Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Para tener en cuenta cuando llega el momento,
que llega... cuando menos lo esperamos!.
La esperanza en Dios y la
resurrección cambia muchas cosas
10 consejos prácticos y realistas
para enfrentar la muerte y el duelo de forma cristiana
10 consejos prácticos y realistas
para enfrentar la muerte y el duelo de forma cristiana
Todos morimos, también nuestros
seres queridos, y hemos de saber gestionar nuestro dolor, nuestro respeto y
nuestro deber de oración
La muerte nos asusta a todos;
vernos indefensos y frágiles nos genera incertidumbre, preguntas, malestar.
Muchas veces, evadiendo el tema,
decimos que aún nos falta mucho para ese día, que no nos preocupa y cuando
alguien nos toca el tema lo desviamos.
En realidad, lo que estamos
llamados a hacer es entender el verdadero sentido de la muerte, y para ello
debemos revisar los siguientes aspectos que nos darán una visión cristiana de
la misma
1. Recurrir a los sacramentos:
Unción de los enfermos, confesión y comunión.
Cuando este momento se acerca se
debe procurar dejar este mundo libre de cargas y pecados, recibir la unción de
los enfermos, confesarse y comulgar. De esta forma, al llegar la muerte, será
el encuentro con Cristo, que como Buen Pastor acompaña a sus ovejas.
Debemos procurar que si un ser
querido o vecino se encuentra en esta situación, ayudemos buscando o avisándole
a un sacerdote cercano para que vaya a visitar al enfermo y pueda irse en
gracia de Dios.
Recordemos personalmente buscar
vivir en comunión con el Señor, cumplir sus mandamientos y confesarnos y
comulgar con frecuencia por amor a nuestro Dios y considerando que la propia
muerte puede sobrevenirnos cuando menos lo esperamos.
2. Comprender que la muerte es un
estado liberador.
Cristo quiso liberarnos con amor
y entrega. Al resucitar, Él venció a la muerte y nosotros debemos vivirla
comprendiendo que un ciclo terreno termina e inicia el tiempo de gracia al lado
de Dios y su corte celestial.
Recordemos que la muerte y
resurrección de nuestro Señor nos permite que compartamos con Él la vida
eterna. Jesús nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan
11, 25-26)
3. Entender que la muerte no es
un castigo sino la entrada a la vida eterna.
La muerte entró al mundo para
purificar el pecado que heredamos de nuestros primeros padres, todos estamos
convocados a ir con el Creador de la vida y entregar cuentas de cómo hemos
vivido en esta tierra. No necesariamente la enfrentaremos cuando estemos
enfermos o ancianos, será cuando se nos llame al encuentro con Dios Padre,
quizás en el momento menos esperado.
Nuestra esperanza y alegría es
Cristo quien nos ha redimido: “Porque el salario del pecado es la muerte,
mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús,
nuestro Señor” (Romanos 6,23)
4. Conservemos con amor el
recuerdo de nuestros seres queridos que han partido.
Si bien ya no están físicamente
con nosotros, todas sus enseñanzas y los momentos compartidos viven en nuestros
corazones, honremos siempre su memoria como un tesoro invaluable que nos
acompañará en nuestra vida.
5. Acompañar, aconsejar y ayudar
a los familiares de quien ha fallecido.
Cuando se ha perdido a alguien,
generalmente nos refugiamos en la soledad, el llanto y el silencio, la
depresión, la inapetencia y el estrés.
Nuestra tarea cristiana es
acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares, recordarle con alegría,
procurando que se distraigan y vean en la muerte no un fin, sino un continuar
en el amor de Dios, que tiene preparado un lugar para cada uno de nosotros.
6. Evitemos caer en depresiones
prolongadas, busquemos ayuda y soporte espiritual.
Aunque nos duele que un ser
querido haya partido y sentimos un vacío en ese tiempo y espacio que compartía
con nosotros, hay que evitar caer en depresiones prolongadas, primeramente
porque sabemos que a quien se ha ido no le hubiese gustado vernos así, y
segundo, porque contamos con la esperanza cristiana de que, quien ha creído y
vivido en el Señor, tiene vida eterna en Él.
Si nos es difícil levantarnos del
duelo, busquemos ayuda en un sacerdote o director espiritual para sobrellevar
el dolor, será muy útil.
7. Respetar el luto y evitar
hablar de dinero o herencias en los momentos más sensibles
Es posible que la persona
fallecida haya dejado algunos bienes que corresponden a los hijos o las
personas que comparten un rasgo de consanguinidad.
Todo tiene su tiempo apropiado, y
es lamentable ver familias que, aun cuando no ha ocurrido la muerte o está muy
reciente, tienen rencillas por temas materiales. La Biblia nos enseña: “Ya que
ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo
está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas
celestiales y no en las de la tierra” (Colosenses 3,1-2)
8. Es recomendable donar la ropa
y cosas usadas por nuestro familiar difunto.
Es una buena obra de caridad
donar las prendas que la persona usó a una beneficencia, casa hogar o refugio,
de esta forma corresponderemos con la obra de misericordia de vestir al
desnudo. Otra razón es que muchas veces estas cosas materiales a las cuales nos
apegamos nos hacen mucho daño, no nos permiten superar el dolor que ocasionado
por la pérdida y dejar a nuestro familiar descansar en paz.
9. Evitemos caer en prácticas
supersticiosas o de Nueva Era para mitigar nuestro dolor.
Algunas empresas en su afán, no
de compartir el dolor sino de lucrarse de éste, ofrecen rituales que no son
compatibles con la verdadera vida cristiana. Por ejemplo: sembrar un árbol con
los restos de nuestro familiar, arrojar las cenizas a un lago para perpetuar su
memoria, crear un cementerio virtual para visitarle online, o llamarle a un
animalito como el familiar relacionándolo con la reencarnación (la cual es
incompatible con nuestra fe), etc. El dolor no puede desviarnos de nuestra fe,
nuestra confianza siempre debe estar puesta en Dios y en sus promesas, es su
gracia la que nos ayudará a continuar.
10. Orar por el eterno descanso
de quienes han partido.
Es esencial y la mayor obra de
amor que podemos tener con nuestro ser querido. En muchos de nuestros países de
habla hispana se acostumbra, al día siguiente de la cristiana sepultura,
reunirse en torno a la oración o “novenario” para ayudar al difunto durante la
purificación que le corresponda en el purgatorio.
Debemos hacerlo con mucha fe,
ofreciendo la Eucaristía por su eterno descanso, rezando el Santo Rosario, la
Coronilla de la Misericordia, etc. Es nuestro deber cristiano orar los unos por
los otros: La Iglesia purgante (los que han fallecido), la Iglesia militante
(los que aún tenemos vida terrenal) y la Iglesia triunfante (Los Santos que
están con Cristo.)
Nos dice el Catecismo de la
Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los
difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo]
hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran
liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la
Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor,
en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez
purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.” (numeral 1032)
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