Blog católico de Javier Olivares-baionés jubilado-Baiona
jueves,
25 de julio de 2013
Dom Raymundo Damasceno
Assís, Arzobispo de Aparecida, expresó que con gran placer le daba la
bienvenida a Su Santidad al Santuario Nacional de Nuestra Señora de Aparecida.
Esta visita pastoral a
la ermita de la patrona de Brasil se caracteriza por ser un acto de devoción a
la Virgen. Miles de peregrinos se acercan a este lugar que fue bendecido por la
imagen milagrosa, que se encuentra en el río Paraiba en 1717, manifestando su
cariño filial a la Virgen María, con sus necesidades, inquietudes y gratitud.
Cuando el Obispo de Roma también peregrina a la Virgen, todos ellos se sienten
"establecidos en la verdad de la fe".
S.S: Francisco. Foto: ncronline.org
Este santuario es un
importante "icono" religioso nacional (...) Se trata de la visita de
un peregrino, con la que Su Santidad ha querido confiar a la Virgen el gran
evento que es el 27º día mundial de la Juventud. Todos nos unimos en esta oración
para que el encuentro de los jóvenes con el Sucesor de Pedro los ayude a
fortalecer la fe y el amor de Jesucristo e inspirar en ellos todo el celo
misionero que se refleja en el lema de la Jornada: "id y haced discípulos
a todas las gentes "(Mt 28,19).
Este santuario que lo
recibe con gran alegría, cuenta, a partir de hoy, la gracia de haber recibido
tres Papas. Fue dedicado por el Beato Papa Juan Pablo II, el 4 de julio de 1980
y dio la bienvenida al Emérito Papa Benedicto XVI, el 12 y 13 de mayo de
2007, en la inauguración de la quinta Conferencia General del Episcopado de
América Latina y Caribe.
Al comienzo de la
celebración de la misa, en nombre de los devotos de Nuestra Señora de
Aparecida, la Arquidiócesis y en todo el Brasil, Su Santidad le daré una réplica
de la estatua de Nuestra Señora de Aparecida, tallada en madera por un artista
de la región. El color negro de esta imagen, Santo Padre según los estudiosos,
fue probablemente causada por sedimentos del río y el humo de las velas. Se ha
interpretado como una referencia a los sufrimientos de los pobres y excluidos,
especialmente los negros, a lo largo de la historia de Brasil. La Inmaculada
Madre de Nuestro Señor despierta continuamente en nuestra iglesia el compromiso
con los pobres, y la evangelización.
Dom Damasceno
finalmente le expresó que, “... a través de la imagen que le daré Su Santidad,
le pido a la Virgen, en nombre del pueblo brasileño, que acompañe y bendiga tu
ministerio. Pero también esperamos que el pensamiento, el afecto, y
especialmente las oraciones del Papa acompañen a la gran nación brasileña... La
Iglesia en Brasil, fiel a su misión de anunciar el Evangelio y dar testimonio,
siempre honrará la historia de fe en medio de los desafíos actuales, confiados
en la presencia y protección divina y en la intercesión materna de Nuestra
Señora de Aparecida, Reina y Patrona de Brasil”.
“Santo Padre es muy
bienvenido a este templo que acoge el afecto y la reverencia filial, como
sucesor de Pedro, el Obispo de Roma y Pastor de toda la Iglesia.”
Interior Basílica de Aparecida. Foto: fotos.lahora.com.ec
HOMILÍA DEL PAPA
FRANCISCO EN LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE APARECIDA
Venerados hermanos en
el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y
hermanas:
¡Qué alegría venir a la
casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de
Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica
de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi
ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a María,
nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus
pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo
decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V
Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha ocurrido
algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos
—que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la
misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por
los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen:
aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia. Y, en efecto, puede
decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre
el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la
protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a
la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el
verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo
siempre la estela de María.
Hoy, en vista de la
Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a
llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que
nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a
transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación
y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres
sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir
con alegría.
1. Mantener la
esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena dramática: una
mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un dragón —el diablo—
que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte sino de vida,
porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf. Ap 12,13a-16.15-16a).
Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras
comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos
hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en
la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y
madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón
esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca
perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el
mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es
Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y
también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en
el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el
placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de
soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros.
Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión
positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los
jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor:
son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo
necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores
inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un
pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de
Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad,
alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe
cristiana.
Foto: www.panamaamerica.com.pa
2. La segunda actitud: dejarse
sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza
que nosda la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las
dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores,
tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba,
encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción.
¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se
convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la misma
Madre? Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que
acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos
dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios.
Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si
nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es
dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.
3. La tercera actitud: vivir
con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos
sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro
corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es
alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede
siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la
Primera Lectura (cf. Est 5,3). Jesús nos ha mostrado que el
rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido
vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien
parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y
sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que
contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI: «El
discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay
futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007:Insegnamenti III/1
[2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos
venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha
hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que
él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer
lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas
de Dios y llenos de alegría. Que así sea.
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