Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Día 23 de septiembre.
San Pío de Pietrelcina
ANÉCDOTAS DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA
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San Pío de Pietrelcina sonriendo...
¡Cuida por dónde caminas!
Un hombre fue a San Giovanni Rotondo para conocer al Padre Pío
pero era tal la cantidad de gente que había que tuvo que volverse sin ni
siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del convento sintió el maravilloso
perfume que emanaba de los estigmas del padre y se sintió reconfortado.
Unos meses después, mientras caminaba por una zona montañosa,
sintió nuevamente el mismo perfume. Se paró y quedó extasiado por unos momentos
inhalando el exquisito olor. Cuando volvió en sí, se dio cuenta que estaba al
borde de un precipicio y que si no hubiera sido por el perfume del padre
hubiera seguido caminando... Decidió ir inmediatamente a San Giovanni Rotondo a
agradecer al Padre Pío. Cuando llegó al convento, el Padre Pío, el cual jamás
lo había visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mío! ¡Cuida por dónde caminas!”.
Debajo del colchón
Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner
una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor
desaparecería. Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y
entonces su temperamento italiano la hizo exclamar fuera de sí: -“Pues mira
Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón
como castigo”. Dicho y hecho. Enfadada puso la fotografía del padre debajo de
su colchón.
A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el
padre. Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente
y cerró la puertecilla del confesionario con un soberano golpe. La señora quedó
petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A
los pocos minutos se abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el
padre le dijo sonriente: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que
me pusieras debajo del colchón!”.
Los consejos del Padre Pío
Un sacerdote argentino había oído hablar tanto sobre los
consejos del Padre Pío que decidió viajar desde su país a Italia con el único
objeto de que el padre le diera alguna recomendación útil para su vida
espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo que volver sin
que el padre le diera ningún consejo. El padre le dio la absolución, lo bendijo
y eso fue todo. Llegó a la Argentina tan desilusionado que se desahogaba
contando el episodio a todo el mundo. “No entiendo por qué el padre no me dijo
nada”, decía, “¡y yo que viajé desde la Argentina sólo para eso!” “-El Padre
Pío lee las consciencias y sabía que yo había ido con la esperanza de que me
diera alguna recomendación”, etc, etc. Así se quejaba una y otra vez hasta que
sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro que el padre Pío no
le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común??”. Entonces
el sacerdote se puso a pensar y finalmente se acordó que el Padre Pío sí había
hecho algo un poco extraño. “-Me dio la bendición final haciendo la señal de la
cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es que no va a acabar
nunca?”, contó a sus fieles. “¡He ahí el consejo!”, le dijeron, “usted la hace
tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz parece un garabato”. El
sacerdote quedó contentísimo con esta forma tan original de aconsejar que tenía
el Padre Pío.
El vigilante y los ladrones
“Unos ladrones merodeaban en mi barrio, en Roma, y esto me
impedía ir a visitar al Padre Pío. Al final me decidí después de haber hecho un
pacto mental con él: “Padre, yo iré a visitarte si tú me cuidas la casa...”.
Una vez en San Giovanni Rotondo, me confesé con el Padre y al
día siguiente, cuando fui a saludarle, me reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo
que estoy sudando para sostenerte la puerta!”.
Me puse de viaje inmediatamente, sin haber comprendido qué había
querido decirme. Habían forzado la cerradura, pero en casa no faltaba nada.”
Niños y caramelos
“Hacía tanto tiempo que no iba a visitar al Padre Pío que me
sentía obsesionada por la idea de que se hubiera olvidado de mí.
Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi
hija bajo su protección, fui a Misa. De regreso, encontré a la pequeña
saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté quién le había dado el
“melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me señaló el
retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña
durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él.
Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la
idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado de mí, pude finalmente ir a
visitarlo. Inmediatamente después de la confesión, cuando fui a besarle la
mano, me dijo riendo: “...¿también tú querías un “melito”?”.
Un calvo
“No había remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi
cabeza, y sinceramente me disgustaba quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le
dije: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”.
El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo
miraba ansioso esperando una contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el
semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me
dijo: “Encomiéndate a él”. Me di vuelta. Detrás había un sacerdote
completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos
nos echamos a reír.
