PASCUA DE RESURRECCIÓN
OCTAVA DE PASCUA
a.- Hch. 3,11-26: Dios ha resucitado a su Siervo.
b.- Lc. 24, 35-48: Jesús resucitado se aparece a los discípulos.
c.- S. Juan de la Cruz: Comentando los versos “El silbo de los aires amorosos” de su Cántico Espiritual escribe: “Este divino silbo que entra por el oído del alma, no solamente es sustancia, como he dicho, entendida, sino también es descubrimiento de verdades de la Divinidad y revelación de secretos suyos ocultos; porque ordinariamente todas las veces que enla Escritura divina se halla alguna comunicación de Dios, que se dice entrar por el oído, se halla ser manifestación de estas verdades desnudas en el entendimiento o revelación de secretos de Dios; las cuales son revelaciones o visiones puramente espirituales, que solamente se dan al alma sin servicio ni ayuda de los sentidos; y así, es muy alto y cierto esto que dicen y comunica Dios por el oído” (CB 14,15).
En Hechos encontramos ahora la explicación del Nombre de Jesús y su poder de Señor, título con el Padre lo exalta, luego de su máxima humillación en la Pasión. El discurso de Pedro provoca la admiración, por el milagro por ellos obrado, pero sobre todo la acción de Dios, su misericordia, y bondad al usar a los discípulos como instrumentos de su gracia. La verdad es que ha aparecido un nombre nuevo, un poder nuevo, capaz de salvar a los hombres, en clara continuidad con la tradición bíblica, donde Dios aparece más que cercano a su pueblo, el Dios del NT es el mismo que habló a Abraham, Isaac, y Jacob, la novedad está en que Jesús era el destino cumplido de todas las profecías antiguas.
Pedro, une el nombre de Jesús y su personalidad, a sus palabras y a sus obras prodigiosas. Hablar de Jesús desde ahora, será hablar de su nombre y poder personal, un poder curativo con que contar, que produce no sólo la salud física sino también la salvación integral del hombre. Los apóstoles de algún modo son intermediarios entre Jesús resucitado y la realidad del hombre concreto.
La Pasión, era el núcleo de la economía de salvación, querida por el Padre, si bien Jesús fue rechazado por los hombres, fue, sin embargo, aprobado y glorificado por Dios. La actitud de Israel debería ser la conversión, puesto todo cuanto sucedió con Jesús estaba previsto por lo profetas. El propio Moisés, lo anunció (Dt. 18,15), ahora es a Israel, el primero, el pueblo de Yahvé, al que se ofrece la gracia del arrepentimiento y la conversión. Es interpelado en el corazón de la religión el pueblo de Israel, en las Escrituras para que reconozcan en Jesús al Mesías, y Pedro lo hace en el propio Templo, lugar de la morada de Yahvé.
Jesús, “jefe que lleva a la vida” (v.15), introduce a los suyos por caminos de vida nueva, porque ha vencido la muerte y posee la vida en su plenitud, Jesús es la vida para el que cree. La fe (v.16), es colocada por Pedro en el centro de su discurso, sin la cual no hubiese sido posible el milagro, ni tampoco poder invocar su Nombre. Es la fe la que provocó el prodigio del lisiado, la salud física y espiritual. No se puede dejar de mencionar la culpa de Israel en todo el misterio de la Pasión, fue por ignorancia, y ahora lo que les queda es el arrepentimiento, la penitencia, conversión que fue también el discurso de Moisés y de los profetas (vv. 22-26). Israel, es la heredera de las promesas hechas a Abraham, para ellos ha resucitado Cristo Jesús, y ha sido constituido en bendición para su pueblo.
La aparición de Jesús provoca el miedo y la incertidumbre; les muestra sus llagas de manos y pies, y para convencerlos definitivamente, les pide algo de comer. Son las pruebas que el Resucitado aporta para que lo identifiquen con el Jesús de Nazaret que ellos conocieron y con quien compartieron decisivas experiencias del Evangelio. Más tarde viene el argumento de la Escritura, como lo hizo con los discípulo de Emaús, que busca instruirlos para convencerlos que en ÉL se cumple todo lo escrito en la Ley por Moisés, los profetas y los salmos (v.44). Les abre sus inteligencias para comprender las Escrituras y saber que estaba escrito que el Mesías debía padecer, resucitar al tercer día, en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ellos ahora son testigos de todas estas maravillas (vv. 44-48).
