Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Una buena reflexión sobre la
Pascua
PASCUA DE RESURRECCIÓN OCTAVA DE PASCUA
JUEVES, VIERNES, SABADO
JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 3,11-26: Dios ha
resucitado a su Siervo.
Jesús resucitado se aparece a los discípulos.
b.- Lc. 24, 35-48: Jesús
resucitado se aparece a los discípulos.
c.- S. Juan de la Cruz:
Comentando los versos “El silbo de los aires amorosos” de su Cántico Espiritual
escribe: “Este divino silbo que entra por el oído del alma, no solamente es
sustancia, como he dicho, entendida, sino también es descubrimiento de verdades
de la Divinidad y revelación de secretos suyos ocultos; porque ordinariamente
todas las veces que enla Escritura divina se halla alguna comunicación de Dios,
que se dice entrar por el oído, se halla ser manifestación de estas verdades
desnudas en el entendimiento o revelación de secretos de Dios; las cuales son
revelaciones o visiones puramente espirituales, que solamente se dan al alma
sin servicio ni ayuda de los sentidos; y así, es muy alto y cierto esto que
dicen y comunica Dios por el oído” (CB 14,15).
En Hechos encontramos ahora la
explicación del Nombre de Jesús y su poder de Señor, título con el Padre lo
exalta, luego de su máxima humillación en la Pasión. El discurso de Pedro
provoca la admiración, por el milagro por ellos obrado, pero sobre todo la acción
de Dios, su misericordia, y bondad al usar a los discípulos como instrumentos
de su gracia. La verdad es que ha aparecido un nombre nuevo, un poder nuevo,
capaz de salvar a los hombres, en clara continuidad con la tradición bíblica,
donde Dios aparece más que cercano a su pueblo, el Dios del NT es el mismo que
habló a Abraham, Isaac, y Jacob, la novedad está en que Jesús era el destino
cumplido de todas las profecías antiguas.
Pedro, une el nombre de Jesús y
su personalidad, a sus palabras y a sus obras prodigiosas. Hablar de Jesús
desde ahora, será hablar de su nombre y poder personal, un poder curativo con
que contar, que produce no sólo la salud física sino también la salvación
integral del hombre. Los apóstoles de algún modo son intermediarios entre Jesús
resucitado y la realidad del hombre concreto.
La Pasión, era el núcleo de la
economía de salvación, querida por el Padre, si bien Jesús fue rechazado por
los hombres, fue, sin embargo, aprobado y glorificado por Dios. La actitud de
Israel debería ser la conversión, puesto todo cuanto sucedió con Jesús estaba
previsto por lo profetas. El propio Moisés, lo anunció (Dt. 18,15), ahora es a
Israel, el primero, el pueblo de Yahvé, al que se ofrece la gracia del
arrepentimiento y la conversión. Es interpelado en el corazón de la religión el
pueblo de Israel, en las Escrituras para que reconozcan en Jesús al Mesías, y
Pedro lo hace en el propio Templo, lugar de la morada de Yahvé.
Jesús, “jefe que lleva a la
vida” (v.15), introduce a los suyos por caminos de vida nueva, porque ha
vencido la muerte y posee la vida en su plenitud, Jesús es la vida para el que
cree. La fe (v.16), es colocada por Pedro en el centro de su discurso, sin la
cual no hubiese sido posible el milagro, ni tampoco poder invocar su Nombre. Es
la fe la que provocó el prodigio del lisiado, la salud física y espiritual. No
se puede dejar de mencionar la culpa de Israel en todo el misterio de la
Pasión, fue por ignorancia, y ahora lo que les queda es el arrepentimiento, la
penitencia, conversión que fue también el discurso de Moisés y de los profetas
(vv. 22-26). Israel, es la heredera de las promesas hechas a Abraham, para
ellos ha resucitado Cristo Jesús, y ha sido constituido en bendición para su
pueblo.
La aparición de Jesús provoca
el miedo y la incertidumbre; les muestra sus llagas de manos y pies, y para
convencerlos definitivamente, les pide algo de comer. Son las pruebas que el
Resucitado aporta para que lo identifiquen con el Jesús de Nazaret que ellos
conocieron y con quien compartieron decisivas experiencias del Evangelio. Más
tarde viene el argumento de la Escritura, como lo hizo con los discípulo de
Emaús, que busca instruirlos para
convencerlos que en ÉL se cumple todo lo escrito en la Ley por Moisés, los
profetas y los salmos (v.44). Les abre sus inteligencias para comprender las
Escrituras y saber que estaba escrito que el Mesías debía padecer, resucitar al
tercer día, en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los
pecados a todas las naciones, comenzando
por Jerusalén. Ellos ahora son testigos de todas estas maravillas (vv.
44-48).
