Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Día 23 de septiembre.
San Pío de Pietrelcina
ANÉCDOTAS DEL PADRE PÍO DE
PIETRELCINA
86
San Pío de Pietrelcina
sonriendo...¡Cuida por dónde caminas!
Un hombre fue a San Giovanni
Rotondo para conocer al Padre Pío pero era tal la cantidad de gente que había
que tuvo que volverse sin ni siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del
convento sintió el maravilloso perfume que emanaba de los estigmas del padre y
se sintió reconfortado.
Unos meses después, mientras
caminaba por una zona montañosa, sintió nuevamente el mismo perfume. Se paró y
quedó extasiado por unos momentos inhalando el exquisito olor. Cuando volvió en
sí, se dio cuenta que estaba al borde de un precipicio y que si no hubiera sido
por el perfume del padre hubiera seguido caminando... Decidió ir inmediatamente
a San Giovanni Rotondo a agradecer al Padre Pío. Cuando llegó al convento, el
Padre Pío, el cual jamás lo había visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mío!
¡Cuida por dónde caminas!”.
Debajo del colchón
Una señora sufría de tan
terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su
almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería. Después de varias
semanas el dolor de cabeza persistía y entonces su temperamento italiano la
hizo exclamar fuera de sí: -“Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme
la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo”. Dicho y hecho. Enfadada
puso la fotografía del padre debajo de su colchón.
A los pocos meses fue a San
Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló frente al
confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puertecilla del
confesionario con un soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no
esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A los pocos minutos se
abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el padre le dijo sonriente:
“No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del
colchón!”.
Los consejos del Padre Pío
Un sacerdote argentino había
oído hablar tanto sobre los consejos del Padre Pío que decidió viajar desde su
país a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación
útil para su vida espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo
que volver sin que el padre le diera ningún consejo. El padre le dio la
absolución, lo bendijo y eso fue todo. Llegó a la Argentina tan
desilusionado que se desahogaba contando el episodio a todo el mundo. “No
entiendo por qué el padre no me dijo nada”, decía, “¡y yo que viajé desde la Argentina sólo para
eso!” “-El Padre Pío lee las consciencias y sabía que yo había ido con la
esperanza de que me diera alguna recomendación”, etc, etc. Así se quejaba una y
otra vez hasta que sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro
que el padre Pío no le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo
común??”. Entonces el sacerdote se puso a pensar y finalmente se acordó que el
Padre Pío sí había hecho algo un poco extraño. “-Me dio la bendición final
haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es
que no va a acabar nunca?”, contó a sus fieles. “¡He ahí el consejo!”, le
dijeron, “usted la hace tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz
parece un garabato”. El sacerdote quedó contentísimo con esta forma tan
original de aconsejar que tenía el Padre Pío.
El vigilante y los ladrones
“Unos ladrones merodeaban en
mi barrio, en Roma, y esto me impedía ir a visitar al Padre Pío. Al final me
decidí después de haber hecho un pacto mental con él: “Padre, yo iré a
visitarte si tú me cuidas la casa...”.
Una vez en San Giovanni
Rotondo, me confesé con el Padre y al día siguiente, cuando fui a saludarle, me
reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo que estoy sudando para sostenerte la
puerta!”.
Me puse de viaje
inmediatamente, sin haber comprendido qué había querido decirme. Habían forzado
la cerradura, pero en casa no faltaba nada.”
Niños y caramelos
“Hacía tanto tiempo que no
iba a visitar al Padre Pío que me sentía obsesionada por la idea de que se
hubiera olvidado de mí.
Una mañana, después de
haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a Misa. De
regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté
quién le había dado el “melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy
contenta me señaló el retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito
donde dejaba a la pequeña durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al
episodio y no pensé más en él.
Después de algún tiempo, no
logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado
de mí, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión,
cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “...¿también tú querías un
“melito”?”.
Un calvo
“No había remedios para mi
cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me disgustaba
quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le dije: “Padre, ruegue para que no se
me caiga el cabello”.
El Padre en ese momento
bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una
contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el semblante y con una mirada
expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él”. Me
di vuelta. Detrás había un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan
brillante que parecía un espejo. Todos nos echamos a reír.
El zapatazo
Una vez un paisano del Padre
Pío tenía un fortísimo dolor de muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo
su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre Pío para que te quite el dolor
de muelas?? Mira aquí está su foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó
furibundo: “¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar???”.
Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto
del Padre Pío.
Algunos meses más tarde su
esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo.
Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados
que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó
el hombre. “¿¿Nada más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena
cara?!.”
El saludo “grande, grande”
Una hija espiritual del Padre
Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único
propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza
profundamente triste, cuando se acordó que el Padre Pío daba todos los días la
bendición desde la ventana de su celda. Se animó con la idea de que por lo
menos recibiría su bendición antes de partir y salió corriendo hacia el
convento. Por el camino iba diciendo para sus adentros: “quiero un saludo
grande, grande, sólo para mí”. Cuando llegó se encontró con que la gente se
había marchado pues el Padre había dado ya su bendición, los había saludado a
todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar. Un
grupo de mujeres que rezaban el Rosario se lo confirmaron. Era inútil esperar.
La señora no se desanimó por eso y se arrodilló con las demás mujeres diciendo
para sí: “no importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. A los
pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar
nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de
usar su pañuelo. Todos se echaron a reír y una mujer comentó: “-¡Miren, el
padre se ha vuelto loco!”. La hija espiritual del padre comenzó a llorar
emocionada. Sabía que era el saludo “grande, grande” que había pedido para sí.
Un niño y los caramelos
Un niño, hijo de un guardia
civil, deseaba tener un trencito eléctrico desde hacía mucho tiempo.
Acercándose la fiesta de Reyes, se dirigió a un retrato del Padre Pío colgado
en la pared, y le hizo esta promesa: “Oye, Padre Pío, si haces que me regalen
un trencito eléctrico, yo te llevaré un paquete de caramelos”.
El día de los Santos Reyes el
niño recibió el trencito tan deseado.
Pasado algún tiempo, el niño
fue con su tía a San Giovanni Rotondo. El padre Pío, paternal y sonriente, le
preguntó: “-Y los caramelos, ¿dónde están?”.
¡Por dos higos!
Una señora devota del Padre
Pío comió un día un par de higos de más. Asaltada por los escrúpulos, pues le
parecía que había cometido un pecado de gula, prometió que iría en cuánto
pudiera a confesarse con el Padre Pío. Al tiempo se dirigió a San Giovanni
Rotondo y al final de la confesión le dijo al padre muy preocupada: “Padre,
tengo la sensación de que me estoy olvidando de algún pecado, quizá sea algo
grave”. El Padre le dijo: “No se preocupe más. No vale la pena. ¡Por dos
higos!”.
¿Esperas que me case yo con
ella?
El Padre Pío estaba
celebrando una boda. En el momento culminante del acto el novio, muy
emocionado, no atinaba a pronunciar el “sí” del rito.
El Padre esperó un poco,
procurando ayudarlo con una sonrisa, pero viendo que era en vano todo intento,
exclamó con fuerza: “¡¿En fin, quieres decir este “sí” o esperas que me case yo
con ella?!”
¡Padre, ruegue por mis
hijitos!
Una señora muy devota del
Padre Pío nunca se iba a dormir sin haberle encomendado antes a sus hijos.
Todos las noches se arrodillaba frente a la imagen del Padre y le decía: “Padre
Pío, ruegue por mis hijitos”. Después de tres años de rezar todos los días la
misma jaculatoria pudo ir a San Giovanni Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo:
“Padre, ruegue por mis hijitos”. “Lo sé, hija mía”, le dijo el Padre, “¡hace
tres años que me vienes repitiendo lo mismo todos los días!”.
¡Y tú te burlas!
Una devota del Padre Pío se
arrodillaba todos los días frente a la imagen del padre y le pedía su
bendición. Su marido, a pesar de ser también devoto del padre, se moría de la
risa y se burlaba de ella pues consideraba que aquello era una exageración.
Todas las noches se repetía la misma escena entre los esposos. Una vez fueron
los dos a visitar al Padre Pío y el señor le dijo: “Padre, mi esposa le pide su
bendición todas las noches”. “Lo sé”, contestó el Padre, “¡y tú te burlas!”.
Bilocaciones
Padre Pío reza a San Pío X
Una vez el Cardenal Merry del
Val contó al Papa Pío XII que había visto al Padre Pío rezando en San Pedro
frente a la tumba de San Pío X, el día de la canonización de Santa Teresita. El
Papa preguntó al Beato Don Orione qué pensaba del asunto. Don Orione respondió:
“Yo también lo vi. Estaba arrodillado rezando a San Pío X. Me miró sonriente y
luego desapareció”.
