya verdad histórica puedo dar auténtico testimonio.
María Luz es una piadosa señora que ejerce ahora de enfermera en el hospital de San Lázaro de Barcelona; estuvo en sus mocedades al servicio de una acomodada familia, y luego se consagró voluntariamente al servicio de los leprosos en Fontilles. Aquí me vio ella con ocasión de la visita que hice a la famosa Leprosería antes de la guerra. Me vio pasar por las amplias y aseadas avenidas que conducen a los distintos pabellones, y se me acercó a saludarme alegre y cortésmente No me conocía; pero le bastó ver por allí un religioso franciscano para acercarse a él movida interiormente por la veneración que siente a San Francisco y a los frailes de su Orden.
Me habló del trabajo en que se ocupaba; de los diarios ejercicios de piedad que hacía; de su tierna devoción al Niño Jesús, cuya imagen guardaba en su cuarto, y de lo agradecida que estaba a San Antonio por los muchos beneficios que de él había recibido.
—Pero, ¿está usted segura de que San Antonio le concede a usted esos favores y beneficios?
—¡Vaya s¡estoy segura! Lo sé de modo tan cierto que no puedo dudar de ello. Le contaré un caso que me sucedió siendo yo muchacha de unas señoritas muy buenas.
«Iba yo entonces todos los días al mercado para hacer la compra, y aprovechaba la ocasión para entrar en una iglesia y rezar a San Antonio ante una devota imagen del Santo que allí se veneraba. Me parecía que tras esta visita me cundía más la faena y me salían las cosas mejor. Sentía como s¡me faltase algo el día que no había podido hacer m¡visita a San Antonio. Llegué un día con la compra del mercado; dejé m¡cesta donde acostumbraba, y me entretuve más a sabor que otros días con San Antonio. Me pasó el tiempo sin sentirlo Cuando me d¡cuenta de que se me hacía tarde, salí a escape de la iglesia, y me fu¡volando a casa de mis señoritas; pero, al llegar allí, me d¡cuenta de que no llevaba la cesta. —Me la he dejado olvidada en la iglesia—, me dije, y volví apresuradamente a recogerla; pero la cesta no estaba donde yo la dejé. Miré por allí... y nada vi. Pregunté, y nadie me supo dar razón. —Adiós m¡cesta—, me dije afligida; y me fu¡al altar de San Antonio a rezarle el responsorio. Lo estaba rezando cuando levanté los ojos a la imagen del Santo, y v¡con sorpresa que llevaba una cesta colgada al brazo, y me pareció que aquella cesta era la que yo había llevado al mercado. Me froté los ojos, me acerqué al altar, miré con todo cuidado, y me convencí de que aquélla era m¡cesta. Quise apoderarme de ella; pero la imagen estaba alta, y n¡aun subiendo sobre el altar hubiera podido llegar a ella. Me fu¡a la sacristía; pregunté qué broma era aquélla, y me dijo el sacristán que nada había hecho él n¡nada sabía. En definitiva; que el sacristán tuvo que valerse de una escalera para descolgar la cesta del brazo de San Antonio que por maravilla no se había roto con el peso de la cesta. A mí no me cabe duda de que fue San Antonio quien me libró del disgusto que hubiéramos tenido s¡se me llega a perder la cesta con lo que había comprado para aquel día.»
Allá por el año 1930 acompañé a mis hermanos a la iglesia del Patriarca de Valencia. Después de haber adorado al Santísimo Sacramento, visitamos los altares admirando sus imágenes y los frescos de los muros. Viendo abierta la escalera del coro, por ella nos subimos con afán de turismo. Nos estuvimos un rato en el coro y nos bajamos luego; pero nos habían cerrado entretanto la puerta. Quisimos abrirla y no pudimos. Encendimos una cerilla porque escaseaba la luz; intentamos de nuevo abrir, y nos convencimos de que habían cerrado con llave. ¿Qué hacer? Dimos golpes en la puerta, y un profundo silencio fue la única respuesta. Tocamos por segunda y por tercera vez sin lograr que nadie se acercara a la puerta. Anochecía; y nos veíamos en peligro de quedar sin cena y sin cama, acurrucados en un escalón mientras nos andarían buscando con ansiedad nuestros familiares. Triste presentimiento al que no veíamos humano remedio.