Es el kerigma, la fuente donde
el cristiano ha de nutrir su vida de fe,
apartarse de él, es abandonar la fe o dejar de creer en Jesús resucitado, el
que los evangelios y la tradición apostólica nos han entregado en la comunidad
eclesial. Así como una de las condiciones para ser un buen discípulo es
aprender a escuchar, la misma recomendación hace Juan de la Cruz. Aprender ha
escuchar el “silbo amoroso” del Maestro que revela sus secretos, a quien quiere
de verdad escuchar su voz, que la Escritura nos comunica hoy y la oración
revive en la memoria del alma y del corazón.
VIERNES DE LA OCTAVA DE LA
PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 4,1-12: Ningún otro
Nombre puede salvar.
b.- Jn. 21,1-14: ¡Es el Señor!
c.- S. Juan de la Cruz:
“Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la
dolencia/ de amor, que no se cura/ sino con la presencia y la figura” (CB 11).
Los discípulos Pedro y Juan
frente al Sanedrín proclaman a Jesús el Nazareno, muerto y resucitado de entre los muertos.
Luego de la sanación del lisiado, que trajo consecuencias positivas, en cuanto
muchos empezaron a creer en el testimonio de los apóstoles. Por predicar en el
templo, son apresados por los sacerdotes y son interrogados por el Sanedrín:
“¿Con qué autoridad o en nombre de quien han realizado eso?” (v. 7). Pedro,
lleno del Espíritu Santo, les dirige la palabra, su tercer discurso. El
devolverle la salud al lisiado ha sido en nombre de Jesucristo, a quien ellos
mataron crucificándolo, pero que Dios resucitó, ÉL es la piedra angular, que
ellos desecharon, pero que se ha convertido en piedra angular. No se ha dado
otro nombre bajo el cielo que pueda salvarnos (vv. 9-12). Hay que hacer notar
la fuerza expresiva y argumentativa de Pedro, es la acción del Espíritu Santo,
que comienza a guiar el caminar de la naciente Iglesia de Jesucristo.
La pesca milagrosa, se realiza
por la palabra de Jesús, ante la experiencia de los pescadores, echan las redes
y se produce el milagro de coger una buena cantidad de peces, Juan nos da hasta
el número, 153 peces y, la red no se
rompió. Si bien al comienzo no lo reconocen,
obedecen al desconocido que está en la playa, y les pide algo para
desayunar; echan las redes y cogen una buena redada. Pero en clave de fe, será
el desconocido quien les invite a comer pan y pescado una vez llegados a la
orilla: “Es el Señor”, dice Juan a Pedro (v.7). Jesús toma el pan y se los da,
lo mismo hizo con el pez, es entonces cuando lo reconocen, sus gestos lo
delatan. Es el Señor, el título que el Padre le entrega luego de su Pasión y
confirma la fe pascual de la comunidad en ÉL.
En este evangelio la misión que
les encomienda el resucitado está envuelta en el símbolo de la pesca, la red y
los peces que cogieron esa noche por mandato de Jesús. Ellos eran pescadores,
de hombres les mandó Jesús (Mt. 4, 19), tarea que hoy continúa la Iglesia, en
comunidad, siempre por mandato de Jesús: “echad la red” (v.6). Misión
universal, la de reunir a los hombres en la única Iglesia de Jesucristo, en la
gran red, sin el mandato de Jesús, las redes quedarán vacías. Es su palabra la
que da vida a esta tarea o misión, se cumple aquello de que sin Él, no se puede
lograr nada (Jn. 15, 5).
La cena que presidió Jesús,
clave eucarística, es el otro elemento de la misión sin el cual se hace
infructuosa toda obra en la Iglesia. Al trabajo de la pesca, sin que se rompa
la red, que apunta a la unidad de la Iglesia,
en medio de su universalidad, sigue la invitación de Jesús a cenar, pan
y pescado compartido. Repite el gesto de darlo a los suyos los dos elementos,
pan y pescado, como hizo en la multiplicación de los panes y de los peces (Jn.
6,11), en la última cena (Mt. 26, 26-29) y a los discípulos de Emaús (Lc. 24,
30-32). También hoy, Jesús nos dice echen la red, hagan su trabajo de
evangelizar en mi Nombre, cada eucaristía nos recuerda esta misión.
Para el místico Juan de la
Cruz, el amor, sólo cura su ansiedad de contemplar a su Maestro y Señor, sólo
la cura con su “presencia y figura”, porque desea verse poseída por su Dios. La
afirmación de Juan evangelista: “Es el Señor”,
es una clara manifestación de quien se ha dejado poseer por el amor de
Dios manifestado en Jesucristo, el Señor resucitado. La Eucaristía es la mejor
oportunidad de contemplar a Jesús resucitado y dejarse trasparentar por su
amor, dejarse poseer por Dio vivo y real.
