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CARDENAL ROUCO: LA BEATIFICACIÓN DE ÁLVARO DEL
PORTILLO, UN "GRAN GOZO" PARA MADRID.
«La beatificación del
Venerable Álvaro del Portillo», prevista para el próximo 27 de septiembre,
«supone un gran gozo para toda la Iglesia y de modo muy singular» para la
archidiócesis de Madrid. Así lo aseguró el cardenal Antonio María Rouco, su
arzobispo, durante su alocución semanal en la cadena COPE. La figura de este «madrileño
universal» se une así «a la de tantos hijos e hijas que en el siglo XX vivieron
su específica vocación cristiana heroicamente como una vocación para la
santidad». El cardenal Rouco destaca varios rasgos de la personalidad de don
Álvaro: su bondad, serenidad y buen humor; su «particular preocupación por las
personas necesitadas», y su «trabajo infatigable por el bien de la Iglesia», a
la que sirvió con «su afable caridad con todos, unida a sus profundos
conocimientos teológicos y jurídicos». El arzobispo de Madrid concluyó su
alocución animando a todos los madrileños a participar en la beatificación y a
acoger a los peregrinos que vendrán a Madrid desde todo el mundo. Ofrecemos a continuación
el texto íntegro de la alocución:
Noticia digital (20-V-2014)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El Papa Francisco ha promulgado recientemente el
decreto de beatificación del Venerable Álvaro del Portillo. Sacerdote nacido y
ordenado en Madrid. Un madrileño universal. La celebración en la que será
proclamado Beato tendrá lugar, Dios mediante, el sábado 27 de septiembre en
Madrid, en Valdebebas, precisamente en este año en que festejamos el centenario
de su nacimiento. Presidirá el cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para
la Causa de los Santos, como delegado especial del Santo Padre. Al día
siguiente se celebrará, en el mismo lugar, la Eucaristía de acción de gracias.
La beatificación del Venerable Álvaro del Portillo supone un gran gozo para
toda la Iglesia y de modo muy singular para nuestra archidiócesis. Su figura se
une a la de tantos de sus hijos e hijas que en el siglo XX vivieron su
específica vocación cristiana heroicamente como una vocación para la santidad.
Algunos de ellos se veneran en la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora la
Real de la Almudena. Los santos hacen la Iglesia; y la Iglesia necesita, sobre
todo y ante todo, de mujeres y hombres santos. Damos gracias al Señor por
tantos madrileños, comenzando por nuestro Patrón, san Isidro, que han vivido
entre nosotros, han trabajado, se han entregado a Dios y han sido fieles hasta
la muerte alcanzando la santidad.
El futuro Beato Álvaro del Portillo nació en Madrid el
11 de marzo de 1914, cerca de la Puerta de Alcalá; fue bautizado en la Iglesia
de San José, junto a la Gran Vía; y recibió la Primera Comunión -al igual que
sus compañeros del Colegio del Pilar, de los Marianistas- en la parroquia de la
Concepción de la calle Goya. Estudió en nuestra ciudad para ayudante de Obras
Públicas y cursó la carrera de Ingeniería de Caminos. Después de varios años de
trabajo profesional, recibió la ordenación sacerdotal en 1944 en la capilla del
Palacio Episcopal, de manos del obispo de Madrid, el Patriarca don Leopoldo Eijo
y Garay. Más tarde se doctoró en Filosofía y Letras y en Derecho Canónico. Su
vida estuvo especialmente ligada a la de un santo que veneramos en una de las
capillas de nuestra catedral: san Josemaría Escrivá de Balaguer. El futuro
Beato fue uno de los primeros miembros del Opus Dei, y ayudó y
secundó fielmente al Fundador. Tras la muerte de san Josemaría, en 1975, fue
elegido para sucederle al frente del Opus Dei. En 1982, al erigir
el Opus Dei en Prelatura personal, san Juan Pablo II le nombró
Prelado del Opus Dei, y, en 1991, le confirió la ordenación
episcopal. Dirigió durante 19 años esta realidad de la Iglesia con gran
dinamismo evangelizador, un profundo sentido de comunión eclesial y fidelidad
al carisma fundacional. Falleció santamente en 1994, tras peregrinar a Tierra
Santa. San Juan Pablo II fue a orar ante sus restos mortales, como
reconocimiento por su servicio al Pueblo de Dios.
Estaba dotado de una gran creatividad evangelizadora.
