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El escudo del Papa Francisco
El escudo del Papa Francisco
Síntesis
de la Encíclica Lumen fidei
Aunque la hayan trabajado los dos, ahora es toda del Papa Francisco,
por él la ha firmado y hecho suya. Franja.
“Lumen
fidei” -
“La luz de la fe” es la primera encíclica firmada por el Papa
Francisco. Dividida en cuatro
capítulos, una introducción y una conclusión, la Carta -explica el Papa- se
suma a las encíclicas del Papa
Benedicto XVI sobre la caridad y la esperanza y asume el “valioso trabajo”
realizado por el
Papa emérito, que ya había “prácticamente completado” la encíclica sobre la fe.
A este “primera
redacción” el Santo Padre Francisco agrega ahora “algunas aportaciones”.
La
introducción (No. 1-7) de la Lumen fidei ilustra los motivos en que se basa el
documento: En primer
lugar, recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar toda la
existencia del hombre,
de ayudarlo a distinguir el bien del mal, sobre todo en una época como la
moderna, en la que el
creer se opone al buscar y la fe es vista como una ilusión, un salto al vacío
que impide la libertad
del hombre. En segundo lugar, la Lumen fidei -justo en el Año de la Fe, 50 años
después del
Concilio Vaticano II, un “Concilio sobre la Fe”- quiere reavivar la percepción
de la amplitud de los
horizontes que la fe abre para confesarla en la unidad y la integridad. La fe,
de hecho, no es un presupuesto
que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que debe ser alimentado y
fortalecido. “Quien
cree ve”, escribe el Papa, porque la luz de la fe viene de Dios y es capaz de
iluminar toda la
existencia del hombre: procede del pasado, de la memoria de la vida de Jesús,
pero también
viene del futuro porque nos abre vastos horizontes.
El primer
capítulo (8-22):
Hemos creído en el amor (1 Jn 4, 16). En referencia a la
figura bíblica de
Abraham, la fe en este capítulo se explica como “escucha” de la Palabra de
Dios, “llamada” a salir del
aislamiento de su propio yo, para abrirse a una nueva vida y “promesa” del
futuro, que hace
posible la continuidad de nuestro camino en el tiempo, uniéndose así
fuertemente a la esperanza.
La fe
también se caracteriza por la “paternidad”, porque el Dios que nos llama no es
un Dios extraño,
sino que es Dios Padre, la fuente de bondad que es el origen de todo y sostiene
todo. En la
historia de Israel, lo contrario de la fe es la idolatría, que dispersa al
hombre en la multiplicidad de sus
deseos y lo “desintegra en los múltiples instantes de su historia”, negándole
la espera del tiempo de
la promesa. Por el contrario, la fe es confiarse al amor misericordioso de
Dios, que siempre
acoge y perdona, que endereza “lo torcido de nuestra historia”, es
disponibilidad a dejarse transformar
una y otra vez por la llamada de Dios “es un don gratuito de Dios que exige la
humildad y el
valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro
entre Dios y los
hombres, la historia de la salvación”. (n. 14) Y aquí está la “paradoja” de la
fe: el volverse constantemente
al Señor hace que el hombre sea estable, y lo aleja de los ídolos.
La Lumen
fidei se detiene, después, en la figura de Jesús, el mediador que nos abre a
una verdad más
grande que nosotros, una manifestación del amor de Dios que es el fundamento de
la fe “precisamente en la
contemplación de la muerte de Jesús la fe se refuerza”, porque Él revela su
inquebrantable amor por
el hombre. También en cuanto resucitado Cristo es “testigo fiable”, “digno de fe”, a
través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina el destino
final. Pero hay “otro
aspecto decisivo” de la fe en Jesús: “La participación en su modo de ver”. La
fe, en efecto, no sólo mira
a Jesús, sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos.
Usando una analogía,
el Papa explica que, como en la vida diaria, confiamos en “la gente que sabe
las cosas mejor que
nosotros” -el arquitecto, el farmacéutico, el abogado- también en la fe
necesitamos a alguien
que sea fiable y experto en “las cosas de Dios” y Jesús es “aquel que nos
explica a Dios”. Por esta
razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando
lo acogemos en
nuestras vidas y nos confiamos a él. Su encarnación, de hecho, hace que la fe
no nos separe de
la realidad, sino que nos permite captar su significado más profundo. Gracias a
la fe, el hombre se
salva, porque se abre a un Amor que lo precede y lo transforma desde su
interior. Y esta es
la acción propia del Espíritu Santo: “El cristiano puede tener los ojos de
Jesús, sus sentimientos, su
condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu”
(n. 21). Fuera de la
presencia del Espíritu, es imposible confesar al Señor. Por lo tanto, “la
existencia creyente se convierte
en existencia eclesial”, porque la fe se confiesa dentro del cuerpo de la
Iglesia, como “comunión
real de los creyentes”. Los cristianos son “uno” sin perder su individualidad y
en el servicio a los
demás cada uno gana su propio ser. Por eso, “la fe no es algo privado, una
concepción individualista,
una opinión subjetiva”, sino que nace de la escucha y está destinada a
pronunciarse y a
convertirse en anuncio.