Padre Pío en Uruguay
Monseñor Damiani, obispo
uruguayo, fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre Pío. Luego de
confesarse se quedó unos días en el convento. Una noche se sintió enfermo y
llamaron al Padre Pío para que le diera los últimos sacramentos. El padre Pío tardó
mucho en llegar y cuando lo hizo le dijo:
“Ya sabía yo que no te
morirías. Volverás a tu diócesis y trabajarás algunos años más para gloria de
Dios y bien de las almas”. “Bueno”, contestó Monseñor Damiani, “me iré pero si
usted me promete que irá a asistirme a la hora de mi muerte”. El Padre Pío dudó
unos instantes y luego le dijo “Te lo prometo”.
Monseñor Damiani volvió al
Uruguay y trabajó durante cuatro años en su diócesis.
En el año 1941 Monseñor
Alfredo Viola festejó sus bodas de plata sacerdotales. Para tal acontecimiento
se reunieron todos los obispos uruguayos y algunos argentinos en la ciudad de
Salto, Uruguay. Entre ellos estaba Monseñor Damiani, enfermo de angina
pectoris. Hacia la medianoche el Arzobispo de Montevideo, luego Cardenal Antonio
María Barbieri, se despertó al oír golpear a su puerta. Apareció un fraile
capuchino en su habitación que le dijo: “Vaya inmediatamente a ver a Monseñor
Damiani. Se está muriendo”. Monseñor Barbieri fue corriendo a la alcoba de
Monseñor Damiani, justo a tiempo para que éste recibiera la extremaunción y
escribiera en un papel: “Padre Pío..” y no pudo terminar la frase. Fueron
muchos los testigos que vieron un capuchino por los corredores. Quedó en el
palacio espiscopal de Salto un medio guante del padre Pío que curó a varias
personas.
En 1949 Monseñor Barbieri fue
a San Giovanni Rotondo y reconoció en el padre al capuchino que había visto
aquella noche, a más de diez mil kilómetros de distancia. El Padre no había
salido en ningún momento de su convento.
Hoy día hay en Salto una
gruta que recuerda esta bilocación y desde allí el padre ha hecho varios
milagros.
Nos hemos salvado por los
pelos aquella tarde ¿eh General?
El General Cardona, después
de la derrota de Caporetto, cayó en un estado de profunda depresión y decidió
acabar con su vida. Una tarde se retiró a su habitación exigiéndo a su
ordenanza que no dejara pasar a nadie. Se dirigió a un cajón, extrajo una
pistola y mientras se apuntaba la sien oyó una voz que le decía: “Vamos,
General, ¿realmente quiere hacer esta tontería?”. Aquella voz y la presencia de
un fraile lo disuadieron de su propósito, dejándolo petrificado. Pero ¿cómo
había podido entrar ese personaje en su habitación? Pidió explicaciones a su
ordenanza y este le contestó que no había visto pasar a nadie. Años más tarde,
el General supo por la prensa que un fraile que vivía en el Gargano hacía
milagros. Se dirigió a San Giovanni Rotondo de incógnito y ¡cuál no fue su
sorpresa cuando reconoció en el fraile al capuchino que había visto en su
habitación! “Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde ¿eh General?”, le
susurró el Padre Pío.
Amor del Padre Pío por San
Pío X y Pío XII
El Padre Pío solía decir que
San Pío X era el papa más simpático desde San Pedro hasta nuestros días. “Un verdadero
santo”, decía siempre, “la auténtica figura de Nuestro Señor”. Cuando murió San
Pío X Padre Pío lloraba como un niño diciendo: “Esta guerra se ha llevado a la
víctima más inocente, más pura y más santa: el Papa”, pues corrían rumores que
el Santo Padre había ofrecido su vida para salvar a sus hijos del flagelo de la
guerra.
Una vez Padre Pío dijo a un
sacerdote que iba para Roma: “Dile a su Santidad (Pío XII) que con gusto
ofrezco mi vida por él”. Cuando murió Pío XII el Padre Pío también lloraba
desconsoladamente. Al día siguiente de la muerte no lloraba más y entonces le
preguntaron: “Padre, ¿ya no llora por el Papa?” “No”, contestó el padre, “pues
Cristo ya me lo ha mostrado en Su gloria”.
http://webcatolicodejavier.org/PadrePioAnecdotas.html
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