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lunes, 11 de agosto de 2014

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA, nº 2

Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona


El día 15  de agosto celebraremos la 
SOLEMNIDAD DE
 LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Munificentissimus Deus:
 La Constitución Apostólica que definió
 el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen
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Pio XII
La Asuncion de María Santísima
a los cielos en cuerpo y alma.
La mirada de nuestro Dios


La anunciación a María
Paul Claudel
En este gran día de la Solemnidad de la Asunción de Santa María en cuerpo y alma a los Cielos, es preciso hacer justicia –lo intentamos al menos, aunque sabemos de sobra que será imposible con Dios– por todos los beneficios que hemos recibido en nuestra condición de hombres.

 El Señor del mundo pensó en cada uno de nosotros de modo singular. Creándonos a su imagen y semejanza, fuimos constituidos muy por encima de todo lo demás que existe en este mundo. Sin embargo, aún le pareció poco a Dios. Su corazón, infinitamente amoroso, quiso amarnos sin medida, sin matices que pudieran hacer su cariño menos intenso, como sucede cuando se estima algo pero no es razonable, sin embargo, poner en aquello todo el corazón. Nos quiere Dios como hijos: somos hijos de Dios por Jesucristo, y un buen padre a nada ni a nadie quiere tanto como a sus hijos. Pues a los hombres nos quiere un Padre que es Dios, infinitamente perfecto en su amor.

La Asunción de nuestra Madre al Cielo glorifica su vida de servicio rendido como Esclava del Señor. Viene a ser como "la guinda" que culmina una vida entera entregada a Dios, sin ningún obstáculo en ningún momento a lo que esperaba de Ella. Y, por eso mismo, una vida inmensamente feliz, pues no es posible separar la verdadera felicidad y la verdadera alegría del cumplimiento de la voluntad de Dios. Que poderoso es nuestro Padre del Cielo para llenarnos de contento, por mucho sacrificio que soportemos,
 si es por agradarle.

Qué maravilla. Llevada al cielo por los ángeles.

Nos imaginamos a la Virgen, mientras es asunta al Cielo –no sabemos cómo–, al Reino de los ángeles y de los santos, absolutamente dichosa: rebosante de un amor agradecido a la Santísima Trinidad que la escogió para ser Madre de Jesucristo, del Verbo encarnado. ¡Cómo se goza el Apóstol recordando a sus gálatas esta incuestionable verdad de fe!: al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, les asegura. Así, pues, la Madre del Hijo de Dios es María, porque el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, es la única persona de Jesús: el Hijo de María. Verdad que, por otra parte, ya Isabel había proclamado nada más contemplar a María tras el anunio del ángel: Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? Pues, sólo si María es la Madre de Dios –la Madre del Señor, dice Isabel– tenía sentido tan incomparable alabanza de la madura Isabel  a la jovencísima María.

Su figura elevándose triunfal y sencilla a la vez; Señora y al mismo tiempo Esclava; Hija pequeña y Madre poderosa a un tiempo; gozando ya de la Visión Beatífica mientras anhela lo mismo para sus hijos los hombres, viene a ser el último verso de un gozoso poema que quiso Dios escribir con María para toda la humanidad. Ella, en cada estrofa, en cada palabra incluso, repetía: hágase en mí según tu palabra. No quería saber otra respuesta para Dios que aquella que dio al arcángel Gabriel el día en que se supo escogida para el proyecto más ambicioso y difícil de la historia. Un proyecto que sería realidad por el poder de Dios y su humilde disponibilidad.

Asunción de María a los cielos

María en modo alguno era una niña ingenua que se vio involucrada en un misterioso plan ininteligible para Ella. Manifiesta, por el contrario, desde los primeros momentos de su camino en este mundo –fiel ya al querer de Dios– una inteligencia excepcionalmente clara de su destino y de la presencia del Creador en su vida. Se sabe responsable de una gran misión, la más grande que puede ser pensada para un ser humano –aparte de la de su propio Hijo–, y se llena de optimismo apoyada en Dios. Vocación, Entrega y Optimismo: he aquí tres realidades sobre las que se vertebra la vida entera de María. Cada instante de su existencia terrena fue la respuesta generosa y alegre de su vida entregada a Dios que la llamaba. A cada paso se goza de sentirse elegida por el Creador –ha puesto los ojos en la humildad de su esclava– y no se plantea, por tanto, la posibilidad de perder tan gran privilegio con una respuesta menor que un si incondicional, rotundo y entusiasta a lo que Dios espera de Ella.

María, bien consciente de los dones recibidos y de la misión encomendada, haciendo honor a la verdad y justicia a Dios, de quien es criatura y de quien procede cuanto ha recibido, que la hace ser la bienaventurada entre todas las generaciones, exulta gozosa. No es, ciertamente, una expansión personal de entusiasmo la suya, de autosatisfacción, sin más, como nos sucede posiblemente con frecuencia a nosotros al considerar méritos, triunfos, éxitos, públicos reconocimientos... Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. Así se expresa nuestra Madre. 