El
segundo capítulo (23-36):
Si no creéis, no comprenderéis (Is 07, 09). El Papa
demuestra la estrecha
relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la
historia. “La fe, sin
verdad, no salva -escribe el Papa- se queda en una bella fábula, la proyección
de nuestros deseos de
felicidad”. Y hoy, debido a la “crisis de verdad en que nos encontramos”, es
más necesario que nunca
subrayar esta conexión, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar solo
la verdad tecnológica,
lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia y lo que es “verdad
porque funciona”,
o las verdades del individuo, válidas solo para uno mismo y no al servicio del
bien común.
Hoy se mira con recelo la “verdad grande, la verdad que explica la vida
personal y social en su
conjunto”, porque se la asocia erróneamente a las verdades exigidas por los
regímenes totalitarios del siglo
XX. Esto, sin embargo, implica el “gran olvido en nuestro mundo contemporáneo”, que -en
beneficio del relativismo y temiendo el fanatismo- olvida la pregunta sobre la
verdad, sobre el origen
de todo, la pregunta sobre Dios. La Lumen fidei subraya el vínculo entre fe y
amor, entendido
no como “un sentimiento que va y viene”, sino como el gran amor de Dios que nos transforma
interiormente y nos da nuevos ojos para ver la realidad. Si, pues, la fe está
ligada a la verdad y
al amor, entonces “amor y verdad no se pueden separar”, porque sólo el
verdadero amor resiste
la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. Y puesto que el
conocimiento de la fe
nace del amor fiel de Dios, “verdad y fidelidad van juntos”. La verdad que nos
abre la fe es
una verdad centrada en el encuentro con el Cristo encarnado, que, viniendo
entre nosotros, nos ha
tocado y nos ha dado su gracia, transformando nuestros corazones.
Aquí el
Papa abre una amplia reflexión sobre el “diálogo entre fe y razón”, sobre la verdad
en el mundo de
hoy, donde a menudo viene reducida a la “autenticidad subjetiva”, porque la
verdad común da
miedo, se identifica con la imposición intransigente de los totalitarismos. En
cambio, si la verdad
es la del amor de Dios, entonces no se impone con la violencia, no aplasta al
individuo. Por esta
razón, la fe no es intransigente, el creyente no es arrogante. Por el
contrario, la verdad vuelve
humildes y conduce a la convivencia y el respeto del otro. De ello se desprende
que la fe lleva al
diálogo en todos los ámbitos: en el campo de la ciencia, ya que despierta el
sentido crítico y amplía
los horizontes de la razón, invitándonos a mirar con asombro la Creación; en el
encuentro interreligioso,
en el que el cristianismo ofrece su contribución; en el diálogo con los no
creyentes que no
dejan de buscar, que “intentan vivir como si Dios existiese”, porque “Dios es
luminoso, y se deja
encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón”. “Quién se pone en
camino para practicar
el bien -afirma el Papa- se acerca a Dios”. Por último, la Lumen fidei habla de
la teología y afirma
que es imposible sin la fe, porque Dios no es un mero “objeto”, sino que es
Sujeto que se hace
conocer. La teología es participación del conocimiento que Dios tiene de sí
mismo; se desprende que debe
ponerse al servicio de la fe de los cristianos y que el Magisterio de la
Iglesia no es un límite
a la libertad teológica, sino un elemento constitutivo porque garantiza el
contacto con la fuente
original, con la Palabra de Cristo.
El tercer
capítulo (37-49):
Transmito lo que he recibido (1 Co 15, 03). Todo el capítulo
se centra en la
importancia de la evangelización: quien se ha abierto al amor de Dios, no puede
retener este regalo
para sí mismo, escribe el Papa: La luz de Jesús resplandece sobre el rostro de
los cristianos y así se
difunde, se transmite bajo la forma del contacto, como una llama que se
enciende de la otra, y pasa de
generación en generación, a través de la cadena ininterrumpida de testigos de
la fe. Esto comporta
el vínculo entre fe y memoria, porque el amor de Dios mantiene unidos todos los
tiempos y nos
hace contemporáneos a Jesús. Por otra parte, se hace “imposible creer cada uno
por su cuenta”,
porque la fe no es “una opción individual”, sino que abre el yo al “nosotros” y
se da siempre “dentro
de la comunión de la Iglesia”. Por esta razón, “quien cree nunca está solo”:
porque descubre
que los espacios de su “yo” se amplían y generan nuevas relaciones que
enriquecen la vida.