—«Acudamos a San Antonio para que nos auxilie; recémosle el responsorio.»
Luego, de rezarlo tentamos en vano la puerta y volvimos a dar golpes en ella. A poco oímos pasos lejanos que se iban acercando; repetimos los golpes de llamada; sonó ruidito de llaves; se introdujo una llave en el cerrojo; rodó la llave, y quedó abierta la puerta con estupor nuestro y del mismo que nos la abrió.
Suplicamos perdón intentando disculparnos, y nos dijo el portero que, ignorando que allí estuviésemos, había cerrado como de costumbre todas las puertas, y estaba ya en la calle camino de su casa, cuando se acordó de la lámpara del Santísimo Sacramento, dudando s¡la había arreglado, duda que jamás se le había ocurrido como entonces, y volviendo a la iglesia para mirar la lámpara, que por cierto estaba bien cebada, había oído los golpes de la puerta y vino a abrirla. Dimos las gracias al amable portero; pero las dimos más de corazón a San Antonio, de Padua.
Una sobrinita mía salió con su madre y las de otras niñas amiguitas suyas a jugar con ellas en el campo el día de Pascua. Habiendo jugado y merendado muy a gusto, advirtió su madre que faltaba a la niña el pendiente de una oreja. La niña n¡siquiera se había dado cuenta de ello. Se buscó cuidadosamente por el patio de juego, y no se pudo dar con el pendiente. La madre quedó apenada al perder la esperanza de recuperar la alhaja. Una amiga quiso consolarla y le dijo: «recemos el responsorio de San Antonio; siempre que yo lo rezo encuentro las cosas.» Se rezó a San Antonio; se buscó de nuevo el pendiente por donde jugaron las niñas; y, no hallándolo, sentáronse con inquietud en el alma a la vera del camino sobre unas piedras, sin dejar de comentar el suceso. Con la mirada vaga y triste, y con acción más espontánea que deliberada, removía entretanto la madre las piedrecitas que tenía a su alcance, cuando, sin esperarlo, advirtió de pronto que entre ellas estaba el pendiente cuya pérdida deploraba. Dio un grito, mezcla de alegría y de estupor, temiendo fuese ilusión el hallazgo. Todos los ojos se volvieron hacia el lugar señalado, y allí vieron en efecto el pendiente, sin que pudieran explicarse cómo estaba allí, n¡cómo pudieron verlo cuando ya habían dejado de buscarlo.
San Antonio predicando a los peces
S¡no son esto milagros en el sentido teológico de la palabra, son ciertamente hechos que hallan mejor explicación en la intercesión amplia y poderosa de San Antonio que en los pobres recursos humanos. N¡se diga que esto son casualidades, porque la casualidad tiene siempre su causa suficiente aunque se nos escape y nos sea desconocida. Es innegable que el mundo de los espíritus y de los santos está en profundas relaciones con el mundo de la materia y de los sentidos, aunque nosotros ignoremos el modo de su comunicación; como es cierto que las almas sencillas y creyentes consiguen con el recurso a los santos lo que no se puede lograr por los medios humanos.
Sírvanos lo narrado para, acudir confiadamente en nuestros apuros a San Antonio de Padua, el Santo de los milagros.
Fr Luis Meste, ofm
http://www.ofmval.org/40aa/50/0/258/06mila.php
https://santuariodelasmercedes.org/06especialint/esp_10/012espint_02.html
Milagros mas conocidos de San Antonio
El sermón a los peces
San Antonio de Padua - Peces
Antonio fue a difundir la Palabra de Dios, cuando algunos herejes intentaron disuadir a los fieles que no acudieron a escuchar el santo.
Los herejes tuvieron éxito y nadie se presentó a la predicación del hermano Antonio. Entonces el santo predicador, inspirado en Dios, fue a la playa cerca del mar y comenzó a decir: “Peces, escuchen la Palabra de Dios, porque los hombres no desean escucharla”. De pronto llegó a la orilla una gran cantidad de peces y todos estaban con la cabeza fuera del agua, atentos a las palabras del santo, que invitaba a alabar al Señor, creador del agua en la que ellos encontraban su alimento y vivían con tranquilidad.
