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San Juan de Dios – 8 de marzo
San Juan de Dios salvando a los enfermos de incendio del Hospital Real
San
Juan de Dios – 8 de marzo
Isabel
Orellana Vilches | 07/03/16
San
Juan de Dios salvando a los enfermos de incendio del Hospital Real,
Juan
Ciudad Duarte nació en 1495 en Montemor-o-Novo, Évora, Portugal. Pero Granada
fue la cruz de este imponente hombre de Dios, tal como le advirtió el Niño
Jesús que ocurriría, mostrándole una granada entreabierta con una cruz en el
centro.
Allí es amado y venerado desde hace siglos por su admirable caridad y
misericordia con los pobres y los enfermos. Es conocido como «el santo». Como
le sucedió a otros fundadores, no se le hubiera ocurrido imaginar que sería el
artífice de una Orden religiosa. El arduo camino hacia ese momento estuvo
sembrado de episodios diversos, a veces casi rocambolescos, ya que fue precoz
aventurero. Se fue de casa a los 8 años y se hizo pastor en Oropesa, Toledo.
Luchó en la compañía del conde de esta villa al servicio del emperador Carlos
V, defendiendo la plaza de Fuenterrabía atacada por el rey Francisco I de
Francia. Y ganada la batalla, al no poder custodiar un depósito militar no fue
ahorcado de milagro.
Vuelto
a Oropesa se libró de un matrimonio deseado por su amo para su hija, pero no
por él. Partió a proteger la ciudad de Viena amenazada por los turcos, y luego
comenzó un periplo como viajero incansable. Pasó por Flandes y regresó a España
por mar. Penetró por La Coruña, visitó Santiago de Compostela y después se
dirigió a la casa paterna. Al llegar supo que sus padres habían muerto. Viajó a
Sevilla, viviendo un tiempo en Ceuta y Gibraltar.
En estos lugares trabajó como
leñador, peón de albañil y librero. En 1538 yendo a Gaucín, Málaga, se le
apareció el Niño Jesús. Entonces le vaticinó: «Granada será tu cruz». De
inmediato se afincó en la ciudad de la Alhambra y mantuvo el oficio de librero.
Distribuía textos y estampas religiosas en la tienda que regentaba al lado de
la conocida Puerta Elvira. En medio de tantos vaivenes, se sentía movido por la
piedad y la caridad con intensidad creciente.
Detalle
de la escultura del Santo
en el Hospital de Sant Joan de Déu, Barcelona
El
20 de enero de 1539 vivió su conversión. San Juan de Ávila pronunciaba un
sermón en la ermita de los mártires. Hizo tal retrato de la virtud frente a la
fealdad del pecado que dejó a Juan Ciudad conmocionado. Con gran aflicción y
ansias de penitencia suplicaba postrado en el suelo: «Misericordia, Señor,
misericordia». Dio sus libros a las llamas, se desprendió de sus escasos
bienes, y se lanzó a las calles, descalzo, para confesar públicamente sus
pecados sin prestar atención a las voces de la gente que le insultaba clamando:
«¡Al loco, al loco…!».
El
Maestro Ávila le ayudó a contener esa divina locura conduciéndole a una
efectiva labor de caridad. Pero antes, pasó por un infierno. Dos personas de
buena fe, creyendo hacerle un bien, le condujeron al manicomio, sito en un
espacio del Hospital Real de Granada. Este hecho, que por fuerza debía haber
sido traumático, a él le abrió las puertas de la misión para la que fue
elegido. Por experiencia supo del casi inhumano tratamiento que se aplicaba en
la época a esta clase de enfermos, y salió de allí dispuesto a remediar tanto
sufrimiento. «Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un
hospital, donde pueda recoger a los pobres desamparados y faltos de juicio, y
servirles como yo deseo».
