Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Un
artículo del Obispo Monseñor José
Ignacio Munilla, muy formativo-iluminativo- desde el punto de vista cristiano,
que debe hacer pensar a más de uno.
Los
políticos piensan, que en sus acciones políticas de gobierno pueden hacer lo que
les venga en gana, y casi siempre se encuentran con el rechazo de sus mismos
votantes.
Razón:
porque continuamente se pasan las lineas rojas del respeto a los valores
humanos y de convivencia.
No
es otra cosa que la consecuencia de su falta de formación cristiana (bautizados
casi todos) o por falta de valores morales, (de casi todos), y porque eso al
final motiva su repulsa y les pasa factura.
Continuamente
están saliendo protestas por sus actuaciones arbitrarias, porque la mayor parte
de las veces su laicismo les lleva a pisotear todo lo habido y por haber, lo santo y lo más sagrado para la mayoría de la población, y
porque se sienten como si fuesen unos elefantes prepotentes metidos en una cacharrería. Franja.
Santos
Inocentes
"Nunca
como ahora los partidos políticos habían comulgado sin fisuras con el
pensamiento único de la ideología de género, y nunca como ahora se habían
encontrado con una dificultad tan grande para ponerse de acuerdo en el
ejercicio del poder político"
Monseñor José Ignacio Munilla
28/12/15
7:56 AM | Imprimir | Enviar
Monseñor
José Ignacio Munilla
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Monseñor
José Ignacio Munilla
Obispo
de San Sebastián
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Entre
todos los escaños electos en las elecciones del 20 de diciembre para el nuevo
Congreso de los Diputados, por el momento no consta que haya ni un solo
parlamentario que defienda públicamente la tutela del derecho a la vida humana
desde el momento de su concepción hasta la muerte natural. Es la primera vez
que se produce semejante escenario en la vida política española. A pesar de que
los escaños parlamentarios están llamados a reflejar la diversidad de
posicionamientos existentes en una sociedad plural, en la actualidad no existe
un partido político con representación parlamentaria que defienda la convicción
sostenida por una parte importante de la población, en materia de familia y
vida.
Este
dato es especialmente llamativo, en el momento en que la clase política se
enfrenta ante la dificultad de conformar un gobierno, por motivo de la
existencia del mapa parlamentario más fragmentado de la historia de la
democracia en España. Paradójicamente, nunca como ahora los partidos políticos
habían comulgado sin fisuras con el pensamiento único de la ideología de
género, y nunca como ahora se habían encontrado con una dificultad tan grande
para ponerse de acuerdo en el ejercicio del poder político. La conclusión es
bastante clara: del pensamiento único no se desprende una mayor facilidad para
la acción política conjunta. Y no es difícil entrever que la explicación de
este hecho tiene mucho que ver con la lógica del poder.
Pero
pienso que debemos buscar una causa más de fondo a este fenómeno. Cuando la
acción política deja de respetar la ley natural y ya no cree en ella, el
concepto de «bien común» es sustituido por el de «interés general». Aunque a
simple vista pudieran parecer dos términos sinónimos, en realidad, existe un
triple salto mortal entre el primero y el segundo. Del «bien común» nadie puede
quedar excluido: ni las minorías, ni los más débiles. La justicia es buena para
todos: Lo que es verdaderamente bueno para mí, no puede ser malo para el otro;
y lo que es malo para el otro, no puede ser bueno para mí. Sin embargo, cuando
la política no parte de un concepto de justicia insertada en una ley natural,
se limita a invocar el «interés general».
Desgraciadamente,
la experiencia nos dice que tras el «interés general» se esconde una lucha de
intereses «particulares», en la que siempre tiene las de perder el más débil.
En el caso que nos ocupa, la vida de los «inocentes» concebidos y no nacidos…
En la lógica de la
ideología de género, el derecho de la mujer a decidir, puede estar en
contraposición con el derecho a la vida del nasciturus. Si negamos el «bien
común», solo cabe el «interés general»; que obviamente, ya sabemos cuál es: el
del más fuerte.
A
la luz de esta reflexión, quizás podamos entender los motivos de la dificultad
en conformar un gobierno en España, a pesar de la gran similitud ideológica en
el fragmentado arco parlamentario.
Cuando no se cree en el «bien común», es muy
difícil procurar el «interés general», por no decir que es imposible; ya que la
lógica del poder termina por fagocitar la dinámica de la vida política.
Ahora
bien, la batalla por la defensa de vida humana más débil, no se juega
exclusivamente en las leyes. Esta semana hemos conocido las estadísticas de
aborto del año 2014, en las que se ha conseguido un muy notable descenso del
12’8% en el número de abortos provocados, con respecto al año anterior. De los
109.690 abortos en 2013, se ha pasado a 94.796 en 2014. Una vez más, se
demuestra algo que ha sido una constante en España desde la primera ley de
despenalización en el año 1985: cada vez que en España se reabre el debate
social sobre el aborto, disminuyen el número de abortos. Cuando deja de
debatirse, aumentan. De lo cual se desprende que, a pesar de que en la
legislatura que se inicia no quepa esperar iniciativa política alguna en favor
de la defensa de la vida humana, es muy importante mantener encendido el debate
social sobre el aborto.
Pienso
que la causa provida tiene en este momento tres frentes: El primero es el de
iluminar las conciencias, frente a la tentación del pensamiento único. No en
vano, dice el proverbio: «Donde todos piensan igual, nadie piensa mucho». Es
importante poner en evidencia la contradicción existente en los valores éticos
de nuestra sociedad.
Como dice el Papa Francisco en su última encíclica
ecológica Laudato Si: «Es incompatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto» (nº 120). En el contexto del relativismo
políticamente correcto, encontramos cajetillas de tabaco con el siguiente
anuncio: «Las autoridades sanitarias advierten: fumar durante el embarazo
perjudica la salud de su hijo». Y paralelamente, la ideología de género se
niega a dar el estatus de «hijo» al «embarazo no deseado». Si es deseado es
«alguien», de lo contrario solo será «algo».
Además
de la iluminación de las conciencias, en segundo lugar se requiere una
implicación muy directa y comprometida en la ayuda a las mujeres embarazadas en
situaciones de riesgo. Estoy convencido de que tras esa disminución del número
de abortos del año pasado, se esconde también la implicación solidaria de
muchas personas anónimas, con las mujeres que han tenido un embarazo inesperado
en situaciones difíciles. El compromiso provida es por la madre y por el hijo
al mismo tiempo. Precisamente, porque se trata de un «bien común», y no de un
«interés general».
Y
por último, la invitación el Papa Francisco a pasar por la «puerta de la
misericordia» a cuantos se vieron implicados en el aborto. La oferta de este
perdón no tiene nada que ver con una relativización del mal cometido, cuanto
con la proclamación de la misericordia infinita de Dios, capaz de sanar y
rehacer la historia de nuestra vida.
De hecho, quienes experimentan esta
misericordia, llegan a convertirse en testigos privilegiados de la dignidad de
la vida humana.
+
José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián
Publicado
originalmente en la edición en papel del Diario Vasco
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