Es el kerigma, la fuente donde el cristiano ha de nutrir su vida de fe, apartarse de él, es abandonar la fe o dejar de creer en Jesús resucitado, el que los evangelios y la tradición apostólica nos han entregado en la comunidad eclesial. Así como una de las condiciones para ser un buen discípulo es aprender a escuchar, la misma recomendación hace Juan de la Cruz. Aprender ha escuchar el “silbo amoroso” del Maestro que revela sus secretos, a quien quiere de verdad escuchar su voz, que la Escritura nos comunica hoy y la oración revive en la memoria del alma y del corazón.
a.- Hch. 4,1-12: Ningún otro Nombre puede salvar.
b.- Jn. 21,1-14: ¡Es el Señor!
c.- S. Juan de la Cruz: “Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia/ de amor, que no se cura/ sino con la presencia y la figura” (CB 11).
Los discípulos Pedro y Juan frente al Sanedrín proclaman a Jesús el Nazareno, muerto y resucitado de entre los muertos. Luego de la sanación del lisiado, que trajo consecuencias positivas, en cuanto muchos empezaron a creer en el testimonio de los apóstoles. Por predicar en el templo, son apresados por los sacerdotes y son interrogados por el Sanedrín: “¿Con qué autoridad o en nombre de quien han realizado eso?” (v. 7). Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dirige la palabra, su tercer discurso. El devolverle la salud al lisiado ha sido en nombre de Jesucristo, a quien ellos mataron crucificándolo, pero que Dios resucitó, ÉL es la piedra angular, que ellos desecharon, pero que se ha convertido en piedra angular. No se ha dado otro nombre bajo el cielo que pueda salvarnos (vv. 9-12). Hay que hacer notar la fuerza expresiva y argumentativa de Pedro, es la acción del Espíritu Santo, que comienza a guiar el caminar de la naciente Iglesia de Jesucristo.
La pesca milagrosa, se realiza por la palabra de Jesús, ante la experiencia de los pescadores, echan las redes y se produce el milagro de coger una buena cantidad de peces, Juan nos da hasta el número, 153 peces y, la red no se rompió. Si bien al comienzo no lo reconocen, obedecen al desconocido que está en la playa, y les pide algo para desayunar; echan las redes y cogen una buena redada. Pero en clave de fe, será el desconocido quien les invite a comer pan y pescado una vez llegados a la orilla: “Es el Señor”, dice Juan a Pedro (v.7). Jesús toma el pan y se los da, lo mismo hizo con el pez, es entonces cuando lo reconocen, sus gestos lo delatan. Es el Señor, el título que el Padre le entrega luego de su Pasión y confirma la fe pascual de la comunidad en ÉL.
En este evangelio la misión que les encomienda el resucitado está envuelta en el símbolo de la pesca, la red y los peces que cogieron esa noche por mandato de Jesús. Ellos eran pescadores, de hombres les mandó Jesús (Mt. 4, 19), tarea que hoy continúa la Iglesia, en comunidad, siempre por mandato de Jesús: “echad la red” (v.6). Misión universal, la de reunir a los hombres en la única Iglesia de Jesucristo, en la gran red, sin el mandato de Jesús, las redes quedarán vacías. Es su palabra la que da vida a esta tarea o misión, se cumple aquello de que sin Él, no se puede lograr nada (Jn. 15, 5).
La cena que presidió Jesús, clave eucarística, es el otro elemento de la misión sin el cual se hace infructuosa toda obra en la Iglesia. Al trabajo de la pesca, sin que se rompa la red, que apunta a la unidad de la Iglesia, en medio de su universalidad, sigue la invitación de Jesús a cenar, pan y pescado compartido. Repite el gesto de darlo a los suyos los dos elementos, pan y pescado, como hizo en la multiplicación de los panes y de los peces (Jn. 6,11), en la última cena (Mt. 26, 26-29) y a los discípulos de Emaús (Lc. 24, 30-32). También hoy, Jesús nos dice echen la red, hagan su trabajo de evangelizar en mi Nombre, cada eucaristía nos recuerda esta misión.
