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Hoy 25 de abril
Fiesta de S. Marcos
Hoy 25 de abril
Fiesta de S. Marcos
San Marcos, Evangelista
Día
25 Fiesta. San Marcos, evangelista
Evangelio: Mc 16, 15-20 Y les dijo:
“Id al mundo entero y predicad el Evangelio a
toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se
condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán
demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si
bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y
quedarán curados.
El Señor, Jesús, después de hablarles, se
elevó al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Y ellos, partiendo de allí, predicaron por
todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que
la acompañaban”.
Predicar
el Evangelio
En la fiesta del evangelista san Marcos,
elevamos nuestro corazón a Dios en acción de gracias por tantos beneficios
recibidos a partir del designio de Jesucristo, que estableció a ciertos
testigos para transmitir en su nombre la Buena Noticia que Él mismo vino a
traer al mundo. El Hijo encarnado debía ascender a los Cielos –a la derecha de
Dios, según se nos recuerda hoy– y convenía que quedara un testimonio escrito
de la vida del Señor para la humanidad de todos los tiempos. Marcos, compañero
en la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, es el autor del Segundo
Evangelio, en el que recoge, en buena medida, la predicación del Príncipe de
los Apóstoles.
Id al mundo entero y predicad el
Evangelio a toda criatura. Estas palabras de Nuestro Señor, pronunciadas
inmediatamente antes de ascender a los cielos, fueron las últimas que
escucharon los discípulos de sus labios. Durante tres años de convivencia con
El, le vieron y escucharon cada día anunciar el Evangelio a todos. Finalmente
habían sido testigos de su pasión, muerte y resurrección. Se concluía así el
plan redentor de Dios. Los hombres podíamos alcanzar la filiación divina por la
virtud de Jesucristo muerto y resucitado: el mérito infinito –por ser Dios– de
su sacrificio en la Cruz quedaba para siempre, como un tesoro, a disposición de
cada hombre. Su vida entregada en el Calvario era, en verdad, el cumplimiento
exacto de las palabras que dirigió Jesús a Nicodemo: Igual que Moisés levantó
la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para
que todo el que crea tenga vida eterna en él. Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna.
Insistamos en nuestra gratitud a la
Providencia divina, que ha dispuesto de modo tan admirable la transmisión de su
mensaje salvador hasta el final de los tiempos. Aquella serpiente de bronce que
construyó Moisés para que los israelitas, al mirarla, sanaran de las mordeduras
de las serpientes en el desierto –según cuenta el libro del Éxodo–, era una
imagen de Jesucristo crucificado, que salva para la Vida Eterna a los que creen
en Él. Era preciso que no viviéramos los hombres de espaldas a esta admirable
verdad. Que reconociéramos el amor sin medida de Dios por nosotros, manifestado
en que entregó a su Hijo Unigénito, para la salvación de todo el que crea en Él
y sea consecuente con su fe.
Esta festividad es una buena ocasión
para tomar viva conciencia de la responsabilidad que a cada uno nos
corresponde, como apóstoles y, en cierta medida, también evangelistas en el
tiempo presente. Somos, en efecto, discípulos del mismo Jesucristo al que
siguieron los Doce Apóstoles y tantos más desde entonces. De palabra y –¿por
qué no?– por escrito, como san Marcos, es necesario dar a conocer, cada día con
más urgencia, la gran noticia de que Dios nos ha creado para una existencia que
no es solamente terrena: que, en Jesucristo y por El, llegamos a ser
verdaderamente hijos de Dios, capaces de vivir eternamente en la intimidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
No es lo habitual que los hombres
tengan como ocupación exclusiva la evangelización. Es cierto que Dios ha
escogido siempre a algunos hombres, como escogió a los Doce Apóstoles, para
que, libres de otras ocupaciones materiales nobles, se dedicaran de modo
exclusivo a la extensión del Reino de Dios. Pero, esta especial dedicación de
unos pocos, en relación con el conjunto de la sociedad, no impide a los demás
fieles cristianos la difusión del Evangelio, ni les excusa de la responsabilidad
de ser apóstoles. Ser apóstoles no es sino manifestar con la propia vida –con
el ejemplo y con la palabra– que somos hijos de Dios.
