Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado- Baiona
Miércoles Santo, 16 de abril 2014
El miércoles santo Jesús no acudió al Templo.
Permaneció en Betania en una
vigilia de oración. Todo lo que había de decir, lo ha dicho. La revelación de
su identidad es clara. La denuncia del pecado también. Las posiciones de los
importantes también están definidas.
Cristo les dice: "Sabéis que de aquí a dos días será la Pascua, y el
Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado"(Mt). Hay presciencia
en Jesús. Sabe lo que va suceder, sabe el día y la hora. No le será ahorrado el
desconocimiento previo, o la esperanza de que el dolor va ser menor. Lo sabe
todo. Es consciente de que los clavos van a atravesar su carne, sabe que su
cuerpo va ser flagelado, escupido, deshonrado y, por fin, llegará una muerte
cruel. Lo sabe, y no huye, porque esa afrenta va a ser convertida en un
sacrificio en el que Él va a ser sacerdote y víctima. Va a pedir al Padre el perdón
para todos, pero lo va a pedir pagando el precio de justicia de todos los
pecados. Va ser un verdadero sacrificio expiatorio, como lo simbolizaba el
animal que soltaban los sacerdotes que llevaba sobre sí los pecados del pueblo.
Pero ahora no va ser un símbolo, sino una realidad. El peso de todos nuestros
pecados va a caer sobre Él. Jesús va a ser el inocente que paga por los pecados
de aquellos a quienes ama. De esta manera se manifiesta una misericordia que
tiene en cuenta la justicia.
Ya había sido profetizado mucho sobre el siervo de Yavé que padecerá para
librar al pueblo de sus pecados. Se cumplirá todo hasta el mínimo detalle. El
amor no es sólo la satisfacción por el gozo con la persona amada. Es también
querer tanto al otro -en este caso todos los hombres- que se busca librarlos de
todo mal, se busca liberarlos de las garras del diablo, de las redes del
pecado, de la muerte primera, y de la muerte segunda que es el infierno. Ese
amor le lleva a no poder soportar que se pierda ninguno. Que todo el que quiera
salvarse lo pueda hacer. Por eso no rechaza el sacrificio. Se puede decir que
lo ama, aunque el corazón tiemble y la carne se resista. Pero la voluntad es
firme. Y el miércoles santo es un día de oración intensa y sin descanso,
rodeado del cariño de los suyos, aunque no todos, pues Judas le odia.
La reunión del sanedrín
Aquel día se reunieron las tres clases del sanedrín: los príncipes de los
sacerdotes, los escribas, y los ancianos notables. Preside el Sumo sacerdote
Caifás. No es una reunión oficial, pero están casi todos. Los acontecimientos
del día anterior hacen que lo ya decidido se ponga por obra. Ya habían decidido
matarle antes; pero nada han conseguido. Ahora les mueve la furia de hacerlo
cuanto antes, pero con astucia, con una frialdad y un odio que encuentran su
motor en el mismo Satanás. Son implacables "Entonces se reunieron los
príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del Sumo
Sacerdote, llamado Caifás, y acordaron apoderarse con engaño de Jesús y hacerle
morir. Pero decían: No sea en la fiesta, para que no se produzca alboroto entre
el pueblo"(Mt). Las deliberaciones fueron duras. Hablan más los que más le
odian, es decir, los que tienen una mayor pecado según las denuncias públicas y
privadas de Jesús. No pueden esperar, pero no quieren alboroto. Saben que los
partidarios de Jesús son muchos. Saben que en una situación de guerra civil,
los romanos intervendrían y liberarían a Jesús, pues su conducta es intachable
y nada enemigo de ellos. Por otra parte quieren comprometer a los romanos para
que ellos sean responsables de la muerte de Cristo ante el pueblo. Deben
calcular las cosas hasta el mínimo detalle. No pueden fallar. Alguno habla de
Judas que ya ha entrado en tratos, pero poco saben de él.
La traición de Judas
"Se acercaba la fiesta de los Azimos, que se llama Pascua, y los príncipes
de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo acabar con él, pero temían al
pueblo. Entró Satanás en Judas, llamado Iscariote, uno de los doce. Fue y habló
con los príncipes de los sacerdotes y los magistrados sobre el modo de
entregárselo"(Lc).
Satanás se aprovecha
Satanás sólo entra si se le deja entrar. Puede tentar y tienta como lo hizo
con Jesús y lo hace con todos. Pero para entrar necesita una puerta abierta.
Satanás es soberbio, pero es lucidamente inteligente. Conoce las debilidades de
los hombres y las prueba. Odia a Dios, y sabe que el mayor daño que le puede
hacer es destruir a los hombres. Conoce la debilidad de Judas, su amor por el
dinero, y lo que el dinero lleva consigo. Ha seguido su comportamiento a lo
largo de los tres años. Ha podido observar sus trampas. Y sobre todo su
resentimiento por no entender el modo como Jesús lleva las cosas adelante.