Cada palabra de su Magníficat subraya el amor divino generoso, espléndido con su pequeña criatura, María.
Pero María, siendo extraordinaria por ser la llena de Gracia, en previsión a su maternidad divina, no es, sin embargo, la única persona a la que Dios ama. Todo hombre es amado por Dios de modo singular, y muy por encima de lo que ama al resto de la creación que contemplamos.

 Los bautizados somos además verdaderos hijos suyos: recibimos su amor de Padre. ¿Con qué hondura y detenimiento consideramos y agradecemos esta decisiva y enriquecedora verdad de nuestra fe, que nos transporta fuera de este mundo, en cierta medida, para vivir ya, como María, saboreando que ha hecho en mí –también en cada uno– cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo? Así, pues, como quien no quiere la cosa, sin que se note especialmente, porque es algo ordinario como nuestra vida de cristianos, también el Señor del mundo se ha fijado en mí  y en cada uno para hacer cosas grandes. 
Le pedimos a Santa María que podamos también decir que nos sentimos muy contentos y alabamos a Dios por eso: porque ha puesto sus ojos en nuestra humildad.
De Luis de Moya
 Meditación

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La Asunción de la Santísima Virgen al Cielo
La Asunción de la Santísima Virgen al Cielo. Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos
 su última bendición.

Pero Tomás, Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.- Pedro -dijo Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó. Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa música en el aire.- Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron solamente... una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
enlace:
http://youtu.be/-mbNmypSFxo

El 10 de noviembre de 1950 el Papa Pío XII declaró que el hecho de que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser creída por todo católico.- 

San Alfonso Rodríguez vio un 15 de agosto cómo fue la recepción de la Santísima Virgen en el cielo el día de su llegada, y quedó extasiado, inmensamente emocionado.

San Esteban, Rey de Hungría, celebraba con mucha solemnidad la fiesta de la Asunción de María el 15 de agosto, y ese día fue llevado por Dios a la eternidad.- 

San Juan Berchmans, y San Estanislao de Kostka, jóvenes jesuitas, deseaban ir a celebrar en el cielo la fiesta de la Asunción. San Juan Berchmans murió el 14 de agosto, y San Estanislao en la mañana del 15, con el rosario en la mano y pronunciando los santísimos nombres de Jesús y María, y fueron a celebrar la gran fiesta de Asunción al cielo.

Santa Teresa dice que vio un día de la la Asunción cómo fue la llegada de la Santísima Virgen al cielo y que desde entonces quedó con el inmenso deseo de sufrir y trabajar con conseguirse un puesto en el paraíso.

"Y apareció en el cielo una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y 12 estrellas a su alrededor. Más impresionante que un ejército en orden de batalla". ( Apocalipsis, 12)


Himno (laudes)

Sólo la Niña aquella, la Niña inmaculada,
La Madre que del hijo recibió hermosura,
La Virgen que le dice a su Creador criatura,
Sólo esa Niña bella al cielo fue elevada.

Los luceros formaron innumerables filas,
Tapizaron las nubes el cielo en su grandeza;
Y aquella Niña dulce de sin igual belleza
Llenaba todo el cielo con sus claras pupilas.

Nuestro barro pequeño, de nostalgia extasiado,
Ardientemente quiere subir un día cualquiera
Al cielo, donde el barro de nuestra Niña espera
Purificar en gracia nuestro barro manchado.
Amén
ORACIÓN
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, madre de tu Hijo, haz que nosotros, ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su misma gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo...
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Himno ( II vísperas)

Al cielo vais, Señora,
 Allá os reciben con alegre canto;
¡oh, quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
Para subir con vos al monte santo! 


De ángeles sois llevada,
De quién servida sois desde la cuna,
De estrellas coronada,
Cual reina habrá ninguna,
Pues os calza los pies la blanca luna.

Volved los linces ojos,
Ave preciosa, sólo humilde y nueva,
Al aval de los abrojos
Que tales flores lleva,
Do suspirando están los hijo de Eva.

Que, si con clara vista
Miráis las tristes almas de este suelo,
Con propiedad no vista
Las subiréis de vuelo,
Como perfecta piedra de imán al cielo. Amén

ORACIÓN


 Señor Dios todopoderoso, tú que, mirando complacido la profunda humildad de la siempre Virgen María, la elevaste a la excelsa dignidad de ser madre de tu Hijo hecho hombre y, en este día, la coronaste de gloria y de honor, concédenos, por su intercesión, que ya que como María tenemos parte en tu redención, alcancemos, también como ella, la gloria del reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Y ahora una canción
 de amor humano y divino 
a la Virgen Morenita.
http://www.es.josemariaescriva.info/mp3/Morenita.mp3

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