Pocas veces es necesario hacer algo
especial o que llame la atención. El atractivo del mensaje de Cristo, encarnado
en nuestra vida, se manifiesta por la serena paz que no pasa inadvertida en
este mundo lleno de tensiones y discordias: por la alegría sincera que se
procura difundir, aunque sean evidentes diversas dificultades, incluso el
dolor; por la fecundidad a diversos niveles: hijos, amigos, trabajo..., porque
el bien de suyo es difusivo y, unida a Dios como el sarmiento a la vid, la vida
cristiana necesariamente fructifica. Sin embargo, el amor a Dios y a sus hijos,
los demás hombres, no dejan al cristiano satisfecho con el bien que realiza por
su buen ejemplo, y procura hablar de Dios y de la vida que espera de nosotros
con sus familiares, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo o de
diversión... Y lo hace con la misma sencillez y franqueza con que trata de los demás
asuntos de mutuo interés.
Le ilusiona al cristiano ver a todos
los hombres cerca de Dios, que lo tienen cada día más presente en sus vidas,
que lo aman. Desea el apóstol una sociedad en la que Cristo pudiera vivir a
gusto, sin entristecerse hasta llorar, como cuando, contemplando Jerusalén, se
lamentaba porque no había reconocido su venida salvadora y pocos años después
sería destruida: no dejarán en ti piedra sobre piedra, aseguró. Le ilusiona, en
fin, ver a María Santísima –madre de Dios y Más de nuestra– filialmente
reconocida por todos sus hijos, los hombres, mientras suavemente,
maternalmente, nos conduce a la Casa de nuestro Padre.
San Marcos y el león
Hoy fiesta de S. Marcos:
Comienzo del evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios. El pilar en donde se asienta el relato de la Buena Noticia, para terminar, en un segundo pilar sobre el que se ha ido construyendo el Evangelio entero, la confesión del centurión cuando ve a Jesús muerto en la cruz. Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Abriéndonos así al relato de la resurrección.
La utilización de la palabra evangelio en la primera línea de este librito que marca una manera propia de relatar ha creado todo un género literario. Porque cuando alguien se adentra en su lectura con parsimonia, se queda en los puros pasmos de lo bien que está construido, como lo estarán, igualmente, los otros tres Evangelios canónicos. Deja perplejo que alguien de tan pocas luces literarias, al menos vistas las cosas de primeras y sin cuidado, construya un relato tan complejo en el enorme cuidado que él ha puesto en su pequeño escrito, de modo que podemos leerlo y leerlo una y otra vez, y cada una nos deja ver diversos lados del cuidadoso prisma que son sus páginas. Buscando siempre hacernos creer en el Hijo de Dios, cuya vida y obras, que el evangelista entreteje con tal primor, constituyen una Buena Noticia para nosotros.
La Buena Noticia de nuestra salvación, de que Dios está con nosotros, de que por la fe en Cristo estamos salvados. De modo que ha construido un libro para que creamos con plena comprensión en quien ya creemos, en Cristo Jesús. Porque el Evangelio no es tanto una vida de Jesús para quienes no han oído nunca hablar de él, sino el anuncio de la Buena Noticia que ya hemos recibido, pues nosotros hemos pronunciado ya las palabras del centurión ante Jesús muerto en la cruz. Porque ahora nosotros somos enviados al mundo entero para proclamar esa Buena Noticia que vivíamos ya, pero Marcos ha tenido la idea genial de ponérnoslo en un relato orientado de comienzo a fin en el Hijo de Dios, el Cristo, muerto y resucitado.
Para ello, ha recogido lo que sabía de Jesús, lo que había oído de Pablo, de Pedro, de los demás apóstoles y discípulos de Jesús, los que habían caminado con él desde el principio, y lo ha dejado como relato de una Buena Noticia para todos, no solo para nosotros, sino para todos. Por eso, el Evangelio mismo, es decir, el librito que, tras Marcos, llamamos Evangelio, nos sirve para dar espesor a nuestra fe y nos empuja a proclamarla con asombrosa alegría a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer será condenado. Marcos, tras Pablo y en unión con los demás autores del NT, pone ante nosotros en forma de relato genial lo que nos ayudará a entender en toda su profundidad la Buena Noticia, para, de esta manera, atender al mandato de Cristo de ir por todo el mundo proclamándolo y entregando el Evangelio
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