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Comentario del Evangelio del
DOMINGO II DE PASCUA
Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados»
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo
litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la
liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días
contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del
Espíritu Santo.
Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama
Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que
una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives
in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en
una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras:
“Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su
corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado,
es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a
la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado
al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez
resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen
en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la
vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga
en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el
cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de
perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que
Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes
de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas
fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con
nosotros.
LA PLATA Y LAS MARCAS
Por
Javier Leoz
Al acercarnos a un objeto de plata, y sobre todo si es de cierto
valor o de cierta antigüedad, comprobaremos con nuestros propios ojos y también
al tacto que el fabricante dejó su impronta o identidad en el metal noble. Con
ello se nos da a conocer varias cosas: su procedencia, su fecha o incluso su
autenticidad.
1.Tomás, al igual que nosotros cuando nos hacemos con una joya
de metal noble y miramos sus quilates o su autoría, también necesitaba
encontrar huellas en el cuerpo de Cristo que denotasen que “ese cuerpo” era el
mismo que había bendecido, multiplicado el pan, sanado enfermos, sufrido,
burlado, crucificado y enterrado. No se fiaba de lo que llegaba a sus oídos y,
mucho menos, de que Aquel del que hablaban fuera el mismo (la misma joya
divina) que adornó su existencia y colgó por amor de cruz.
El corazón cerrado, hoy más que nunca, es un problema añadido
para la Nueva Evangelización. Y no porque encontremos resistencias en los
nuevos cristianos sino porque, en muchos casos, las mayores dificultades nos
vienen de los que en teoría han sido bautizados en el nombre de Cristo pero han
olvidado su procedencia: ni tan siquiera se preocupan por acercar los dedos de
su vida en el Cuerpo de Cristo, en la familia de la Iglesia o en la gracia de
los sacramentos. ¿Resultado? Incrédulos y ateos prácticos. En nada, o en poco
se diferencian, con el resto que nunca escucharon nada sobre Dios o ni tan
siquiera fueron bautizados. Son los nuevos Tomás de los tiempos de hoy. ¡Si no
lo veo no lo creo! ¡Si no cambia la Iglesia, no creo! ¡Si los curas…! ¡Si el
Papa…! ¡Si…! ¡Si…! ¡Si….!
2. Varios interrogantes se nos plantean en este segundo domingo
de la Pascua. ¿Es nuestra fe sólida? ¿Responde con un conocimiento de Cristo?
¿Es comprometida o light? ¿Es oportunista o constante? ¿Duda en algunos
momentos o es simple inercia?
Pidamos al Señor que le veamos con todas las consecuencias. Que
lejos de exigir pruebas, como lo hacemos con el oro o la plata cuando compramos
una joya y buscamos una marca de su autor, tengamos una adhesión firme y sin
fisuras. En estos tiempos de dificultades en los que ser cristiano es poco
menos que de héroes es cuando, nuestra fe, ha de ser una fe contrastada,
formada, entusiasta, contagiosa y estimulante. Pero, para que ello sea así,
primero hemos de sentir en nuestra propia mano que Cristo es el que es y que,
por lo tanto, puede configurar nuestra vida con unos parámetros muy distintos a
los que nos ofrece el mundo para alcanzar la felicidad, el bienestar, el modo
de vida o los valores éticos y morales.
3.- No podemos consentir que diferentes problemas que sacuden a
nuestra Iglesia Universal, nos atrincheren. Hoy, más que nunca, como los
apóstoles tenemos que decir: “hemos visto al Señor”. Y, aunque algunos –con
intereses mezquinos y destructivos- intenten callar o desautorizar la voz de la
Iglesia, hemos de responder con la fuerza de nuestra fe, con el entusiasmo
activo y efectivo de nuestro testimonio cristiano. No podemos dejarnos llevar,
como decía el Papa Benedicto XVI, por murmuraciones que entre otras cosas
debilitan, pero no consiguen su propósito: herir y a conciencia. Minar lo que,
por cierto, es algo inquebrantable y sólido: CRISTO NOS ACOMPAÑA EN NUESTRA
PASIÓN Y MUERTE, PARA LLEVARNOS A UN MAÑANA FELIZ. También, a nuestra Iglesia,
le espera.
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
Aquella que viene del cielo, que es azul y sólida
que me recuerda que es posible un orden nuevo
con unas metas y miras más altas.
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
La que nace de un costado
que, traspasado por una lanza,
me enseña que –la paz- es consecuencia
de una vida entregada, con renuncias,
con valor y con un corazón regalándose
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
La paz que, en manos traspasadas por clavos,
me insinúa que, la fraternidad,
sólo será posible cuando existan brazos abiertos
ojos que miren con mirada de hermanos
con pisadas que ayuden e indiquen el camino
a la gente que se encuentra perdida.
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
No me des la paz que anuncia la televisión
No me des la paz que se confunde
con una tregua
No me des la paz en la que siempre pierden los mismos
No me des la paz que orquesta el mundo.
Yo, Señor, quiero tu paz:
La paz que respeta a todos
La paz que nace desde lo más profundo del cielo
La paz que es consecuencia del amor
La paz que es fuente del calor del corazón
La paz que es alegría de tu ser resucitado
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
Esa paz que, todavía, muchos no conocen
Esa paz que, algunos, no desean porque les viene grande
Esa paz que, por ser celestial, sólo la puedes ofrecer Tú
desde la cruz y por tu Resurrección
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
Tan diferente de la que ofrecen los pacifistas
Tan gigante que deja diminuta a la de la tierra
Tan inalcanzable que sólo Tú la puedes ofrecer
Tan duradera que sólo Dios la puede firmar
Tan necesaria que, por nosotros mismos,
nunca la podremos conquistar
DAME DE TU PAZ, SEÑOR
Y, si no puedes dármela Señor,
reina en mis entrañas
Vive en mi corazón y….sé que entonces
yo seré artífice de tu paz.
Amén.
Javier Leoz
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