Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Contemplar
el Evangelio de hoy
Evangelio
de hoy
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Día
litúrgico: Domingo II (C) de Adviento
Texto
del Evangelio (Lc 3,1-6): En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su
hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan,
hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán
proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que clama en
el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco
será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y
las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».
P.
Maciej SLYZ Misionero de Fidei Donum
(Bialystok,
Polonia)
«En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea…»
Hoy,
casi la mitad del pasaje evangélico consiste en datos histórico-biográficos. Ni
siquiera en la liturgia de la Misa se cambió este texto histórico por el
frecuente «en aquel tiempo». Ha prevalecido esta introducción tan
“insignificante” para el hombre contemporáneo: «En el año quince del imperio de
Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea (…)» (Lc 3,1). ¿Por qué? ¡Para desmitificar! Dios entró en la historia
de la humanidad de un modo muy “concreto”, como también en la historia de cada
hombre. Por ejemplo, en la vida de Juan —hijo de Zacarías— que estaba en el
desierto. Lo llamó para que clamara en la orilla del Jordán… (cf. Lc 3,6).
Hoy,
cuando el presidente de EE.UU. es Barack Obama, cuando el Sumo Pontífice es el
papa Francisco…, Dios dirige su palabra también a mí. Lo hace personalmente
—como en Juan Bautista—, o por sus emisarios. Mi río Jordán puede ser la
Eucaristía dominical, puede ser el tweet del papa Francisco, que nos recuerda
que «el cristiano no es un testigo de alguna teoría, sino de una persona: de
Cristo Resucitado, vivo, único Salvador de todos». Dios ha entrado en la
historia de mi vida porque Cristo no es una teoría. Él es la práctica
salvadora, la Caridad, la Misericordia.
Pero
a la vez, este mismo Dios necesita nuestro pobre esfuerzo: que rellenemos los
valles de nuestra desconfianza hacia su Amor; que nivelemos los cerros y
colinas de nuestra soberbia, que impide verlo y recibir su ayuda; que
enderecemos y allanemos los caminos torcidos que hacen de la senda hacia
nuestro corazón un laberinto…
Hoy
es el segundo Domingo de Adviento, que tiene como objetivo principal que yo
pueda encontrar a Dios en el camino de mi vida. Ya no sólo a un Recién Nacido,
sino sobre todo al Misericordiosísimo Salvador, para ver la sonrisa de Dios,
cuando todo el mundo verá la salvación que Dios envía (cf. Lc 3,6). ¡Así es! Lo
enseñaba san Gregorio Nacianceno, «Nada alegra tanto a Dios como la conversión
y salvación del hombre».
«Todos
verán la salvación de Dios»
+ Rev. D. Josep VALL i Mundó
(Barcelona,
España)
Hoy,
la Iglesia se propone la contemplación de las palabras proféticas de Isaías que
se refieren al Precursor del Señor, Juan Bautista, el cual se dio a conocer en
el río Jordán anunciando la salvación de Dios. Él tenía la misión de abrir
rutas, aplanar caminos, allanar montañas, convertir los terrenos escabrosos en
valles frondosos (cf. Lc 3,4-5). También ahora a los cristianos se nos pide
—sin ningún miedo al mundo actual— trabajar apostólicamente para que todos
puedan vislumbrar la salvación (cf. Lc 3,6) que sólo viene de Dios por
Jesucristo.
Tenemos
muchas hondonadas para rellenar, muchos caminos para allanar, muchas montañas
para trasladar. Quizá son tiempos difíciles, pero no nos faltarán los medios si
contamos con la gracia de Dios. Seremos precursores en la medida en que vivamos
cerca del Señor y entonces se cumplirán aquellas palabras de la Carta a
Diogneto: «Lo que es el alma para el cuerpo, así son los cristianos dentro del
mundo». Naturalmente, hemos de amar de todo corazón este mundo en el que
vivimos, como decía un personaje de una novela de Dostoiewski: «Amad a toda la
creación en su conjunto y en sus elementos, cada hoja, cada rayo, los animales,
las plantas. Y amando comprenderéis el misterio divino de las cosas. Y una vez
comprendido acabaréis por amar el mundo entero con un amor universal».
San
Justino afirmaba: «Todas las cosas noblemente humanas nos pertenecen». Y desde
las entrañas del mundo —en medio del trabajo, de la familia, del ambiente
social— seremos precursores preparando los caminos de la salvación que viene de
Dios. Con el ejemplo y la palabra «sacudiremos la pereza de los que nos rodean,
les abriremos amplios horizontes ante su existencia egoísta y aburguesada, les
complicaremos la vida, haciendo que se olviden de sí mismos y los llevaremos a
la alegría y a la paz», tal como san Josemaría Escrivá describió el trabajo
apostólico de los cristianos en medio del mundo.
«Preparad
el camino del Señor, enderezad sus sendas»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant
Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy,
por boca de Juan el Bautista, el Evangelio nos urge a prepararle el camino al
Señor Jesús. Pero, ¿nosotros hemos de abrirle una ruta a Dios? ¿No soy yo, más
bien, quien necesita ser auxiliado por Dios? Ciertamente no podemos hacer nada
sin Él, pero a la vez Él nos quiere necesitar: «Enderezad sus sendas» (Lc 3,4).
¿Cómo es eso? Porque el amor no se puede imponer; en todo caso, se puede
proponer: «Él que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).
Jesús
está a punto de llegar a la tierra, y lo encontraremos hecho un niño pequeño,
"indefenso", reclinado sobre un pesebre: tan pequeño que no podrá
escalar los muros de soberbia de mi corazón, ni emerger por encima de las olas
de mi sensualidad…
En
palabras de Benedicto XVI, «la fe cristiana nos ofrece precisamente el consuelo
de que Dios es tan grande que puede hacerse pequeño». Pero, insisto, tan
pequeño que, si no nos empequeñecemos también nosotros, no lo veremos ni
siquiera pasar, o, incluso, podríamos llegar a tenerle miedo (como Herodes).
Así, pues, hemos de enderezar nuestros corazones para que podamos «discernir lo
mejor, a fin de que seamos puros y sin falta hasta el día de Cristo» (Flp
1,10).
«Enderezad
sus sendas!». No es nueva esta petición. Ya hace muchos siglos —en tiempos del
profeta Baruc— que Yavéh-Dios lo pedía a Israel. Lo podemos notar en la primera
lectura de hoy: «Dios mandó allanar toda alta montaña y las rocas eternas, y
rellenar todo valle hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo
la gloria de Dios» (Bar 5,7). Del mismo modo que el Señor hizo volver a los
cautivos de Sión, si apartamos los obstáculos (colinas de soberbia, valles de
tibieza…), nosotros cantaremos con lágrimas en los ojos: «El Señor ha hecho con
nosotros cosas grandes: estamos llenos de alegría» (Sal 125,3).
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