Para el místico Juan de la Cruz, el amor, sólo cura su ansiedad de contemplar a su Maestro y Señor, sólo la cura con su “presencia y figura”, porque desea verse poseída por su Dios. La afirmación de Juan evangelista: “Es el Señor”, es una clara manifestación de quien se ha dejado poseer por el amor de Dios manifestado en Jesucristo, el Señor resucitado. La Eucaristía es la mejor oportunidad de contemplar a Jesús resucitado y dejarse trasparentar por su amor, dejarse poseer por Dio vivo y real.
a.- Hch. 4,13-21: Obediencia a Dios
b.- Mc. 16, 9-15: Id al mundo entero y predicad el evangelio.
c.- S. Juan de la Cruz: Comentando los versos: “Pues ya no eres esquiva” escribe el santo: “La cual, (llama del Espíritu Santo), como también es amorosa y tierna, y tierna y amorosamente embiste en la voluntad, y lo duro se siente cerca de lo tierno, y la sequedad cerca del amor, siente la voluntad su natural dureza y sequedad para con Dios y no siente el amor y ternura; porque dureza y sequedad no pueden comprehender estos contrarios, hasta que, siendo expelidos por ellos, reine en la voluntad amor y ternura de Dios, pues no pueden caber dos contrarios en un sujeto” (LA 1,19).
Pedro y Juan, son amenazados y el Sanedrín, les prohíben hablar en nombre de Jesús. Reconocen que han obrado un signo en el lisiado, que el pueblo está maravillado con ellos y que se han convertido en un peligro para el templo y la religión. La presencia del lisiado ahora de pie es clave, acompañando a los apóstoles en todo este asunto. Al mandato de no hablar de Jesús, ellos reaccionaron así: “Mas Pedro y Juan le respondieron: Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (vv. 19-20). La valentía y la audacia caracterizan los comienzos de la actividad apostólica, obra de la gracia y colaboración de estos dos intrépidos testigos. La obediencia vivida por ellos es a Jesucristo, el Señor, única autoridad que hay en la Iglesia y en sus autoridades. Principio que ha prevalecido en la Iglesia a lo largo de los siglos, cada vez que la comunidad se ha apartado de ella, las consecuencias han sido nefastas por la falta de coherencia y alejamiento de la voluntad divina. La obediencia a Jesucristo es obediencia de fe, como la que demostró al Padre en su vida, muerte y resurrección.
El evangelio es una síntesis de Marco donde encontramos tres apariciones del resucitado: a la Magdalena, a los discípulos de Emaús y finalmente a los once reunidos a la mesa. Jesús les echa en cara su incredulidad, no haber creído las noticias de su resurrección, les habla de su dureza de corazón.
Las apariciones, son un signo de la resurrección de Jesús, confirman su sepulcro vacío, avalan la fe de los apóstoles y luego de la comunidad eclesial, es decir, la fe que recibimos, aunque es un hecho sólo percibido desde la fe. Estas apariciones son como la cara visible, de un contenido mucho más profundo de lo que pensamos, son la puerta del kerigma o anuncio de la fe. No es una biografía o retahíla de hechos históricos exactos, sino un dato de fe, hay un sustrato histórico de acontecimientos que realmente sucedieron. El dato histórico es que las apariciones del Resucitado, transforman la vida de sus discípulos, es un encuentro con Aquel que conocieron y murió crucificado, y que ahora vive. Las apariciones son a personas determinadas, como a grupos de sus seguidores.
La diversidad de relatos de la resurrección y apariciones, más que crear confusión, responde a las diversas tradiciones orales que las comunidades recibieron de los apóstoles. Cada una de ellas guardó aquello que recibió, no se preocuparon con criterio histórico, de organizarlas, sino que simplemente las confirmó; lo que les da mayor autenticidad y riqueza kerigmática. El esquema común a todas ellas es el que sigue: la iniciativa siempre la lleva Jesús, en principio no es reconocido hasta que da signos que los discípulos conocen de su Maestro; más tarde se produce el proceso o camino de fe que termina con el reconocimiento de Jesús resucitado y todo termina con la misión que les encomienda el Señor.
Los apóstoles que escribieron, dejaron huellas, más que personales su propio itinerario de fe hasta reconocer en Jesús de Nazaret, al Cristo de la fe, más aún al Maestro muerto y ahora resucitado. Sus narraciones acerca de las apariciones son todo un núcleo de fe al que los cristianos de hoy debemos acudir, como fuente de luz y gracia, donde beber el agua de la vida nueva, para ser también depositarios del kerigma.
Si el kerigma primitivo se conservó y ha llegado a nosotros es por obra del Espíritu Santo que embiste como llama de amor al alma del creyente, noticia amorosa de la vida nueva en el Espíritu del resucitado, pero se encuentra con las escorias del pecado y mientras no se purifique el hombre de todo lo que no es Dios, dice el místico (3 S 16,2), no podrá gozar en la voluntad transformada por el fuego de amor divino que invade su existir. Si queremos esta vida nueva, debemos abandonar al hombre viejo, con su existir caduco, se trata de tener vida de resucitados en la mente y en el corazón.
Fr. Julio González C. OCD
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