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domingo, 23 de marzo de 2014

DOMINGO DE LA SAMARITANA Y EL POZO DE JACOB.

Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona

ME HA GUSTADO MUCHO ESTE COMENTARIO
DEL EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA SAMARITANA 
Y EL POZO DE JACOB.


Jesús es el caminante que une al hombre 
con el hombre y al hombre con Dios
Tercer domingo de cuaresma

La enseñanza que Jesús nos ofrece en sus evangelios, entre otros modos, la podemos calificar como una doctrina revolucionaria, ya que su presencia no tiene como fin contentar pasivamente los corazones humanos, sino hacerlos reaccionar e incitarlos a romper muros, estructuras, modos de pensar y todo cuanto separa al hombre del hombre y al hombre de Dios. Por eso el buen cristiano es atrevido, es inquieto y sabe amar apasionadamente no sólo a Dios, sino también al mundo.

El primer hecho contundente de esa propuesta revulsiva de Cristo es su misma Encarnación, pues renunciando a los privilegios divinos asumió la condición humana, para convertirse en un peregrino de este mundo, que camina y facilita el encuentro con el otro,  como lo presenta hoy el Evangelio de San Juan: “Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo”; donde se encontró con la samaritana (Jn. 4, 5-7). Partiendo de ese hecho, podemos ver cómo efectivamente el Señor Jesús, rompe estructuras y las mentalidades con tal de lograr el encuentro con todos y el encuentro con Dios, como lo hace con la samaritana:


La primera barrera que rompe Jesús, es la que divide discriminadamente a hombres y mujeres, situación lastimosa presente a lo largo de la historia de la humanidad; que por desgracia aún sigue vigente en muchos casos del mundo actual. Escuchamos cómo los apóstoles, al regresar, se escandalizan de ver que Jesús platica con aquella mujer (cfr. Jn. 4, 27). Hablar con una mujer era simplemente perder el tiempo. Pero Cristo, al dialogar con ella, no sólo respeta su distinción de mujer, sino también la reafirma en la igualdad como ser humano. Una siguiente barrera, es la raza, pues Jesús es judío y ella samaritana. El mismo evangelio aclara esta limitante, pues cuando Jesús le pide de beber ella contesta: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no tratan a los samaritanos” (Jn. 4, 9).

Otro motivo de separación entre judíos y samaritanos, por lo cual era incomprensible que Jesús hablara con aquella mujer, era el modo de entender la religión, pues ella misma dice: “Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes (judíos) dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Pero Jesús se coloca por encima de esta situación y así quiere colocar a todo ser humano: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn. 4, 21-23).
 

Pero si algo faltaba, ella es una pecadora; pues como el mismo Jesús le dice: “es cierto, no tienes marido, pues has vivido con cinco y con el que ahora vives no es tu marido” (Jn. 4, 17-16), lo cual indica que era una mujer con una vida moral no del todo aplaudible. Por tanto, hay cuatro motivos para ser rechazada: diferente sexo, diferente raza, diferente religión y además pecadora.


Acentuando las diferencias, las personas siempre tendremos problemas para convivir; pero colocando la grandeza de la persona, por encima de todo, con la dignidad con que Dios nos ha creado, entonces la persona siempre podrá ir al encuentro de la persona, como lo hizo de modo contundente el Señor Jesús, no sólo con la samaritana, sino con todos. Jesús llegó al pozo de Sicar agotado por la sed y el hambre; pero más agobio le provocó la discriminación que el ser humano hace del mismo ser humano. Sentirse mejor que los demás, por motivos de raza, sexo, religión o superioridad moral, sólo es la expresión de la más rotunda 

miseria humana.


Pero Jesús trae una nueva civilización, tan alta y digna que “ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos somos uno sólo en Cristo Jesús (Gal. 13, 26-28). Y el resultado no se hace esperar, aquella mujer va a anunciar a su gente que ha encontrado al Mesías (cfr. Jn. 4, 28-30). Y los frutos continúan, pues después la misma gente dirá a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es, de veras, el Salvador del mundo” (Jn. 4, 42). Aquella mujer y su pueblo, se convierten en el símbolo del caminar hacia Dios. En Cristo encontraron el puente que une los pueblos, pero también el acceso al Dios verdadero. ¡Que así sea para nosotros!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel











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