Peregrinó
a Guadalupe para pedir la ayuda de la Virgen, de acuerdo con Juan de Ávila, con
el que previamente se entrevistó en Montilla y luego en Baeza. En Guadalupe se
le apareció la Virgen y puso en sus brazos al Niño Jesús. Entregándole unos
pañales, le encomendó: «Juan, vísteme al Niño para que aprendas a vestir a los
pobres». Conmovido por la visión, se formó en lo preciso para afrontar su obra
y comenzó su acción en Granada, por indicación del padre Ávila que le alentó en
su quehacer.
A finales de 1539 un pequeño hospital abierto en la calle de
Lucena pronto se llenó con pobres desamparados cuyo único patrimonio era el
sufrimiento que llevaban tatuado en sus frentes: huérfanos, vagabundos,
prostitutas, ancianos, viudas, locos, enfermos diversos, etc. Los curaba,
consolaba, aseaba y proporcionaba comida. Sin arredrarse, pedía para ellos por
las calles con una espuerta y dos marmitas pendidas de su cuello: «Hermanos,
haced bien para vosotros mismos».
Las
noches eran testigos de su mendicidad: «¿quién se hace bien a sí mismo dando a
los pobres de Cristo?», decía. Le abrieron las puertas y le proporcionaron la
ayuda requerida, porque las gentes se conmovían ante la potente presencia de
aquel hombre menudo del que brotaba la aureola del amor divino. A orillas del
río Darro, en el cautivador entorno de la Alhambra, iba cargado con sus fatigas
y también con sus añoranzas por lo divino. El arzobispo Ramírez de Fuenleal le
impuso el hábito y le dio el nombre de Juan de Dios. Espiritualmente sufrió las
asechanzas del maligno.
En
1549 se declaró un pavoroso incendio en el hospital, y no dudó en salvar a sus
enfermos penetrando en el recinto, aunque le aconsejaron que no expusiera su
vida. Sus hombros fueron la tabla de salvación de todos ellos. Milagrosamente,
porque lo vieron moverse envuelto en llamas, no sufrió daño alguno. Numerosas
mujeres descarriadas a quienes leía la Pasión de Cristo se convirtieron y
cambiaron de vida. Uno de sus éxitos apostólicos fue haber logrado reconciliar
a Antón Martín con Pedro de Velasco, asesino de su hermano. Y es que la caridad
de Juan era desbordante. A primeros de febrero de 1550 supo que el río Genil
arrastraba madera en gran cantidad y la precisaba para sus enfermos. Estando en
la rivera, vio a una persona que se ahogaba. Se hallaba muy débil, pero se
lanzó al río y la rescató. No obstante, tamaño esfuerzo le costó la vida debido
a un agotamiento del que no pudo reponerse.
Este
excelso samaritano, penitente y caritativo, murió con fama de santidad el 8 de
marzo de 1550 en la casa de los Pisa donde, a petición del arzobispo, le habían
acogido esperando que se recuperase. Se había hincado de rodillas abrazado a su
crucifijo. Urbano VIII lo beatificó el 21 de septiembre de 1630. Inocencio XII
lo canonizó el 15 de agosto de 1691. Y León XIII lo declaró patrono de los
hospitales y de los enfermos.
ORACIÓN A SAN JUAN DE DIOS
PARA PETICIONES
DE NECESITADOS Y ENFERMOS
¡Glorioso San Juan de Dios,
caritativo protector
de los enfermos y desvalidos!
Mientras vivisteis en la tierra
no hubo quien se apartase
de vos desconsolado:
El pobre halló amparo y refugio;
los afligidos consuelo y alegría;
confianza los desesperados,
y alivio en sus penas y dolores
todos los enfermos y necesitados.
Si tan copiosos fueron
los frutos de vuestra caridad
estando aún en el mundo
¿qué no podremos esperar de vos
ahora que vivís íntimamente
unido a Dios en el Cielo?
Animados con este pensamiento,
esperamos nos alcancéis del Señor
solución a esta desesperada situación:
(hacer la petición)
si es para mayor gloria de Dios
y bien de nuestras almas.
Amén.
Rezar tres Padrenuestros,
tres Avemarías y tres Glorias.
San Juan de Dios
para colorear.
Confeccionado por Franja
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