El zapatazo
Una vez un paisano del Padre Pío tenía un fortísimo dolor de
muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no
rezas al Padre Pío para que te quite el dolor de muelas?? Mira aquí está su
foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó furibundo: “¿Con el dolor que tengo
quieres que me ponga a rezar???”. Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con
todas sus fuerzas contra la foto del Padre Pío.
Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a
confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el
confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados que se acordaba, el
Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó el hombre. “¿¿Nada
más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!.”
El saludo “grande, grande”
Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San
Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con
él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza profundamente triste, cuando se
acordó que el Padre Pío daba todos los días la bendición desde la ventana de su
celda. Se animó con la idea de que por lo menos recibiría su bendición antes de
partir y salió corriendo hacia el convento. Por el camino iba diciendo para sus
adentros: “quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. Cuando llegó se
encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su
bendición, los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se
había retirado a descansar. Un grupo de mujeres que rezaban el Rosario se lo
confirmaron. Era inútil esperar. La señora no se desanimó por eso y se
arrodilló con las demás mujeres diciendo para sí: “no importa, yo quiero un
saludo grande, grande, sólo para mí”. A los pocos minutos se abrió la ventana
de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a
agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron
a reír y una mujer comentó: “-¡Miren, el padre se ha vuelto loco!”. La hija
espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. Sabía que era el saludo
“grande, grande” que había pedido para sí.
Un niño y los caramelos
Un niño, hijo de un guardia civil, deseaba tener un trencito
eléctrico desde hacía mucho tiempo. Acercándose la fiesta de Reyes, se dirigió
a un retrato del Padre Pío colgado en la pared, y le hizo esta promesa: “Oye,
Padre Pío, si haces que me regalen un trencito eléctrico, yo te llevaré un
paquete de caramelos”.
El día de los Santos Reyes el niño recibió el trencito tan
deseado.
Pasado algún tiempo, el niño fue con su tía a San Giovanni
Rotondo. El padre Pío, paternal y sonriente, le preguntó: “-Y los caramelos,
¿dónde están?”.
¡Por dos higos!
Una señora devota del Padre Pío comió un día un par de higos de
más. Asaltada por los escrúpulos, pues le parecía que había cometido un pecado
de gula, prometió que iría en cuánto pudiera a confesarse con el Padre Pío. Al
tiempo se dirigió a San Giovanni Rotondo y al final de la confesión le dijo al
padre muy preocupada: “Padre, tengo la sensación de que me estoy olvidando de
algún pecado, quizá sea algo grave”. El Padre le dijo: “No se preocupe más. No
vale la pena. ¡Por dos higos!”.
¿Esperas que me case yo con ella?
El Padre Pío estaba celebrando una boda. En el momento
culminante del acto el novio, muy emocionado, no atinaba a pronunciar el “sí”
del rito.
El Padre esperó un poco, procurando ayudarlo con una sonrisa,
pero viendo que era en vano todo intento, exclamó con fuerza: “¡¿En fin,
quieres decir este “sí” o esperas que me case yo con ella?!”
¡Padre, ruegue por mis hijitos!
Una señora muy devota del Padre Pío nunca se iba a dormir sin
haberle encomendado antes a sus hijos. Todos las noches se arrodillaba frente a
la imagen del Padre y le decía: “Padre Pío, ruegue por mis hijitos”. Después de
tres años de rezar todos los días la misma jaculatoria pudo ir a San Giovanni
Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo: “Padre, ruegue por mis hijitos”. “Lo sé,
hija mía”, le dijo el Padre, “¡hace tres años que me vienes repitiendo lo mismo
todos los días!”.
¡Y tú te burlas!
Una devota del Padre Pío se arrodillaba todos los días frente a
la imagen del padre y le pedía su bendición. Su marido, a pesar de ser también
devoto del padre, se moría de la risa y se burlaba de ella pues consideraba que
aquello era una exageración. Todas las noches se repetía la misma escena entre
los esposos. Una vez fueron los dos a visitar al Padre Pío y el señor le dijo:
“Padre, mi esposa le pide su bendición todas las noches”. “Lo sé”, contestó el
Padre, “¡y tú te burlas!”.
Bilocaciones
Padre Pío reza a San Pío X
Una vez el Cardenal Merry del Val contó al Papa Pío XII que
había visto al Padre Pío rezando en San Pedro frente a la tumba de San Pío X,
el día de la canonización de Santa Teresita. El Papa preguntó al Beato Don
Orione qué pensaba del asunto. Don Orione respondió: “Yo también lo vi. Estaba
arrodillado rezando a San Pío X. Me miró sonriente y luego desapareció”.