Maravillados, los pescadores que estaban cerca de la playa corrieron enseguida a contar el milagro, y en seguida la playa se llenó de gente que escuchó al hermano Antonio
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Adoración de la mula
San Antonio de Padua - La Mula
En Rimini (ciudad Italiana), Antonio trató de convertir a un hereje y la disputa se basó alrededor del sacramento de la Eucaristía, es decir, sobre la real presencia de Jesús. El hereje, llamado Bonvillo, lanza el desafío a Antonio afirmando: “Si tú, Antonio, lograras probar con un milagro que en la comunión de los creyentes hay el verdadero cuerpo de Cristo, yo renunciaré a mi herejía y someteré sin demora mi cabeza a la fe católica”.
Antonio acepta el desafío, porque estaba convencido de conseguir todo de Dios por la conversión del hereje. Entonces Bonfillo, invitando con la mano a callarse dijo: “Yo tendré encerrada mi mula por tres días privándola de la comida. Pasados los tres días, la sacaré ante la presencia del pueblo, le enseñaré el pasto listo. Tú mientras tanto estarás por el otro lado con aquello que afirmas ser el cuerpo de Cristo. Si el animal hambriento rechaza el pasto y adora a tu Dios, yo creeré sinceramente en la fe de la Iglesia.
Antonio rezó y ayunó por los tres días. En el día establecido, la plaza estaba repleta de gente, todos en espera de ver cómo iba a acabar el asunto. Antonio celebró la Misa delante de la muchedumbre numerosa; y luego, con suma reverencia, lleva el cuerpo de Dios ante la mula hambrienta que fue llevada a la plaza. Al mismo tiempo Bonfillo le enseñó el pasto.
Finalmente, imponiendo silencio, el hombre de Dios, con mucha fe, ordenó al animal: “En virtud y en nombre del Creador, el cual yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo ¡oh animal!, y te ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida veneración, para que los malvados herejes comprendan con este gesto claramente que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las manos por la dignidad sacerdotal en el altar”. El siervo de Dios ni siquiera había acabado estas palabras, cuando el animal, dejando a un lado el pasto, inclinándose y bajando la cabeza, se acercó arrodillándose delante del sacramento del cuerpo de Cristo.
Una gran alegría contagió a los fieles católicos, tristeza y humillación a los herejes y a los no creyentes. Dios fue loado y bendecido, la fe católica exaltada y enaltecida. El mencionado hereje, abjuró de su doctrina en presencia de toda la gente, y a partir de aquel momento prestó leal obediencia a los preceptos de la santa Iglesia.
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El pie cortado
San Antonio de Padua - El pie cortado
Mientras Antonio confesaba, sucedió que un hombre de Padua, llamado Leonardo, se acusó de haberle pegado una patada a su madre con tal violencia que la hizo caer en tierra. El siervo de Dios lo reprendió severamente y dijo: El pie que golpea a su padre o a su madre debería ser cortado de inmediato.
Aquel hombre no entendió bien el sentido de las palabras de Antonio, y llevado del remordimiento por la culpa cometida y angustiado por las palabras del santo, se fue a su casa y se cortó el pie.
La noticia de este castigo tan cruel se difundió como un relámpago por toda la ciudad y llegó a oídos de la madre de Leonardo, quien, volviendo a su casa, vio a su hijo mutilado. Y, sabiendo el motivo, se dirigió al convento de los hermanos franciscanos, culpando a fray Antonio de ser el instigador de aquel suicidio de su hijo. El santo trató de calmarla y de explicarle las cosas. Fue con ella a su casa, y después de haber hecho una fervorosa oración, uniendo la pierna con el pie cortado y haciendo a la vez la señal de la cruz con la mano varias veces, el pie quedó perfectamente adherido a la pierna, de modo que el hombre se puso en pie sano y alegre, saltando y alabando a Dios.
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El recién nacido que habla
San Antonio de Padua - Recién nacido habla
Una mujer en Ferrara (ciudad Italiana), fue salvada de una terrible sospecha. El santo reconcilió a la esposa con el marido, un personaje ilustre, una persona importante de la ciudad. Hizo un verdadero milagro, al hacer hablar a un recién nacido, que tenía pocos días de vida, y que contestó a la pregunta que le había hecho el hombre de Dios.
