LUNES DE
LA OCTAVA DE PASCUA
a.- Hch. 2,14. 22-32: Dios resucitó a Jesús
b.- Mt. 28, 8-15: Aparición de Cristo a las mujeres
c.- S. Juan de la Cruz: “Y así, estas maravillas nunca Dios las obra, sino cuando meramente son necesarias para creer; que, por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase, hizo muchas cosas para que sin verle le creyesen; porque a María Magdalena (Mt. 28, 1 8) primero le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles porque la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 1O, 17) y oyéndolo, lo creyese primero que lo viese” (3S 31,8).
Estamos en la semana de la Octava de Pascua, semana que la Iglesiacelebra la Resurrección de Cristo, inaugurando los cincuenta días del tiempo pascual antes de Pentecostés. Las apariciones del resucitado son el centro de cada una de las lecturas de estos días; se une a ellas el caminar de la naciente Iglesia de Cristo, con las peripecias que sufrieron los apóstoles por el anuncio del Evangelio.
Los apóstoles anuncian la verdad de la resurrección, verdad que enrostran a los propios judíos que lo colgaron y mataron en una cruz, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Es el primer Kerigma, el primer anuncio de Pedro, proclamación pública y testimonio personal de Jesucristo resucitado. Se cumplen las palabras de Joel 3,1-5 y el Salmo 16,8-11 acerca de este anuncio (v. 16 y v.25) de salvación y de cómo Dios resucitará a su siervo, sobre todo las palabras: “No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (v. 27); con su resurrección, culmina el proyecto de Dios
El evangelio nos narra dos acontecimientos relacionados con Cristo resucitado. El primero es la aparición del Resucitado con la Magdalena y María la de Santiago en su visita al sepulcro. El ángel les anuncia: “El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. Ya os lo he dicho. Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos” (Mt. 28, 5-8). Cuando regresan para comunicar la noticia, entonces el propio Jesús se les aparece y les dice: “En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Dios os guarde! Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt. 28, 9-10).
Un segundo, hecho de este evangelio, se trata de la falsa noticia sobre el sepulcro vacío de Jesús. Los sumos sacerdotes y los ancianos compraron el silencio de los guardias, a quienes les mandaron decir, que el cuerpo de Jesús, lo habían robado los apóstoles, de noche, mientras ellos dormían.
Es al cristiano de a pie, hoy quien tiene la responsabilidad de anunciar a Jesucristo resucitado, como lo hicieron los apóstoles y la Iglesia en todos los siglos de fe cristiana. Será el testimonio personal quien convenza al mundo y a nuestra sociedad que Cristo vive si nosotros como hombres y mujeres llenos de esperanza y valores humanos vividos en la fe de Cristo resucitado. Es la vida nueva del bautizado, que basado en la fe apostólica, hemos de creer, proclamar y testimoniar con nuestra existencia cristiana.
Creer en la resurrección de Cristo significa que ese hombre, esa mujer, pasó de las tinieblas de la muerte y del pecado, al gozo de la vida de resucitado, vida de gracia y de fe renovada. La resurrección de Cristo, como dato fundamental de nuestra fe, inaugura una nueva creación, donde la muerte, el pecado y el demonio no tienen ya la última palabra, ellos fueron vencidos, sino la vida, la gracia de Dios y su amor salvador. La vida verdadera de Cristo resucitado, atraviesa las sombras de la muerte y vence, lo mismo sobre el pecado y el demonio, para todo hombre y mujer que crea en Jesucristo, el Señor, Resucitado. La fe en ÉL es la vía de la salvación ayer, hoy, y siempre.
San Juan de la Cruz, cuando habla de la fe, como único medio para creer, reflexiona cómo Dios obra la fe en María Magdalena antes de contemplar a Cristo resucitado, la hizo creer en ella, por el anuncio de los ángeles, divinos mensajeros, y no más que por apariciones o visiones. También nosotros debemos creer por la fe que hemos recibido de los apóstoles, sólo así llegaremos a la auténtica unión con Dios. “Dichoso los que no han visto, y han creído” (Jn. 20, 29).
a.- Hch. 2, 36-41:Convertíos y bautizaos
b.- Jn. 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto
c.- S. Juan de la Cruz: “Hace tal obra el amor / después que le conocí, / que, si hay bien o mal en mí, / todo lo hace de un sabor / y al alma transforma en sí / y así, en su llama sabrosa, / la cual en mí estoy sintiendo,/ aprisa, sin quedar cosa, / todo me voy consumiendo” (Poesía XI “Sin arrimo y con arrimo”).
“¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos” (vv. 37-38). Esta fue la reacción de los judíos al finalizar Pedro, su primera prédica. Conversión y bautismo en nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y recibir el Espíritu Santo, puesto que la promesa de salvación es primeramente para los judíos, luego para todo el que crea.
Ese mismo Jesús que “vosotros habéis crucificado” Dios lo ha constituido Señor y Mesías (v. 36). De la máxima humillación, como fue la Pasión y muerte de Cruz, a la exaltación gloriosa de parte del Padre para con su Hijo, hasta darle el título de Señor. La Pasión siempre será para el cristiano un motivo para, en silencio y estupefacto, contemplar su pecado hecho carne y cruz de dolor en la tragedia del Calvario y de la necesidad de pedir con el corazón contrito, el perdón. El precio de su rescate fue la sangre preciosa de Cristo, pero el pecador encuentra misericordia si arrepentido acude a la reconciliación sacramental o confesión, segundo bautismo para el que cae.
Es precisamente en el sacramento de la reconciliación, conversión, dondela Pasión de Cristo, se hace presente con toda la fuerza de su amor redentor para limpiar y sanar al pecador arrepentido. Es el Espíritu Santo quien con su inspiración llama al pecador a la conversión y actualiza la Pasión de Cristo y su significado en el creyente.
El encuentro de Cristo con María Magdalena, encuentro del Maestro y la discípula, sólo que en otro plano o estadio. Aquel a quien ella creía era el jardinero, era, en realidad, Jesús resucitado. Escuchar su nombre de los labios de Jesús la hace reaccionar: “María” (v.16), ella que tantas veces había escuchado su voz postrada a sus pies aprendiendo a ser discípulo, lo reconoce: “Rabbuní” (v.16).
Es el amor a Jesús, la que mueve a María a venir al sepulcro a llorar, mas la presencia de Aquél que ama, hace del relato un encuentro vivo y convincente. Postrada ahora a los pies del Señor Jesús, surge la fe verdadera, que la lleva a la adoración personal, íntima, privilegiada quizás, respecto a los otros discípulos. Una verdadera lección de cómo deben adorar los auténticos discípulos del Señor.
El Cristo, que los discípulos deben adorar es el Cristo que asciende a los cielos, la adoración de María Magdalena ocurre antes de la Ascensión, por esto Jesús, le pide que no lo toque, porque todavía no ha subido al Padre (v.17). El sentido profundo de esta escena es poner de relieve la experiencia personal de la Magdalena, que la convence de la resurrección de Jesucristo y que ahora debe convencer a los discípulos: “He visto al Señor” (v. 18). Por primera vez Jesús llama hermanos a sus discípulos, todo un hito en el evangelio de Juan, partícipes de su filiación divina.
La pecadora convertida, los discípulos convertidos, por la Pasión y el amor redentor de Jesucristo, la fe y el amor signos indiscutibles que estamos en vías de salvación por el perdón recibido y por la fuerza del Espíritu que nos arrastra a un conversión mayor en calidad y nos hace proclamar a Cristo resucitado con la propia vida. Hace tal obra el amor, enseña Juan dela Cruz, que consume, transforma y une, iguala en dignidad y eleva a la categoría de Quien ama primero y espera el amor del amado, como eco alegre de un silencioso orar que contempla con nueva luz el mismo misterio de salvación.
a.- Hch. 3, 1-10: Pedro y Juan sanan a un lisiado.
b.- Lc. 24,13-35: Los discípulos de Emaús.
c.- San Juan de la Cruz: “Y a los que iban a Emaús, primero les inflamó el corazón en fe que le viesen, yendo él disimulado con ellos” (3S 31,8).
