Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Editorial:
¿Dónde estaba Dios en los atentados de París?
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Un
herido en los atentados de París es atendido por los servicios de emergencia.
Foto: Reuters
¿Dónde
estaba Dios en los atentados de París?
El
terrorismo islámico ha golpeado este viernes el corazón de París, el corazón de
Europa y el corazón de millones de ciudadanos, creyentes y no creyentes, que se
sienten impotentes, irritados y desconcertados ante la acción del mal.
No
hay justificación posible, ni política, ni ideológica, ni geoestratégica, ni
económica, ni mucho menos religiosa, a la violencia y al odio. El mal, incluso
aquel que es largamente planificado y meditado como estos atentados de País,
tiene algo de irracional, de inhumano. Es la muestra más evidente de hasta qué
punto el hombre se desnaturaliza, porque su naturaleza deja de ser reflejo de
su Creador, que nos hizo a su imagen y semejanza, y pone en el rostro de la
persona la mueca deforme y nauseabunda de Satanás.
El
atentado de este viernes en París es una realidad cotidiana en países como
Siria e Irak, pero el estupor que ha causado en Europa no se debe sólo a que
hayamos visto de cerca la muerte y la acción depravada del terrorismo
yihadista. Se debe, sobre todo, a que nadie puede acostumbrarse al sufrimiento
de un inocente y al misterio del mal.
La
pregunta vuelve a surgir: ¿Dónde estaba Dios la noche del viernes en París?
Desde
luego, no en la acción de los terroristas que mataban en su Nombre. Nada hay
más ajeno al Dios verdadero que la destrucción de sus hijos y de sus criaturas.
El Magisterio de la Iglesia recuerda que los musulmanes se dirigen al mismo
Dios Padre que los cristianos. Y Dios es amor.
Tampoco
estaba en los arrebatos de ira y de racismo visceral que estas acciones suelen
hacer surgir hasta en personas de bien, aunque no lo exterioricen. El odio
incrementa el odio, porque es el alimento del diablo.
Y
desde luego, no estaba de brazos cruzados mirando para otro lado, insensible a
lo que les suceda a los hombres.
¿Dónde
estaba Dios, entonces? ¿Es el mal una muestra de que no existe?
En
absoluto. La noche del viernes, Dios estaba siendo asesinado por la libertad
mal empleada. Dios fue hecho rehén y fue muerto. Fue degollado, tiroteado,
graneado. Dios estaba consolando y compadeciendo (padeciendo con) a cada
familiar y amigo afectado de lleno por los terroristas. Dios estaba gritando
desagarradoramente silencioso en cada sagrario, llorando en el Sacramento para
que los terroristas no atentasen. Dios estaba preso de su amor, que dio
libertad a los hombres. Dios estaba, de nuevo, crucificado en el dolor.
Y
estaba, y está, en el corazón de todos los hombres y mujeres que no desean
devolver mal por mal. Que anhelan la paz y la justicia. Que desean que a los
asesinos se les frene, no por sed de venganza, sino por deseo de concordia.
El
misterio del mal nos pone ante nuestras propias limitaciones. Por eso, ante el
misterio del mal es necesario rezar. Rezar por las víctimas y por sus familias.
Y rezar para que los yihadistas se conviertan. Pero de verdad. No sólo para que
dejen de matar, sino para que no condenen su alma. Los cristianos no deseamos
ver arder en el infierno a los asesinos del Estado Islámico, sino verlos
arrepentidos con un corazón contrito, pidiendo perdón por el daño causado,
pagando justamente sus crímenes y sabiéndose abrazados por el amor
misericordioso de Jesucristo, que también murió por ellos.
La
guerra que ha declarado el Estado Islámico a occidente es, ante todo, el
reflejo de la batalla diaria que se libra en incontables frentes entre el Bien
y el Mal, entre los hijos de la Luz y los hijos de las Tinieblas, entre la
odiosa ira del diablo y el amor incontenible del Padre. En este momento
histórico, los hijos de la Iglesia y todos los hombres y mujeres de buena
voluntad estamos necesitados y apremiados a contrarrestar nuestra impotencia
con la omnipotencia de Dios. Consolemos a los afectados, recemos por las
víctimas y pidamos a Dios por la conversión radical de los asesinos. Y por la
nuestra, para que podamos vivir y sentir como el Cordero, que dio su vida por todos,
buenos y malos, hasta que un día podamos disfrutar todos juntos del amor y
compañía de nuestro Padre común. Sólo el que es todo Amor y Justicia, el que ya
ha vencido al pecado y a la muerte, puede derrotar a quienes nos atormentan con
su odio.
Alfa
y Omega
Fecha
de Publicación: 14 de Noviembre de 2015
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