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Explicación del Avemaría
Escrito por P. Evaristo Sada LC 23 Jul 2014
Explicación del Avemaría
Después de haber respondido a la
pregunta ¿Cómo rezar bien el Avemaría? vamos a comentar el avemaría con la
intención de que al pronunciar cada frase lo hagamos con pleno sentido.
En el año 1525 se encuentra ya el
avemaría en los catecismos populares, pero la fórmula definitiva tal y como
nosotros la rezamos la fijó Pío V en 1568, con ocasión de la reforma litúrgica.
Dios te salve
Imagínate cómo es la mirada de
Dios sobre la mujer que Él creó y eligió para que fuera su madre: una mirada
llena de amor, de predilección, de gozo y complacencia. Hasta donde te sea
posible, cuando comiences el avemaría apropia la mirada de Jesús sobre su Madre
y salúdala con las palabras del Arcángel Gabriel en la anunciación (Lc. 1,28).
Desde lo más profundo de tu corazón dile: "alégrate María".
María
Pronunciar el nombre de María te
llena de amor y de confianza. María significa la amada del Señor, Señora,
estrella del mar, la que orienta a los navegantes y los dirige a Cristo. San
Alfonso María de Ligorio dice que es un "nombre cargado de divinas
dulzuras" y Tomas de Kempis afirma que los demonios temen de tal manera a
la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de
fuego que los abrasara.
Llena eres de gracia, el Señor es
contigo
Porque Dios está con ella María
está completamente impregnada de gracia, como una esponja bajo el agua. María
está llena de la presencia de Dios y Dios es la fuente de la gracia. El poder
del Altísimo la cubrió con su sombra (Lc 1,35), es decir, Dios descendió para
habitar en ella. María es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap
21,3) Dios se da por completo a María, la colma de belleza, y ella, que
desborda Gracia divina, la entrega a la humanidad.
Bendita tú entre las mujeres
Isabel fue la primera en decirle
a María: "Tú eres bendita entre todas las mujeres" (Lc 1,42) Es
bendita porque Dios la eligió con amor eterno, porque es la madre de Dios, porque
es madre y virgen, porque es inmaculada, porque fue llevada en cuerpo y alma a
la gloria celeste.
Y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús
(cfr. Lc 1,42)
María es la viña fecunda que nos
entrega el mejor de los frutos, el alimento que sacia. El fruto de su vientre
es fruto del amor de Dios, de la maravillosa y fecunda colaboración entre el
Espíritu Santo y esa pobre jovencita de Nazareth. A mí me ayuda mucho
contemplar el icono de la "Madre del signo" que nos muestra a Jesús
en el vientre de María en forma de Eucaristía: "el pan vivo, bajado del
cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51).
Santa María, Madre de Dios
Comenzamos la segunda parte del
avemaría exaltando su santidad y el gran motivo de su dignidad. La portadora de
Dios es santa. Ella creyó en la Palabra del Señor y se entregó como la esclava
del Señor, y gracias a eso el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Como
madre alimentó a Jesús, lo protegió, lo educó. ¡Qué digna representante del
género humano que le da a Dios todo el amor que su pequeñez es capaz de dar!
Nos duele escuchar: "Y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11) pero
María sí lo recibió y hoy nosotros, cultivando la vida de gracia, queremos
recibirlo como lo hizo ella.
Ruega por nosotros pecadores
Su maternidad espiritual se
extiende a todas las generaciones, a todos los hermanos de Jesús, y ella ruega
por nosotros, vela por nuestras necesidades. Como en las bodas de Caná va una y
otra vez con Jesús y le dice: "No tienen vino", y obtiene abundantes
bienes para sus hijos. Ella protege con particular predilección a los más
pequeños, a los indefensos, a los enfermos, a los que tienen heridas morales, a
los pecadores. Vemos lo espléndida que es en los Santuarios Marianos:
Guadalupe, Lourdes, Fátima, El Pilar, Loreto, Luján, Aparecida, La Vang,
Medjugorje... Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, me declaro pecador,
necesito que desbordes sobre mí tu corazón misericordioso.
Ahora
En el momento presente, en todo
momento presente. Cuando todo va bien y cuando no, cuando estoy en gracia y
cuando no, cuando me siento bien y cuando no, en la salud y en la enfermedad,
en las alegrías y las tristezas, en la luz y en la oscuridad: siempre. El
"ahora" abarca toda mi vida, porque el momento presente recoge el
pasado, el presente y el futuro: todo lo pongo en tus manos. En el presente
reparo por mi pasado, te ofrezco mi futuro, vivo según el Evangelio. Decirle
ruega ahora por mí, es decirle: te necesito siempre a mi lado María, siempre;
no te separes de mí.
Y en la hora de nuestra muerte
Así como estuviste junto a Jesús
en la hora de su muerte (cf Jn 19, 27), así desde ahora te pido que cuando
termine mi vida terrena estés conmigo. Si paso mis últimos días enfermo, quiero
que como buena madre me acompañes de día y de noche. Al morir quiero tener un
Rosario en la mano y sentir tu mejilla en mi frente, mientras me dices al oído:
No tengas miedo, que no te aflija cosa alguna, ten confianza, ¿qué no estoy yo
aquí que soy tu Madre? Quiero que mis últimas palabras sean: "María,
Jesús", y que habiéndolas pronunciado me cargues en tus brazos y me pongas
en los brazos del Padre. Quiero que tú me lleves con Jesús, y que al despertar
allá en el cielo tenga mi cabeza reclinada sobre Su pecho, y estar sintiendo
tus caricias por toda la eternidad.
Amén
Es una palabra aramea (la lengua
de Jesús) que significa fuerza, solidez, fidelidad, seguridad. Se usa para
afirmar y confirmar. Decir Amén es decir que sí, que así es, que estamos de
acuerdo y afirmamos con fuerza y seguridad lo que creemos. Decir amén al final
del avemaría es decirle: "Sí, Madre, yo sé que cada vez que te dirijo esta
oración tú trabajas mi corazón, me estás formando, me vas modelando poco a
poco, me vas ayudando a crecer en las virtudes de la humildad, la pobreza, la
caridad, la pureza, la prudencia, la generosidad, la misericordia.... Sí,
Madre, hazlo con toda libertad, te lo suplico: amén."
La semana entrante ofreceré
algunas sugerencias
de cuándo rezar el Avemaría.
Autor: P. Evaristo Sada, L.C. https://www.facebook.com/PadreEvaristoSadaLC
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