La curación del paralítico llevada a cabo por Pedro y Juan, es claro signo del poder del resucitado, en su santo Nombre, obran el prodigio, el lisiado pudo caminar. Quizás éste hubiera preferido una suculenta limosna, pero ahora que puede caminar, puede decir que Jesús le cambió la vida, tendrá que trabajar claro, pero será mejor que estar pidiendo limosna a la puerta del Templo. El Nombre de Jesús, evoca su Persona y su autoridad, más aún su poder sanador, con el cual actúan sus apóstoles hablan y obran prodigios, a ÉL debe dirigirse también el enfermo y poner su confianza en que lo sanará.
Ese Jesús taumaturgo, del cual quizás oyó hablar el lisiado, Pedro quiere dejar en claro, que está vivo, conserva el mismo poder que poseía entonces y ha sido constituido en Mesías y Señor, luego de su Pasión y Resurrección por el Padre (Hch. 2, 36). Será, en el segundo discurso de Pedro, donde se explica el significado del Nombre de Jesús y por el cual vino la salud al lisiado (Hch. 3, 11-26).
En el relato de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos de Emaús, encontramos toda una catequesis bíblica, eucarística y eclesial. Quizás nos sirva pensar que también nosotros como ellos, pasamos del desencanto de Jesús de Nazaret, hasta cuando comprendemos que debía sufrir la Pasióny Resucitar por nosotros y nuestra salvación. Esperaban tanto de ÉL estos discípulos y resulta que muere en la más absoluta ignominia, iba a resucitar y han pasado días y no ha sucedido nada. Hay que reconocer, eso sí, que sus esperanzas era muy lejanas al proyecto del Padre y del propio Jesús: “Nosotros esperábamos que sería él, quien iba a librar a Israel…” (v. 21). Ha estos dos más que discípulos habría que considerarlos admiradores de un Jesús político o jefe de un nuevo partido en Israel y ellos sus ministros. A su contacto se convertirán en verdaderos discípulos.
Por el testimonio de la Escritura, Jesús, quiere llevarlos a la fe en su resurrección. El caminante, parece ignorar lo acontecido, ellos a su vez ignoran que es Jesús resucitado. “El les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (vv. 25-28). El primer hito de la conversión está en leer las Escrituras, en ellas está, la fuente de la esperanza.
Como caía la noche, los discípulos invitan al caminante a cenar “y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (vv. 28-32). El Resucitado les iluminó las mentes con la Escritura, ahora bendice el pan para ellos, más aún inicia una eucaristía con la bendición del pan. Si bien desaparece, parte el pan, les deja su Presencia, en clave de fe pascual y eucarística.
La Presencia de Jesús, hizo arder el corazón de estos discípulos, hasta ahora desencantados, en un nuevo amor al resucitado. “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”. (vv. 33-35). Comunican su experiencia a la naciente comunidad cristiana, la Iglesia, con Pedro a la cabeza. Comprendieron que si había desaparecido para ellos, Jesús estaba vivo, y lo volverán a encontrar en la comunidad, la de sus discípulos. Estaba ahí, de una manera nueva, vivo, real, para los ojos que lo contemplan desde la fe, que brilla en el corazón del que creen en ÉL. Tres formas de presencia del resucitado: palabra, eucaristía y comunidad, todo una sola realidad nueva: su Iglesia, morada de su singular vida de Resucitado.
Los discípulos de Emaús, nos enseñan a anunciar al resucitado, desde nuestra experiencia personal en la comunidad eclesial y fuera de ella. Siempre será necesario hacer el camino de Emaús, con Cristo, desde las Escrituras, la Eucaristía y la vida eclesial, de lo contrario, no le reconoceremos en el camino, en la escritura que leemos y mucho menos en la Eucaristía a la que asistimos los domingos. Hay que hacer el camino para que ÉL parta el pan, nos explique la Palabra y arda nuestro corazón con calor siempre nuevo de resucitado.
Que no pase “disimulado” Cristo por nuestras vidas, ni en la sociedad sino que tengamos fe para reconocerle. Esa es la invitación de Juan de la Cruz, para quien sólo la fe es medio para la unión plena con Dios, porque por ella viene a nosotros y por el mismo camino vamos a ÉL.
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