Hay, sin
embargo, un “medio particular” por el que la fe se puede transmitir: son los
Sacramentos, en los
que se comunica “una memoria encarnada”. El Papa cita en primer lugar el
Bautismo -tanto de niños
como de adultos, en la forma del catecumenado -que nos recuerda que la fe no es
obra del individuo
aislado, un acto que se puede cumplir solos, sino que debe ser recibida, en
comunión eclesial.
“Nadie se bautiza a sí mismo”, dice la Lumen fidei. Además, como el niño que
tiene que ser
bautizado no puede profesar la fe él solo, sino que debe ser apoyado por los
padres y por los padrinos,
se sigue “la importancia de la sinergia entre la Iglesia y la familia en la
transmisión de la fe”. En
segundo lugar, la Encíclica cita la Eucaristía, “precioso alimento para la fe”,
“acto de memoria, actualización
del misterio” y que “conduce del mundo visible al invisible”, enseñándonos a
verla
profundidad de lo real. El Papa recuerda después la confesión de la fe, el
Credo, en el que el creyente
no sólo confiesa la fe, sino que se ve implicado en la verdad que confiesa; la
oración, el Padre
Nuestro, con el que el cristiano comienza a ver con los ojos de Cristo; el
Decálogo, entendido no como
“un conjunto de preceptos negativos”, sino como “un conjunto de indicaciones
concretas” para
entrar en diálogo con Dios, “dejándose abrazar por su misericordia”, “camino de
la gratitud” hacia la
plenitud de la comunión con Dios . Por último, el Papa subraya que la fe es una
porque uno es
“el Dios conocido y confesado”, porque se dirige al único Señor, que nos da la
“unidad de visión”
y “es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo
Espíritu”. Dado, pues, que
la fe es una sola, entonces tiene que ser confesada en toda su pureza e
integridad, “la unidad de
la fe es la unidad de la Iglesia”; quitar algo a la fe es quitar algo a la
verdad de la comunión. Además,
ya que la unidad de la fe es la de un organismo vivo, puede asimilar en sí todo
lo que
encuentra, demostrando ser universal, católica, capaz de iluminar y llevar a su
mejor expresión todo el
cosmos y toda la historia. Esta unidad está garantizada por la sucesión
apostólica.
El
capítulo cuarto (n. 50-60):
Dios prepara una ciudad para ellos (Hb 11, 16).
Este capítulo explica la
relación entre la fe y el bien común, lo que conduce a la formación de un lugar
donde el hombre
puede vivir junto con los demás. La fe, que nace del amor de Dios, hace fuertes
los lazos entre los
hombres y se pone al servicio concreto de la justicia, el derecho y la paz. Es
por esto que no nos
aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre contemporáneo.
Por el contrario,
sin el amor fiable de Dios, la unidad entre todos los hombres estaría basada
únicamente en la
utilidad, el interés o el miedo. La fe, en cambio, capta el fundamento último
de las relaciones humanas,
su destino definitivo en Dios, y las pone al servicio del bien común. La fe “es
un bien para todos, un
bien común”, no sirve únicamente para construir el más allá, sino que ayuda a
edificar nuestras
sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza.
La
encíclica se centra, después, en los ámbitos iluminados por la fe: en primer
lugar, la familia fundaden el
matrimonio, entendido como unión estable de un hombre y una mujer. Nace del reconocimiento y de la
aceptación de la bondad de la diferenciación sexual y, fundada sobre el amor en
Cristo, promete “un amor para siempre” y reconoce el amor creador que lleva a
generar hijos.
Después
los jóvenes: aquí el Papa cita las Jornadas Mundiales de la Juventud, en las
que los jóvenes muestran
“la alegría de la fe” y el compromiso de vivirla de un modo firme y generoso.
“Los jóvenes
aspiran a una vida grande -escribe el Papa-. El encuentro con Cristo da una
esperanza sólida que no
defrauda. La fe no es un refugio para personas pusilánimes, sino que ensancha
la vida”.
Y en
todas las relaciones sociales: haciéndonos hijos de Dios, de hecho, la fe da un
nuevo significado a la
fraternidad universal entre los hombres, que no es mera igualdad, sino la experiencia
de la paternidad
de Dios, comprensión de la dignidad única de la persona singular.