Siguiendo con fidelidad la luz fundacional de san Josemaría, promovió nuevas
labores apostólicas en numerosos países y diversas iniciativas en favor de la
Iglesia universal, como, por ejemplo, la Universidad Pontificia de la Santa
Cruz en Roma, donde estudian sacerdotes, religiosos y laicos de todo el mundo.
Fruto de la necesidad que sentía de vivir la caridad fraterna hacia los más
pobres y necesitados, impulsó labores sociales en las zonas más pobres de
muchas barriadas de las grandes ciudades y en algunos países de lo que algunos
denominan el Tercer Mundo. Tuve una extraordinaria ocasión de
tratarle y conocerle muy de cerca en el Sínodo sobre La formación de
los sacerdotes en las actuales circunstancias, en 1990. Formábamos parte
del mismo Círculo Menor. Me gustaría destacar dos rasgos de su
personalidad, junto con su bondad, serenidad y buen humor:
El primero fue su particular preocupación por las
personas necesitadas, de la que ya dio muestras en los primeros años de su
carrera universitaria, cuando participaba en las Conferencias de San Vicente de
Paúl. Formaba parte de un grupo de jóvenes que atendían a las familias que
vivían en infraviviendas en los alrededores de Madrid, en el arroyo del
Abroñigal -en la actual M.30- y en otros lugares. Les llevaban alimentos y
medicinas y procuraban socorrerlas en sus necesidades; y daba catequesis, en un
tiempo muy difícil, a los niños de la parroquia de San Ramón Nonato de
Vallecas. Uno de sus compañeros le recuerda llevando en brazos por las calles
de Madrid a un niño que había quedado abandonado en unas chabolas. A pesar de las
dificultades no cejó hasta que pudo confiarlo a la atención de las religiosas
de Santa Cristina, para que lo cuidaran hasta que sus padres pudieran hacerlo.
Entre los jóvenes que le acompañaban para visitar a esas familias necesitadas
del extrarradio, y entre sus amigos, encontramos a figuras señeras de nuestra
Iglesia diocesana, como el Beato Jesús Gesta, que ingresó como hermano en la
Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y murió mártir; y al Venerable don José
María García Lahiguera, arzobispo de Valencia, que fue durante muchos años
director espiritual del Seminario y obispo auxiliar de Madrid.
Un segundo rasgo de su vida es su trabajo infatigable
por el bien de la Iglesia. Su afable caridad con todos, unida a sus profundos
conocimientos teológicos y jurídicos, hizo que gozase del aprecio de los
sucesivos Papas, que le confiaron numerosos cometidos en varios Dicasterios de
la Curia Romana al servicio del Pueblo de Dios. Participó muy activamente en
tareas de gran responsabilidad en los trabajos del Vaticano II, especialmente
en el Decreto Presbyterorum ordinis, y contribuyó a la renovación
espiritual de la Iglesia con mentalidad abierta y fidelidad al Evangelio.
Prestó especial atención a los problemas de la mujer, y sus libros y ensayos,
traducidos a varios idiomas, han supuesto una notable aportación a la misión
del laicado y de los sacerdotes en el mundo actual.
Muchas personas de nuestra diócesis conocieron
personalmente al futuro Beato y acuden a su intercesión. Me uno a la alegría de
todos ellos, y de forma especial a sus familiares, entre los que se cuentan
varios sacerdotes y un misionero en África. Animo a todos los fieles madrileños
a participar en las ceremonias de esta beatificación y a abrir las puertas de
nuestras casas, parroquias y colegios -como hicimos tan generosamente en la
JMJ- para acoger a los miles de peregrinos que van a venir de todas las partes
del mundo. Su beatificación, además de constituir una gran alegría eclesial,
debe estimular nuestro afán por ser santos en la vida cotidiana. Así debe de
ocurrir también con la de don Álvaro del Portillo. Él es un claro ejemplo con
sus obras y enseñanzas de cómo hay que recorrer el camino de la santidad, que
hemos iniciado el día de nuestro bautismo. Los jóvenes pueden aprender mucho de
él.
Pidamos a la Virgen de la Almudena por los frutos de
esta beatificación, para que redunde en el bien de toda la Iglesia y,
especialmente de nuestra archidiócesis de Madrid, a la que el futuro Beato
madrileño se sintió siempre tan hondamente unido. Con todo afecto y con mi
bendición.
+ Antonio Mª Rouco
Varela
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