Judas no puede entender un amor tan grande que le lleve a la pobreza, a decir
las verdades a los poderosos, contra las juiciosas políticas de los hábiles. Su
vida de fraternidad es difícil con los demás, pues ellos han dejado todo para
seguir a Jesús, y les ve decididos a hacer lo que les pida, por loco que
parezca. Las peleas y los reproches no faltan. No en vano ellos no tienen tanta
paciencia como Jesús, que siempre le disculpa y le apoya. La misma paciencia y
el amor de Jesús le llenan de odio, pues son un reproche cuando él ya no quiere
saber nada de ese reinado que no parece de este mundo.
Judas se decide
Entonces Judas Iscariote "fue donde los príncipes de los sacerdotes, y
dijo: ¿Qué me queréis dar a cambio de que os lo entregue? Ellos le ofrecieron
treinta monedas de plata. Desde entonces buscaba una oportunidad para
entregarlo"(Mt)
La verdad de Judas
El precio había sido profetizado. Es muy posible que ellos, o alguno de
ellos, se acordase de la profecía con burla y cinismo. Es muy posible que, en
su astucia, la utilizasen para acallar la conciencia de Judas diciéndole que si
verdaderamente Jesús era el Mesías se aclararía todo, pues se manifestaría con
poder. Era un engaño, pero cuando se peca, cualquier excusa puede servir de
justificación. El hecho es que él era traidor de quien más le había querido,
del Mesías, del Amigo, del Hijo de Dios Altísimo. Esa es la verdad de Judas.
Estaba cometiendo el peor de los pecados con una lucidez que la compañía con
Jesús agravaría por minutos.
Las treinta monedas de plata
La cantidad de treinta siclos de plata era también el precio del daño por
un esclavo que hubiese sido muerto por un animal. Era el precio de un pequeño
campo. Era el precio de un cordero pascual. Simbolizaba, sin quererlo, a Jesús
que se entrega como un esclavo de amor, del cordero pascual que libera de la
muerte a los primogénitos. Para Judas era sólo el símbolo del poder que
alcanzaría cuando venciesen sus nuevos amigos frente al. Poco sabía cuál iba a
ser la paga de los traidores, pues lo que es lucidez para la traición es
oscuridad para el propio conocimiento.
Ignoran el juicio de Dios
Los reunidos en el Sanedrín se alegraron. Judas hierve de actividad. Se
separan, preparando todo para el desenlace inminente, aunque un cierto temor de
que Jesús se escapase de nuevo de sus manos les deja intranquilos, pues lo ha
hecho muchas veces. Menos les intranquilizaba lo más importante: el juicio de
Dios.
Del libro de Enrique Monasterio:
"Relatos a la sombra de la Cruz"
30 monedas de
plata.
(del diario
de Judas Iscariote)
Fui débil con Caifás. El Sumo Pontífice me habría pagado mucho más que
estas 30 miserables monedas. Habría vaciado las arcas del Templo con tal de
detener discretamente al Maestro sin provocar altercados. Pero yo no soy
avaricioso, tengo mi dignidad: soy un buen judío y cumplo escrupulosamente la
ley de Moisés.
Juan ha insinuado hace días que retiro de la bolsa algunos denarios para mi
propio beneficio. Más le valdría al niño ése meterse en sus asuntos. ¿Qué
quiere, que vivamos como las aves del cielo y nos dejemos vestir por Yahvé como
los lirios? Esas alegorías del Maestro conmueven a sus seguidores, pero a mí me
irritan porque demuestran hasta qué punto se mueve al margen de la realidad.
Si no fuese por Judas, el grupo de los 12 viviría así, como los gorriones. ¡Qué
fácil les resulta a todos poner los ojos en blanco, abandonarse a la
providencia de Dios, y dejar que yo administre las pocas monedas que nos dan.
Para colmo, pretenden que dé parte del dinero a los pobres. Pues bien, eso es
lo que hago: nadie más pobre que el pobre Judas.
Con Caifás fui generoso. Naturalmente que exigí una retribución económica.
Alguien tiene que compensarme estos tres años perdidos, corriendo detrás de una
quimera, de un falso mesías que cuenta parábolas a la plebe, cura enfermos a
escondidas y se niega a tomar el poder cuando lo tiene al alcance de la mano.
30 monedas. ¿Para qué necesito 30 monedas? ¿Para comprar un camello? ¿Para
hacerme una casa en Cafarnaum? Las quiero sólo para recuperar mi dignidad, para
librar a Jesús de su propia locura. Dentro de poco, cuando comparezca ante el
Sanedrín, lo despojarán de todos sus trucos; le hablarán en nombre de Yahvé y
tendrá que decir la verdad.
30 monedas es muy poco para el enorme favor que he hecho al pueblo de Israel.
Muy pronto Jesús habrá desaparecido de la memoria de los hombres y Judas será
considerado un benefactor de la humanidad.
30 monedas. ¡Cómo pesan! Es terrible llevarlas encima. Fui generoso, fui débil,
pero estas monedas me aplastan como si fueran todo el oro de Satanás.
Publicado
por Enrique Monasterio
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