Cinco carteles.
Una anécdota al alcance
de todos los bolsillos,
digo de todos las edades,
de todas las posibilidades,
de todos los gustos,
pero de toda importancia
para no tomarlo a broma.
Atención pues hermanos,
porque el tiempo pasa
y después... es demasiado tarde!.
Franja
Cinco carteles estaban a la puerta
de un templo parroquial.
El primer cartel
mostraba a un niño gordito,
de esos que anuncian alimentos para bebés,
chucherías y patatas fritas, debajo
habían escrito:
“Demasiado joven para amar a Dios”.
El segundo presentaba a una
pareja
de “palomos” recién casados dándose un besito;
el correspondiente
letrero avisaba:
“Demasiado felices para amar a Dios”.
Le seguía un tercero: una ejecutiva
rodeado de teléfonos
y con cara de desarrollar una tarea febril;
debajo habían escrito:
debajo habían escrito:
“Demasiado
ocupada para amar a Dios”.
A continuación, un ricachón gordo,
con los dedos de
las manos llenos
de relucientes anillos de oro y pedrería,
un habano en la boca,
en el momento de descender de un cochazo de lujo;
debajo estaba escrito:
debajo estaba escrito:
“Demasiado seguro de sí mismo
para amar a Dios”.
Y finalizaba la serie con una sepultura;
y debajo estaba escrito en rojo:
y debajo estaba escrito en rojo:
“Demasiado tarde
para amar a Dios”.
Confeccionado por
Franja
Y ahora una anécdota ejemplar:
EN UN SUEÑO
La princesa Palatina, inmortalizada por la elocuencia de Bossuet, solía
reírse de la fe católica. No podía reprimir su desdén cuando se hablaba de los
misterios de la fe; le parecían tonterías de gente simple y crédula. Decía:
Sería para mí el mayor de los milagros
hacerme creer el cristianismo.
hacerme creer el cristianismo.
Pero el milagro ocurrió. Fue en medio de un sueño misterioso, en que se
le apareció un ciego que creía en la luz del sol por efecto de su calor. De ahí
dedujo que hay cosas muy excelentes y admirables que se escapan a nuestra
vista, y que no por eso dejan de ser verdaderas y dignas de desearse, aun
cuando no se puedan comprender ni imaginar. En aquel momento experimentó lo que
soñaba. Tuvo una luz repentina, y sintió en su corazón el gozo de la fe. A partir
de entonces le fue fácil creer todo. Se emocionaba cuando leía algo acerca de
la religión. Y escribió: «El misterio del amor infinito que reside en nuestros
altares, y que tenía por increíble, era lo que más me conmovía.
Me parecía sentir la presencia real de Nuestro Señor, casi como se sienten las cosas visibles y de las que no se puede dudar». Y concluía: «Desde que Dios quiso infundirme en el corazón que su amor es la causa de todo lo que creemos, esa respuesta me persuade más que todos los argumentos».
Cfr.
C. Ortúzar, El catecismo explicado con ejemplosMe parecía sentir la presencia real de Nuestro Señor, casi como se sienten las cosas visibles y de las que no se puede dudar». Y concluía: «Desde que Dios quiso infundirme en el corazón que su amor es la causa de todo lo que creemos, esa respuesta me persuade más que todos los argumentos».
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