Aquel hombre estaba tan furioso a causa de los infundados celos hacia su mujer, que ni siquiera quiso tocar al niño que acababa de nacer algunos días antes, convencido de que era fruto de un adulterio de la mujer.
San Antonio cogió el recién nacido en brazos y le habló: “Te suplico en nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de María Virgen, que me digas en voz clara, para que todos puedan oírlo, quién es tu padre”. Y el niño, sin balbucear como hacen los niños pequeños, sino con una voz clara y comprensible como si fuera un chiquillo de diez años, fijando los ojos en su padre, ya que no podía mover las manos, ligadas al cuerpo con las fajas, dijo: “éste es mi padre”.
San Antonio se giró hacia el hombre y le dijo: “Toma a tu hijo y ama a tu mujer que está atemorizada y se merece toda tu admiración”.
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El corazón del avaro
San Antonio de Padua - Corazón del avaro
En Toscana, gran región de Italia, se estaban celebrando solemnemente, como sucede en estos casos, las exequias de un hombre muy rico. En el funeral estaba presente san Antonio que, movido por una inspiración impetuosa, se puso a gritar que el muerto no tenía que ser enterrado en un sitio consagrado, sino a lo largo de las murallas de la ciudad, como un perro.
Y esto porque su alma estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.
Ante esta exhortación, como es natural, todos se quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido cambio de opiniones. Al final se abrió el pecho del difunto, y no se encontró su corazón que, según las predicciones del santo, fue encontrado en la caja fuerte donde conservaba su dinero.
Por dicho motivo, la ciudadanía alabó con entusiasmo a Dios y a su santo. Y aquel muerto no fue enterrado en el mausoleo que se le había preparado, sino llevado como un asno a la muralla y allí enterrado.
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Los pajaritos encerrados
San Antonio de Padua - Pajaritos
El nombre de bautismo de San Antonio era Fernando. Amaba mucho a Dios y a sus padres; demostraba amor por Dios en sus largas oraciones y amor por su papá y su mamá, siempre dispuesto y feliz a obedecer. Cuando sus padres lo llamaban él respondía inmediatamente, dejando a un lado el juego, e incluso la oración.
Un día, el Señor premió su gran deseo de ir a la iglesia. Era la estación en la que los campos se doran por el trigo y los pájaros se alimentan con las espigas. Su padre le encargó a Fernando que cuidara el campo para alejar a los pájaros durante su ausencia; el joven obedeció, pero después de una hora sintió un gran deseo de ir a orar en la iglesia. Entonces, recogió a todos los pájaros y los encerró en un cuarto de su casa.
Cuando su padre regresó, se enojó porque no estaba Fernando en el campo y comenzó a llamarlo a gritos, pero él le aseguró que ni siquiera un grano de trigo había sido comido; lo condujo así a la casa y le mostró los pájaros que estaban guardados, después abrió las ventanas y los dejó libres. El padre, sorprendido por esto, lo apretó contra su pecho y lo besó con admiración.
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La comida envenenada
San Antonio de Padua - Comida envenenada
Otro día nuestro santo fue invitado a comer por ciertos herejes. Él aceptó la invitación con la esperanza de rescatarlos del error, así como Jesús se sentaba a la mesa con los publicanos y pecadores.
Aquellos herejes, a quienes confundía con sus sermones y debates públicos, le pusieron una trampa. Le pusieron una comida envenenada, pero el Espíritu Santo se lo reveló al instante. Él les recriminó el engaño con palabras afables, pero ellos, mintiendo, le dijeron que lo habían hecho con el fin de probar la verdad de la frase evangélica: Si beben alguna bebida mortal, no recibirán ningún daño (Mc 16, 18). Así trataron de convencerlo para que comiera, asegurándole que, si no sufría daño, creerían en el Evangelio, mientras que si rehusaba, considerarían falsas esas palabras evangélicas.
Entonces, Antonio trazó la señal de la cruz sobre la comida y les dijo que no lo hacía para tentar a Dios, sino para demostrar su celo por su salvación y la verdad del evangelio. Comió en efecto, y como no sufría daño alguno, los herejes se convirtieron.
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El pecador arrepentido
San Antonio de Padua - Pecador arrepentido
La predicación de san Antonio, además de hablar de la glorificación de Dios y del triunfo de la Iglesia, abarcaba la conversión de los pecadores; por eso, después de demostrar la maldad del pecado y el mal que produce, exhortaba a todos a hacer una buena confesión.
