Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
¿Una moral sin
Dios?
Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net
Libertad y
tolerancia en una sociedad plural:
el arte de convivir
Alfonso Aguiló
—Pero se puede tener una moral muy
exigente y elevada sin ser creyente.
Es cierto que existen muchas personas
de gran rectitud moral que no son creyentes. Y es cierto también que se pueden
encontrar doctrinas éticas respetables que excluyen la fe.
Pero no veo, sin embargo, cómo puede
existir una ética que prescinda totalmente de Dios y pueda considerarse
racionalmente bien fundada. La ética se remite a la naturaleza, y esta, a su
autor, que es Dios.
Para fundamentar cualquier ética es
necesario saber quién es el hombre y quién es su creador (Platón decía que no
podemos conocer qué conducta nos hace buenos si no conocemos quiénes somos).
Una ética sin Dios, sin un ser superior, basada solo en el consenso social, o
en unas tradiciones culturales, ofrece pocas garantías ante la patente
debilidad del hombre o ante su capacidad de ser manipulado.
Una referencia a Dios sirve -y la
historia parece empeñada en demostrarlo- no solo para justificar la existencia
de normas de conducta que hay que observar, sino también para mover a las
personas a observarlas. El creyente se dirige a Dios no solo como legislador
sino también como juez. Conocer la ley moral y observarla son cosas bien
distintas, y por eso, si Dios está presente -y presente sin pretender
acomodarlo al propio capricho, como es lógico- será más fácil que se observen
esas leyes morales.
En cambio, cuando se prescinde
voluntariamente de Dios, es fácil que el hombre se desvíe hasta convertirse en
la única instancia que decide lo que es bueno o malo, en función de sus propios
intereses. ¿Por qué ayudar a una persona que difícilmente me podrá
corresponder? ¿Por qué perdonar? ¿Por qué ser fiel a mi marido o mi mujer
cuando es tan fácil no serlo? ¿Por qué no aceptar esa pequeña ganancia fácil?
¿Por qué arriesgarse a decir la verdad y no dejar que sea otro quien pague las
consecuencias de mi error?
Quien no tiene conciencia de pecado y
no admite que haya nadie superior a él que juzgue sus acciones, se encuentra
mucho más indefenso ante la tentación de erigirse como juez y determinador supremo
de lo bueno y lo malo.
Eso no significa que el creyente obre
siempre rectamente, ni que no se engañe nunca; pero al menos no está solo. Está
menos expuesto a engañarse a sí mismo diciéndose que es bueno lo que le gusta y
malo lo que no le gusta. Sabe que tiene dentro una voz moral que en determinado
momento le advertirá: basta, no sigas por ahí. Sin religión es más fácil dudar
si vale la pena ser fiel a la ética. Sin religión es más fácil no ver claro por
qué se han de mantener conductas que suponen sacrificios.
Esto sucede más aún cuando la moral
laica se transmite de una generación a otra sin apenas reflexión. Como ha
señalado Julián Marías, los que al principio sostuvieron esos principios laicos
como elemento de un debate ideológico, tenían al menos el ardor y el idealismo
de una causa que defendían con pasión. Pero si esa moral se transmite a los más
jóvenes, a los hijos, y después a los hijos de estos, sin ninguna vinculación a
creencias religiosas, es fácil que ese idealismo quede en unas simples ideas
sin un fundamento claro, y por tanto pierden vigor.
Cuando se niega que hay un juicio y una
vida después de la muerte, es bastante fácil que las perspectivas de una
persona se reduzcan a lo que en esta vida pueda suceder. Si no se cuenta con
nada más, porque no se cree en el más allá, el sentido de última
responsabilidad tiende a diluirse.
—¿Y qué le dirías al que, a pesar de
buscar a Dios, no tiene fe?
Buscar a Dios es un paso importante. Y
casi siempre supone tener ya algo de fe. Si la búsqueda es sincera, tarde o
temprano lo encontrará. Yo recomendaría a esa persona que pensara en su propia
conducta y en la verdad, que reflexionara sobre qué está bien y qué está mal, y
que procurara actuar conforme a ello, pues tal vez es Dios quien se lo está
pidiendo. Y obrando bien estará en una buena disposición para descubrir a quien
es la fuente del bien.
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