Otra área es la de la naturaleza: la fe nos ayuda a respetarla, a “buscar modelos de desarrollo que no se basen únicamente en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don”; nos enseña a encontrar las formas justas de gobierno, en las que la autoridad viene de Dios y está al servicio del bien común; nos ofrece la posibilidad del perdón que lleva a superar los conflictos. “Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella”, escribe el Papa, y si hiciéramos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros y quedaríamos unidos sólo por el miedo. Por esta razón no debemos avergonzarnos de confesar públicamente a Dios, porque la fe ilumina la vida social. Otro ámbito iluminado por la fe es el del sufrimiento y la muerte: el cristiano sabe que el sufrimiento no puede ser eliminado, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona, y ser así “etapa de crecimiento en la fe y el amor”. Al hombre que sufre, Dios no le da un racionamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que acompaña, que abre un resquicio de luz en la oscuridad. En este sentido, la fe está unida a la esperanza. Y aquí el Papa hace un llamamiento: “No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino”.
Otra área es la de la naturaleza: la fe nos ayuda a respetarla, a “buscar modelos de desarrollo que no se basen únicamente en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don”; nos enseña a encontrar las formas justas de gobierno, en las que la autoridad viene de Dios y está al servicio del bien común; nos ofrece la posibilidad del perdón que lleva a superar los conflictos. “Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella”, escribe el Papa, y si hiciéramos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros y quedaríamos unidos sólo por el miedo. Por esta razón no debemos avergonzarnos de confesar públicamente a Dios, porque la fe ilumina la vida social. Otro ámbito iluminado por la fe es el del sufrimiento y la muerte: el cristiano sabe que el sufrimiento no puede ser eliminado, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona, y ser así “etapa de crecimiento en la fe y el amor”. Al hombre que sufre, Dios no le da un racionamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que acompaña, que abre un resquicio de luz en la oscuridad. En este sentido, la fe está unida a la esperanza. Y aquí el Papa hace un llamamiento: “No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino”.
Conclusión
(N º 58-60):
Bienaventurada la que ha creído (Lc 1, 45). Al final de la Lumen fidei, el Papa nos invita a mirar a María, “icono perfecto” de la fe, porque, como Madre de Jesús, ha concebido “fe y alegría”. A Ella se alza la oración del Papa para que ayude la fe del hombre, nos recuerde que aquellos que creen nunca están solos, y que nos enseñe a mirar con los ojos de Jesús
Después de leer este resumen es mucho más fácil meternos con la Encíclica completa. Para formar nuestra conciencia de cristianos e iluminar nuestra fe, una Encíclica en en este Año de la Fe nos puede ayudar de primera mano. Franja.
Encíclica Completa.
enlace
4 comentarios:
Muy interesante la encíclica del Papa.Que no sé nos apague la luz que enciende nuestro corazón y nuestras ganas de seguir creciendo por el camino de la verdad,y la vida.La fe recibida como un don necesita por nuestra parte ser cuidada, alimentada,y cultivada como se hace con una
pequeña planta para que no se pierda. Para que con nuestra cooperación libre, este don vaya germinando y creciendo en nosotros.Cristo no defrauda,nos da fortaleza y la fuerza para compartir la fe con los demás,es esencial hacer
comunidad,la fe como nos pide el apóstol Pedro, nos debe de llevar a la perfección en la caridad.La fe sin obras está realmente muerta.
Si queremos que nuestra fe crezca debemos amar a nuestros semejantes,como Cristo nos ha amado.
Muchas gracias por el comentario. Me interesa lo que dije más arriba: Después de leer este resumen es mucho más fácil meternos con la Encíclica completa. Para formar nuestra conciencia de cristianos e iluminar nuestra fe, una Encíclica en en este Año de la Fe nos puede ayudar de primera mano. Franja.
Por eso recomiendo leer con un poco de calma la encíclica y encontraremos pasajes que nos ayudarán a poner nuestro granito de arena. Además nos hará comprender la importancia de transmitirla con nuestra vida. Como hacían en el Antiguo testamento, que pasaba de hijos a nietos la fe en Dios, recordándoles a los hijos cómo El les había cuidado como pueblo.
Nosotros, si en Cristo se cumplió la promesa, tenemos que transmitir la fe en la Resurrección del Señor porque que sigue actuando en la Iglesia de la que formamos parte, a través de la vida sacramental, que es la fe vivida, y que muchos han olvidado quedándose en una fe de teórica y sin vida. Se olvidan de que la fe sin obras es una cosa muerta.
Gracias por esta ocasión que me has dado de decir mi parte. Franja
me ayudo mucho, muchas gracias
y tiene toda la razon ahora al saber un poco mas de nosotros mismos y nuestra Iglesia formaremos nuestra conciencia de cristianos y diferenciar entre lo bueno y lo malo =)
Si la gente leyese más...y si la gente rezase más...
Son pocos los que leen y los que leen cada vez leen menos.
Es como los que rezan:
Son pocos los que rezan y los que rezan rezan poco. Franja
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