Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
Dicen que el Génesis y el Apocalipsis,
alfa y omega de la literatura revelada, son metáforas. En cierto modo lo son.
¿Habría otro modo de explicar, para hombres, para niños, la creación y la
regeneración del cosmos?
También Jesucristo (palabra de Dios que se expresa con
palabrillas y acentos y entonaciones humanas), para explicar qué inmensa y
portentosa cosa es el Reino de los cielos, recurre a la semejanza, a la
parábola, al cuentecillo fácil y de remoto parecido.
No está, pues, fuera de
lugar echar mano a la metáfora y llamar juego divino o jugada maestra de Dios a
esa trama que se da entre el cielo y la tierra. Dios mismo tiene declarado que
sus delicias son estar con los hijos de los hombres, y que ese deleite es
lúdico: ludens in orbe terrarum, Dios juega sobre el orbe de las tierras. Dios
se divierte, Dios disfruta, Dios goza con los gestos y las gestas de los
hombres. ¡Dios baila con los hombres! Cuando Dios mira a su Hijo-Cristo, dice
Hombre, y cuando mira a su hijo-hombre, dice Cristo.
Si Dios leyera a los
clásicos, al echarse a la cara a Terencio “Soy hombre y nada humano me es
ajeno”, diría: Soy Dios y nada humano me es ajeno.
Por
ello, cada vez que en ese «juego divino» el hombre fiel y fiado de Dios se
extenúa, se cansa, llega a sus límites, se siente impotente y exclama «¡ya no
puedo más!», ese Dios, al que nada humano le hace encogerse de hombros,
interviene, se hace notar: Dios mueve sus fichas. Dios hace su jugada.
San Josemaría
El hombre de
Villa Tevere
Los años
romanos de Josemaría Escrivá
Pilar Urbano
Editado por
Plaza & Janés
CAPÍTULO IX
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