Santa Maria de Baiona diócesis tuy- vigo blogspot.com
Suele suceder a veces que te encuentras con una historieta que te agrada, pero que no ves la oportunidad de darla a conocer. Como pasan los días y la historieta me gusta, la pongo en el blog, porque puede ayudar a alguno de los lectores a que en este tema sea muy precavido, pero que que por tonto no deje pasar una oportunidad que le puede abrir el camino de la felicidad. Siempre oí decir que "Casamiento y mortaja del cielo baja". Juzga, lector, si vale la pena seguir el camino de nuestro amigo de la historieta. Y te digo más. Amor esponsal que no pueda ser bendecido por Dios -hablo para un cristiano-no es tal amor, sino un sucedáneo y ya no valdrá la pena, porque pasará como nube de verano. Franja.
LA HISTORIA DE JOHN Y
HOLLIS.
Hermosa historia de amor
John Blanchard se
levantó de la banca, alisó su uniforme de marino y estudió a la muchedumbre que
hormigueaba en la Grand Central Station. Buscaba a la chica cuyo corazón
conocía, pero cuya cara no había visto jamás, la chica con una rosa en su
solapa.
Su interés en ella
había empezado trece meses antes en una biblioteca de Florida. Al tomar un
libro de un estante, se sintió intrigado, no por las palabras del libro, sino
por las notas escritas a lápiz en el margen. La suave letra reflejaba un alma
pensativa y una mente lúcida. En la primera página del libro, descubrió el
nombre de la antigua propietaria del libro, Miss Hollis Maynell.
Invirtiendo tiempo y
esfuerzo, consiguió su dirección. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. Le
escribió una carta presentándose e invitándola a cartearse. Al día siguiente,
sin embargo, fue embarcado a ultramar para servir en la Segunda Guerra Mundial.
Durante el año y el mes
que siguieron, ambos llegaron a conocerse a través de su correspondencia. Cada
carta era una semilla que caía en un corazón fértil; un romance comenzaba a
nacer. Blanchard le pidió una fotografía, pero ella se rehusó.
Ella pensaba que si él
realmente estaba interesado en ella, su apariencia no debía importar. Cuando finalmente
llegó el día en que el debía regresar de Europa, ambos fijaron su primera cita
a las siete de la noche, en la Grand Central Station de Nueva York. Ella
escribió: "Me reconocerás por la rosa roja que llevaré puesta en la
solapa." Así que a las siete en punto, él estaba en la estación, buscando
a la chica cuyo corazón amaba, pero cuya cara desconocía.
Dejaré que Mr.
Blanchard relate lo que sucedió después: "Una joven venia hacia mí, y su
figura era larga y delgada. Su cabello rubio caía hacia atras en rizos sobre
sus delicadas orejas; sus ojos eran tan azules como flores. Sus labios y su
barbilla tenían una firmeza amable y, enfundada en su traje verde claro, era
como la primavera encarnada.
Comencé a caminar hacia
ella, olvidando por completo que debía buscar una rosa roja en su solapa. Al
acercarme, una pequeña y provocativa sonrisa curvó sus labios. "¿Vas en
esa dirección, marinero?" murmuró. Casi incontrolablemente, di un paso
para seguirla y en ese momento vi a Hollis Maynell. "Estaba parada casi detrás
de la chica. Era una mujer de más de cuarenta años, con cabello entrecano que
asomaba bajo un sombrero gastado. Era bastante llenita y sus pies, anchos como
sus tobillos, lucían unos zapatos de tacón bajo." "La chica del traje
verde se alejaba rápidamente. Me sentí como partido en dos, tan vivo era mi
deseo de seguirla y, sin embargo, tan profundo era mi anhelo por conocer a la
mujer cuyo espíritu me había acompañado tan sinceramente y que se confundía con
el mío.
Y ahí estaba ella. Su
faz pálida y regordeta era dulce e inteligente, y sus ojos grises tenían un
destello cálido y amable. No dudé más. Mis dedos afianzaron la gastada cubierta
de piel azul del pequeño volumen que haría que ella me identificara. Esto no
sería amor, pero sería algo precioso, algo quizá aún mejor que el amor: una
amistad por la cual yo estaba y debía estar siempre agradecido.
Me cuadré, saludé y le
extendí el libro a la mujer, a pesar de que sentía que, al hablar, me ahogaba
la amargura de mi desencanto. "Soy el teniente John Blanchard, y usted
debe ser Miss Maynell. Estoy muy contento de que pudiera usted acudir a nuestra
cita. ¿Puedo invitarla a cenar?"
La cara de la mujer se
ensanchó con una sonrisa tolerante. "No sé de que se trata todo ésto,
muchacho," respondió, "pero la señorita del traje verde que acaba de
pasar me suplicó que pusiera esta rosa en la solapa de mi abrigo. Y me pidió
que si usted me invitaba a cenar, por favor le dijera que ella lo esta
esperando en el restaurante que esta cruzando la calle."
No es difícil entender
y admirar la sabiduría de Miss Maynell. La verdadera naturaleza del corazón se
descubre en su respuesta a lo que no es atractivo. "Dime a quién
amas," escribió Houssaye, "y te diré quién eres.".
Una vez más te diré que si te ha gustado la pases, para que el bien se difunda.
Franja.
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