SABADO DE LA OCATAVA DE PASCUA
Lecturas:
a.- Hch. 4,13-21: Obediencia a
Dios
b.- Mc. 16, 9-15: Id al mundo
entero y predicad el evangelio.
c.- S. Juan de la Cruz:
Comentando los versos: “Pues ya no eres esquiva” escribe el santo: “La cual,
(llama del Espíritu Santo), como también es amorosa y tierna, y tierna y
amorosamente embiste en la voluntad, y lo duro se siente cerca de lo tierno, y
la sequedad cerca del amor, siente la voluntad su natural dureza y sequedad
para con Dios y no siente el amor y ternura; porque dureza y sequedad no pueden
comprehender estos contrarios, hasta que, siendo expelidos por ellos, reine en
la voluntad amor y ternura de Dios, pues no pueden caber dos contrarios en un
sujeto” (LA 1,19).
Pedro y Juan, son amenazados y
el Sanedrín, les prohíben hablar en
nombre de Jesús. Reconocen que han obrado un signo en el lisiado, que el pueblo
está maravillado con ellos y que se han convertido en un peligro para el templo
y la religión. La presencia del lisiado ahora de pie es clave, acompañando a
los apóstoles en todo este asunto. Al mandato de no hablar de Jesús, ellos
reaccionaron así: “Mas Pedro y Juan le respondieron: Juzgad si es justo delante
de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de
hablar de lo que hemos visto y oído” (vv. 19-20). La valentía y la audacia
caracterizan los comienzos de la actividad apostólica, obra de la gracia y
colaboración de estos dos intrépidos testigos. La obediencia vivida por ellos
es a Jesucristo, el Señor, única autoridad que hay en la Iglesia y en sus
autoridades. Principio que ha prevalecido en la Iglesia a lo largo de los
siglos, cada vez que la comunidad se ha apartado de ella, las consecuencias han
sido nefastas por la falta de coherencia y alejamiento de la voluntad divina.
La obediencia a Jesucristo es obediencia de fe, como la que demostró al Padre
en su vida, muerte y resurrección.
El evangelio es una síntesis de
Marco donde encontramos tres apariciones del resucitado: a la Magdalena, a los
discípulos de Emaús y finalmente a los once reunidos a la mesa. Jesús les echa
en cara su incredulidad, no haber creído las noticias de su resurrección, les
habla de su dureza de corazón.
Las apariciones, son un signo
de la resurrección de Jesús, confirman su sepulcro vacío, avalan la fe de los
apóstoles y luego de la comunidad eclesial, es decir, la fe que recibimos,
aunque es un hecho sólo percibido desde la fe. Estas apariciones son como la
cara visible, de un contenido mucho más profundo de lo que pensamos, son la
puerta del kerigma o anuncio de la fe. No es una biografía o retahíla de hechos
históricos exactos, sino un dato de fe, hay un sustrato histórico de
acontecimientos que realmente sucedieron. El dato histórico es que las
apariciones del Resucitado, transforman la vida de sus discípulos, es un
encuentro con Aquel que conocieron y
murió crucificado, y que ahora vive. Las apariciones son a personas
determinadas, como a grupos de sus seguidores.
La diversidad de relatos de la
resurrección y apariciones, más que crear confusión, responde a las diversas
tradiciones orales que las comunidades recibieron de los apóstoles. Cada una de ellas guardó aquello que recibió,
no se preocuparon con criterio histórico, de organizarlas, sino que simplemente
las confirmó; lo que les da mayor autenticidad y riqueza kerigmática. El
esquema común a todas ellas es el que sigue: la iniciativa siempre la lleva
Jesús, en principio no es reconocido hasta que da signos que los discípulos
conocen de su Maestro; más tarde se produce el proceso o camino de fe que
termina con el reconocimiento de Jesús resucitado y todo termina con la misión
que les encomienda el Señor.
Los apóstoles que escribieron,
dejaron huellas, más que personales su
propio itinerario de fe hasta reconocer en Jesús de Nazaret, al Cristo de la
fe, más aún al Maestro muerto y ahora resucitado. Sus narraciones acerca de las
apariciones son todo un núcleo de fe al que los cristianos de hoy debemos
acudir, como fuente de luz y gracia, donde beber el agua de la vida nueva, para
ser también depositarios del kerigma.
Si el kerigma primitivo se
conservó y ha llegado a nosotros es por obra del Espíritu Santo que embiste
como llama de amor al alma del creyente, noticia amorosa de la vida nueva en el
Espíritu del resucitado, pero se encuentra con las escorias del pecado y
mientras no se purifique el hombre de todo lo que no es Dios, dice el místico
(3 S 16,2), no podrá gozar en la voluntad transformada por el fuego de amor
divino que invade su existir. Si queremos esta vida nueva, debemos abandonar al
hombre viejo, con su existir caduco, se
trata de tener vida de resucitados en la mente y en el corazón.
Fr. Julio González C. OCD
Caminando con Jesus
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