Un día acudió a él un pecador decidido a cambiar de vida y a reparar todos los males cometidos. Se arrodilló a sus pies y era tal su conmoción que no podía articular palabra alguna, mientras las lágrimas de arrepentimiento le cubrían el rostro. San Antonio lo convenció de retirarse a escribir en un papel todos sus pecados. El hombre obedeció y después regresó con una larga lista. Enseguida san Antonio comenzó a leer en voz alta la lista del pecador, que seguía arrodillado. ¡Fue grande la admiración del pecador arrepentido cuando vio el papel completamente limpio! Los pecados fueron arrancados del alma del pecador.
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El joven resucitado
San Antonio de Padua - Joven resucitado
Cuando nuestro santo habitaba en Padua, su padre aún vivía en Portugal. En una ocasión, dos nobles portugueses se hicieron la guerra a muerte. Uno de ellos mató al hijo de su enemigo. Para tapar su crimen, no encontró mejor solución que la de enterrar a su víctima por la noche en el jardín de la casa de los padres de nuestro santo.
Tras muchas pesquisas, fue descubierto el cadáver y el padre de Antonio fue tomado preso para responder del crimen. San Antonio supo por revelación de Dios lo que ocurría y aquella misma noche pidió permiso para ausentarse, obteniéndolo fácilmente.
Al día siguiente por la mañana estaba en Lisboa (por bilocación). Se dirigió a la casa del juez, y no habiendo podido obtener de éste la libertad de sus padres y parientes, pidió que, al menos, le llevasen a su presencia al niño enterrado. Lo resucitó y ordenó que dijera si las personas a quienes se acusaba eran o no inocentes. Reveló el niño la verdad y los padres de Antonio fueron liberados de la cárcel. Nuestro santo permaneció con ellos todo aquel día. Al día siguiente, fue llevado a Padua por ministerio de los ángeles.
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El don de la bilocación
San Antonio de Padua - Don bilocación
Era la medianoche del Jueves Santo, en la iglesia de Saint Pierre de Queyroix. Terminados los maitines empezó Antonio a anunciar la palabra de Dios a la gente reunida en torno suyo. Ahora bien, en aquel mismo momento, los frailes menores cantaban en su convento el oficio de la mañana, en el cual nuestro santo, por razón de su cargo de custodio, tenía que recitar una lección.
Saint Pierre de Queyroix distaba bastante del monasterio franciscano, por lo cual no parecía posible que Antonio pudiera encontrarse entre sus hermanos en el momento oportuno. Pues bien, esto fue lo que puntualmente ocurrió. Llegado dicho momento callóse Antonio, y habiéndose mostrado súbitamente al mismo tiempo en el coro de su convento, cantó su lección hasta el final y desapareció enseguida. Salió entonces de su silencio en Saint Pierre y continuó su sermón ante el pueblo.
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La Lluvia evitada
San Antonio de Padua - Demonio burlado
Otro día, habiendo convocado el santo al pueblo de Limoges para una predicación solemne, se reunió tal número de oyentes que, por de pronto, hubo de descartarse la idea de reunirlos en alguna de las iglesias de la ciudad. Antonio se dirigió con ellos, a un antiguo anfiteatro romano, llamado “le Creux des Arènes”. Era en aquella época un lugar muy frecuentado, en el cual se celebraban las ferias y los mercados, y donde, según la costumbre de aquellos tiempos, nadie veía inconveniente alguno en que se utilizara también para las ceremonias religiosas; particularmente para la predicación.
En lo mejor del sermón, cuando el auditorio se hallaba pendiente de los labios del orador, amenazó una tormenta: retumbó el trueno y comenzaron a caer algunas gotas. La muchedumbre se asustó y quiso huir; pero el santo los tranquilizó con bondad, diciéndoles: “Nada temáis; no os marchéis; continuad oyendo la palabra de Dios. Espero en Aquel, en quien jamás se confía en vano, que no os alcanzará la lluvia”. Rindiéndose a esta exhortación, permanecieron allí los asistentes tanto tiempo como quiso el predicador evangelizarlos, sin que absolutamente los molestase la lluvia.
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Un Santo TAUMATURGO
Franja
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