Padre Pío
en Uruguay
Monseñor Damiani, obispo uruguayo, fue a San Giovanni Rotondo a
confesarse con el padre Pío. Luego de confesarse se quedó unos días en el
convento. Una noche se sintió enfermo y llamaron al Padre Pío para que le diera
los últimos sacramentos. El padre Pío tardó mucho en llegar y cuando lo hizo le
dijo:
“Ya sabía yo que no te morirías. Volverás a tu diócesis y trabajarás
algunos años más para gloria de Dios y bien de las almas”. “Bueno”, contestó
Monseñor Damiani, “me iré pero si usted me promete que irá a asistirme a la
hora de mi muerte”. El Padre Pío dudó unos instantes y luego le dijo “Te lo
prometo”.
Monseñor Damiani volvió al Uruguay y trabajó durante cuatro años
en su diócesis.
En el año 1941 Monseñor Alfredo Viola festejó sus bodas de plata
sacerdotales. Para tal acontecimiento se reunieron todos los obispos uruguayos
y algunos argentinos en la ciudad de Salto, Uruguay. Entre ellos estaba
Monseñor Damiani, enfermo de angina pectoris. Hacia la medianoche el Arzobispo
de Montevideo, luego Cardenal Antonio María Barbieri, se despertó al oír
golpear a su puerta. Apareció un fraile capuchino en su habitación que le dijo:
“Vaya inmediatamente a ver a Monseñor Damiani. Se está muriendo”. Monseñor
Barbieri fue corriendo a la alcoba de Monseñor Damiani, justo a tiempo para que
éste recibiera la extremaunción y escribiera en un papel: “Padre Pío..” y no
pudo terminar la frase. Fueron muchos los testigos que vieron un capuchino por
los corredores. Quedó en el palacio espiscopal de Salto un medio guante del
padre Pío que curó a varias personas.
En 1949 Monseñor Barbieri fue a San Giovanni Rotondo y reconoció
en el padre al capuchino que había visto aquella noche, a más de diez mil
kilómetros de distancia. El Padre no había salido en ningún momento de su
convento.
Hoy día hay en Salto una gruta que recuerda esta bilocación y
desde allí el padre ha hecho varios milagros.
Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde
¿eh General?
El General Cardona, después de la derrota de Caporetto, cayó en
un estado de profunda depresión y decidió acabar con su vida. Una tarde se
retiró a su habitación exigiéndo a su ordenanza que no dejara pasar a nadie. Se
dirigió a un cajón, extrajo una pistola y mientras se apuntaba la sien oyó una
voz que le decía: “Vamos, General, ¿realmente quiere hacer esta tontería?”.
Aquella voz y la presencia de un fraile lo disuadieron de su propósito, dejándolo
petrificado. Pero ¿cómo había podido entrar ese personaje en su habitación?
Pidió explicaciones a su ordenanza y este le contestó que no había visto pasar
a nadie. Años más tarde, el General supo por la prensa que un fraile que vivía
en el Gargano hacía milagros. Se dirigió a San Giovanni Rotondo de incógnito y
¡cuál no fue su sorpresa cuando reconoció en el fraile al capuchino que había
visto en su habitación! “Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde ¿eh
General?”, le susurró el Padre Pío.
Amor del Padre Pío por San Pío X y Pío XII
El Padre Pío solía decir que San Pío X era el papa más simpático
desde San Pedro hasta nuestros días. “Un verdadero santo”, decía siempre, “la
auténtica figura de Nuestro Señor”. Cuando murió San Pío X Padre Pío lloraba
como un niño diciendo: “Esta guerra se ha llevado a la víctima más inocente,
más pura y más santa: el Papa”, pues corrían rumores que el Santo Padre había
ofrecido su vida para salvar a sus hijos del flagelo de la guerra.
Una vez Padre Pío dijo a un sacerdote que iba para Roma: “Dile a
su Santidad (Pío XII) que con gusto ofrezco mi vida por él”. Cuando murió Pío
XII el Padre Pío también lloraba desconsoladamente. Al día siguiente de la
muerte no lloraba más y entonces le preguntaron: “Padre, ¿ya no llora por el
Papa?” “No”, contestó el padre, “pues Cristo ya me lo ha mostrado en Su
gloria”.
Si te han gustado…comparte.
Franja
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