Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Me ha gustado mucho este cuento. Es muy aprovechable. Si tienes un poco de tiempo disponible léelo y te gustará también a ti. Franja.
gansos
EL PORQUÉ DE LA NAVIDAD
Erase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y de las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa. Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea. Al cabo de un rato, oyó un gran golpe; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia.
Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
-Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo. El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:
-Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!
Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día:
-¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!
De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer.
Dios hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos.
El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.
Dios hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos.
El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevada, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:
-"¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"
Con este relato, les deseo con cariño una felicísima Navidad en la que el Niño Jesús les colme de bendiciones.
Si os ha gustado debéis compartirlo con vuestros amigos. Algunos lo pueden necesitar para entender la NAVIDAD. Franja.
Yo tampoco creo en lo que dicen estos muñecos de la tele
Y para abundar en ateos, que siempre
están incordiando sin respetar a los creyentes:
Leí hace algún tiempo que un grupo de
ateos estadounidenses se quejó a las autoridades porque se aburrían en Navidad.
El mismo hastío debe de postrarles en un rincón del sofá los domingos por ser
el día del Señor, la Semana Santa y cualquier otra fecha de guardar. Ese tedio
estéril es probable que les tenga agarrados al mando de la tele en cada ocasión
en que el calendario les ponga delante el espejo de Dios y les recuerde el
carácter perecedero de la condición humana, y que la certeza de que la muerte
nos espera más pronto que tarde a la orilla del camino, es una forma de descubrir que el ateísmo es, en sí mismo, una
gran derrota.
Pero cuando estos ateos pelmas se cansan de
juguetear con el control remoto, empuñan el matasuegras para dar la serenata a
los cristianos con la cantinela de que los iconos y las tradiciones religiosas
les resultan ofensivas. En muchos colegios se han descolgado las tallas de santos y de la Virgen de sus
peanas, se han prohibido los belenes y nadie canta villancicos o se disfraza de
Papá Noel. Los ateos aburridos y ofendidos quieren una Navidad sin belén, una
música sin ruido, sin guirnaldas, luces ni niños Jesús. Una Navidad sin
Navidad, neutra, muda, despojada de su carácter religioso; una estampa que sea
una foto fija que sólo enseñe un trineo surcando un mar de nieve que viene de
ninguna parte y se dirige a ningún sitio.
Montar un pesebre en un espacio
público, colgar de un web institucional una réplica de un cuadro de María,
nombrar a Dios desde un tribuna parlamentaria, es hacer sonar los tambores de
guerra para que acuda en zafarrancho de combate la división Panzer del laicismo
feroz que muchas veces logra que su pataleta de inmensa minoría prevalezca
sobre la voluntad de la mayoría. Cada vez es mayor el número de centros
educativos sin árboles navideños, aulas sin crucifijo y Nochebuenas sin
zambomba ni pandereta.
Esos mismos que consideran un ataque a
su sensibilidad las misas en las capillas universitarias, la asignatura de
religión y los pasos de la Semana Santa, son los mismos que se ponen
fanfarrones cuando los creyentes somos los ofendidos ante una exposición de
“arte” blasfemo, cuando quieren mandar a un obispo a la cárcel por predicar las
verdades del evangelio, o les entrar urticaria cuando la Conferencia episcopal
recuerda a los católicos que no es lo mismo votar por los que defienden la vida
que a aquellos que la aplastan.
Lo ofensivo es rodear a los peregrinos en
las Jornada Mundiales de la Juventud, escupirles y golpearles sólo porque
pisaban las mismas calles que ellos. Lo ofensivo son las carrozas del Orgullo
gay que parodian groseramente la liturgia y la indumentaria católicas. Lo
ofensivo es ver las contorsiones de una “drag queen” pasada de carnes y de
alcohol imitando a una bailarina de barra americana al que sólo le cubre sus vergüenzas un tanga más delgado que un
hilo dental. Lo ofensivo es que se gaste el dinero de los creyente para hacer
millonarios a los matarifes de las clínicas abortistas, en pagar el sueldo de
los políticos de la hoz y el martillo que quieren segar la yerba y algo más a
todo lo que huela a Iglesia.
Así que yo me voy a hacer el belén y
ensayar villancicos para la Nochebuena, y si a algún ateo no le gusta que coja
el mando de su tele y se ponga a adorar la caja tonta. Porque cada uno es libre de escoger al Dios al que
quiere servir.
nacimiento casero
FELIZ NAVIDAD 2013
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